Andra solía ayudar a Henri en el hospital donde trabajaba, un lugar que siempre iba falto de enfermeras y médicos.
Se encontraba en un viejo edificio que cuando llovía se llenaba de goteras. La mayoría de las habitaciones tenían un fuerte olor a humedad que era imposible de quitar y siempre hacía frío a pesar de que tenían siempre encendidas las chimeneas. Le hacía falta una buena reforma, pero el hospital apenas recibía fondos del Estado y casi subsistía a base de donaciones que la mayor parte provenían de Nate, Henri y Julen.
Amelie también trabajaba allí, pero desde que había tenido a su bebé pasaba menos tiempo y Andra la solía sustituir. Aun así, la esposa de Henri siempre se pasaba un rato por el hospital, aunque fuera para llevarle la comida a su marido y asegurarse de que se lo comía.
Henri se desvivía en aquel lugar pero la mayor parte de las veces no se podía hacer nada por los pacientes que recibían, pues estos solían llegar de otros hospitales una vez que los habían dado por perdidos y los llevaban allí para que murieran. Tal vez por eso el hospital siempre tenía ese aire deprimente incluso visto desde fuera.
Carretas cargadas de cuerpos salían todos los días, llevándose a los muertos a ser enterrados en el cementerio más cercano. Andra siempre sentía un escalofrío cuando veía el carro lleno de cadáveres y cada vez que escuchaba aquel sonido se le ponían los pelos de punta.
A Nate no le hacía mucha gracia que fuera al hospital y para él era casi imposible traspasar la puerta del edificio sin que tuviera que ir un médico a atenderle porque se había desmayado. Andra suponía que era por su poder, que hacía que pudiera escuchar cada latido, cada movimiento del interior del cuerpo como si fuera suyo propio. La verdad era que no podía culparlo por no ser capaz de entrar.
De normal Nate siempre era muy crítico con sus visitas, pero por alguna razón, esos últimos días se había intensificado y cada vez que salía de casa le recodaba que no se acercara a ningún paciente que tuviera una enfermedad contagiosa. Ese día no fue distinto.
—Dile a Henri que si te enfermas, iré al hospital y le romperé la nariz.
—No sé cómo ayudaría eso, pero vale. Total, primero tendrás que ser capaz de dar dos pasos dentro del hospital y no desmayarte —comentó Andra sin hacerle mucho caso mientras terminaba de ponerse los zapatos—. Me voy. No mueras mientras estoy fuera.
Andra le dio un beso rápido y salió casi corriendo hacia el carruaje que le esperaba delante de la puerta. El hospital se encontraba bastante lejos de su casa, hacia el sur de la ciudad donde se solían amontonar los distritos más pobres de Allsau en una mezcla de barro, excrementos e inmundicias. Un pequeño grupo en el que se encontraba Nate, Andra y los chicos habían intentado apelar al rey para que arreglar esos barrios y los dejara en condiciones dignas para vivir, pero no había forma. El rey le había pasado la pelota a su Ministro de Interior, este al de Economía y así hasta que les quedó claro que no iban a hacer nada.
El carruaje se detuvo delante del hospital y Andra se bajó con una mueca enfadada en el rostro. Pensar en el rey y los incompetentes lameculos que lo seguían a todas partes la ponía de mal humor.
Como siempre, el hospital era un caos. Las monjas de un convento cercano eran las únicas enfermeras fijas, además de otras damas, tanto nobles como no, que iban de un lado a otro con sus voces chillonas, muchas sin saber qué hacer.
En cuanto Andra puso un pie en el enorme recinto que servía de entrada, los susurros se dirigieron hacia ella. Levantó la barbilla y se dirigió hacia sor Constantine, una monja más o menos de su edad con la que se llevaba más o menos bien a pesar de las diferencias.
—Repartiremos el trabajo ya —ordenó Andra con voz autoritaria, viéndose rodeada por un grupo de monjas y damas.
Después de veinte minutos, consiguió que todos estuvieran haciendo algo que más o menos se les diera bien. Mandó a las monjas a cuidar de los enfermos más difíciles, mientras que a las damas, que seguramente estuvieran allí porque no tenían nada más interesante que hacer en sus casas, las puso a dar de comer a aquellos enfermos que todavía pudieran comer.
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El legado de las ninfas
FantasyNathaniel y Andra tendrán que sobrevivir en un mundo en el que es imposible esconderse de los cazadores. *** En un mundo convulso, Nathaniel tendrá que sortear los diferentes problemas que me sacudirán la vida de mano de su familia y de Andra, su es...