Era la primera vez que salían a pasear en días y cuando notaron el aire fría sobre sus rostros, ambos soltaron un gemido. Lo echaban tanto de menos...
Andra se aferró al brazo de Nate y empezaron a pasear por el gran parque desierto. El miedo y la ligera llovizna eran capaces de hacer que el parque estuviera vacío, algo que Andra no había vito nunca antes.
—Si alguien nos ve, pensará que estamos locos —dijo Andra con una sonrisa.
—Bueno, muy normales no somos, pero de ahí a estar locos... ¡Ah, por cierto! Me ha llegado un mensaje de mi madre: dice que ya está volviendo de casa de mi tía Helena, así que dentro de un par de días estará aquí.
—Seguro que tu hermano estará encantado, porque creo que no está muy contento con eso de quedarse en nuestra casa.
—No le puedo culpar, somos muy ruidosos. —Andra le dio un manotazo al ver que se reía, pero ella tampoco pudo evitar sonreír. Estar medio encerrados esas últimas semanas había hecho que pasasen mucho tiempo en la cama porque, ¿qué mejor que pasárselo bien teniendo sexo? Hacían ejercicio y se divertían al mismo tiempo.
Siguieron bromeando un rato a costa de Jonathan cuando un grito les hizo girarse.
—¡Andra! —Era la voz de un hombre y removió algo en el interior de la mujer, que se giró a un lado y a otro buscando a la persona que la había llamado. Al principio le costó encontrarlo, hasta que distinguió a la figura que se acercaba corriendo hacia ella.
Se quedó pálida al reconocerlo, aunque no fu nada fácil. Había cambiado mucho en esos últimos cinco años, tanto que durante unos segundos Andra estuvo a punto de pensar que se había equivocado y que no era posible que esa persona fuera Hector Acone.
Pero cuando lo tuvo más cerca no pudo dejar de negar lo evidente. Hector había sido un hombre guapísimo, con los ojos grises capaces de hacer que Andra se derritiera por ellos, el cabello caoba claro muchas veces despeinado y alto. Ahora, su cabello tenía multitud de canas a pesar de ser todavía muy joven, sus ojos de un tormentoso gris se habían vuelto pálidos, casi deslucidos, y su anterior piel morena era ahora una piel pálida como la de un cadáver. También había engordado bastante, y Andra pensó que no se parecía tanto a Hector como sí a su hermano menor, Hamish.
Llegó ante ellos resollando y tosiendo ligeramente, escondiendo los labios detrás de un pañuelo. Dios, hasta su ropa había cambiado y llevaba unas prendas grises; a su lado, Nate destacaba con sus finas prendas de color rosa y los ojos llenos de diversión y curiosidad a partes iguales.
—Hector —susurró Andra cuando fue capaz de reaccionar—. ¿Qué haces aquí?
—Necesitaba verte —respondió el hombre, que no dejaba de mirar a Nate de reojo. Su esposo hacía lo mismo, pero él no era tan discreto y lo confrontaba de cara, sus ojos azules clavados en el rostro demacrado de Hector. Andra notó la tensión en su cuerpo, así que lo agarró del brazo para que no hiciera ninguna tontería.
¿Por qué se comportaba así? Nate nunca había sido una persona celosa, ni tampoco muy violenta pues prefería atacar con comentarios a con los puños. Entonces, ¿tal vez sería porque era Hector? Nate había sido el primero que se había enterado de su ruptura, así que era posible que le guardara rencor. Andra sacudió la cabeza y decidió evitar cualquier tipo de confrontación entre ellos.
—Nate, ¿puedes dejarnos un momento, por favor? —le pidió a su esposo en voz baja.
Él no parecía muy seguro, y estaba a punto de replicar cuando Andra torció el gesto y le advirtió de no decir nada más. Nate dio una cabezada rápida en su dirección.
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El legado de las ninfas
FantasiaNathaniel y Andra tendrán que sobrevivir en un mundo en el que es imposible esconderse de los cazadores. *** En un mundo convulso, Nathaniel tendrá que sortear los diferentes problemas que me sacudirán la vida de mano de su familia y de Andra, su es...