Capítulo 11: La doncella de la eternidad

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A Andra le gustaba despertarse con Hector a su lado y en su cama, que de normal empezaba a abrir los ojos con pereza y se formaba una sonrisa en sus labios al recordar donde se encontraba.

Ese día no fue distinto.

Estaban en la habitación de Andra, y ella se había despertado un poco antes de lo acostumbrado. La luz del sol se colaba por entre las cortinas semitransparentes y los doseles de la cama, derramándose en sus piernas apenas cubiertas por la sábana y calentándolas.

Giró el rostro y contempló a Hector, que seguía con los ojos cerrados aunque empezaba a moverse, adelantando que no tardaría mucho en despertar. Su rostro estaba más moreno desde que pasaba más tiempo con Andra, sobre todo porque ella siempre quería estar en el jardín o paseando por la playa. No le gustaba quedarse en casa si podía evitarlo.

El cabello caoba lo tenía desordenado y le caía sobre la frente. Andra recorrió con los ojos el cuerpo de Hector, delgado por el ejercicio habitual pero sin llegar a marcar los músculos. Mientras lo contemplaba se dio cuenta de que el hombre ya se había despertado y la miraba con ojos pesados.

—No es justo que yo esté desnudo y tú te tapes —le reclamó tironeando de la sábana con la que Andra se cubría el torso.

Con un movimiento lento, la apartó y apoyó el mentón en una mano, dejando que Hector mirara lo que deseara.

—Cierra la boca, estás babeando —bromeó Andra.

Hector la miró a los ojos.

—Es que quiero tener tu imagen grabada para poder pasar toda la mañana soportando a mi padre y al idiota de Hamish.

—¿Todavía sigue enfadado? ¡Han pasado tres meses!

—Sí, sigue enfadado y me temo que ha convencido a mi padre de que esto no es una buena idea. —Hector dio una palmada en el colchón con furia.

—No te preocupes, seguro que se le pasará pronto —le aseguró Andra; después alargó una mano, la colocó en el pecho de Hector y susurró—: Ven, anda. Nos da tiempo a hacer algo más antes de que te vayas.

Hector le dio una sonrisa torcida y no perdió el tiempo en acercarse y empezar a besarla con pasión, enredando sus dedos en el cabello negro de Andra. Los labios húmedos de Hector volaron ligeros como una pluma por su rostro, dejando besos por allá donde pasaba; descendió hacia sus pechos y después a su vientre y más abajo, separándole las piernas y hundiendo el rostro entre ellas.

Andra soltó un gemido y aferró las sábanas con fuerza entre las manos, deseando que aquello no terminara nunca. Hector movió la lengua con delicadeza y lentitud deliberada mientras que con las manos se entretenía en acariciar sus senos.

Después de lo que le pareció una eternidad, Hector se detuvo y Andra iba a protestar cuando notó los como metía un dedo con lentitud dentro de ella. Soltó un gemido más.

Terminó con un grito que podría haber despertado a la casa entera. Con una sonrisa y la respiración entrecortada tiró de un brazo de Hector hasta que consiguió ponerlo a su lado, pero en seguida el hombre se removió y se levantó.

—¿No quieres que te haga nada? —le preguntó Andra, que no deseaba parar.

—No, cariño. Me tengo que ir ya —le explicó mientras se acercaba a la palangana y se frota el rostro y la nuca.

—Le estoy empezando a coger asco a tu padre. Apenas podemos estar juntos por su culpa.

—Lo sé. Pero tranquila, no pienso dejar que esto se alargue mucho más, te lo prometo.

El legado de las ninfasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora