Capítulo 28: La invitación del rey

14 4 4
                                    

Dos días más tarde, Andra estaba terminando de vestirse frente al espejo sin dejar de mirar de reojo a Nate, que se estaba poniendo los zapatos. Las hierbas que le había dado Horace habían hecho efecto y ahora tenía mejor cara, pero seguía estando un poco débil y de vez en cuando se mareaba o sus piernas cedían y tenían que cogerlo a toda prisa.

De no haber sido porque debían ir obligatoriamente, Andra habría sacado toda su cabezonería para impedir que Nate se levantara de la cama. Maldito rey y maldito príncipe que había tenido que nacer en esos días.

El rey había preparado una fiesta en honor de su hijo recién nacido y había invitado a muchos nobles a ir al palacio. Primero se almorzaría y después habría juegos durante toda la tarde hasta la hora de la cena, cuando se serviría un banquete en los enormes jardines y donde habría fuegos artificiales.

Volvió a mirar a Nate de reojo y lo vio medio sujetándose en el poste de la cama.

—Mi amor, si no te encuentras bien seguro que podemos poner una excusa para no ir —le dijo por quinta vez.

—Si no vamos lo considerará una ofensa y casi una traición. Esto no es una fiesta cualquiera, sino el momento perfecto para humillar al resto.

—No seas exagerado, solo están celebrando el nacimiento de ese niño.

—Andra, se está burlando de nosotros y lo sabes.

—Eso pasó hace mucho —susurró Andra, poniéndose tan pálida como Nate.

Su marido, al verla, alargó una mano y le aferró los dedos con fuerza mientras se separaba de la cama. Pasó los dedos por el dorso de sus manos, haciendo presión allí donde su pulso era más evidente.

—A la corte le gusta recordar este tipo de cosas, burlarse de las desgracias del resto aunque hayan pasado varios años. Es cruel, pero así es la corte de Allsau.

La voz resignada de Nate la enfureció. Se soltó del agarre de su esposo y se apartó rabiosa de su lado, abrazándose el cuerpo.

—¿Y tenemos que aguantar sus risas, sus malas lenguas?, ¿hasta cuándo tenemos que seguir soportando sus miradas de pena cargadas de burla?

—Ojalá tuviera respuesta para eso, pero no lo sé. Supongo que hasta que se aburran y nos dejen en paz.

—¿Cómo puedes estar tan tranquilo?, ¿cómo puedes tomarte con tanta facilidad lo que dicen de ti? No te recordaba tan insensible.

Nate se encogió de hombros, con el rostro impasible. Sin embargo, sus ojos estaban a miles de kilómetros de allí, tal vez recordando algo de su pasado antes de que ella apareciera. De repente, sacudió la cabeza y le dio una sonrisa triste, se acercó a ella y le rodeó el cuerpo con los brazos, apoyando la barbilla en su hombro.

—Venga, vámonos ya o Jon nos recordará lo lentos que somos —dijo Nate. Andra asintió con la cabeza y terminó de vestirse intentando apartar de su mente todos los recuerdos que amenazaban con inundarla.

Cerró los ojos con fuerza e hizo fuerza para apartarlos de su cabeza. No quería recordar, no podía hacerlo, no lo soportaría.

Con las manos temblorosas y los ojos algo llorosos, Andra salió de casa, donde el carruaje ya los esperaba.

***

Nate no era insensible como lo había acusado Andra, solo era que estaba tan acostumbrado a todo aquello (a los rumores, a las miradas, a las acusaciones), que al final había conseguida hacer como que todo le daba igual aunque por dentro quisiera matar a alguien. Controlar el rostro era vital en ese mundo, algo que a Andra todavía le costaba, sobre todo con ese tema en particular.

El legado de las ninfasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora