Cuando se había mudado a Viacce hacía un par de años no había pensado que aquello terminaría ocurriendo, pero al final Andra estaba acostumbrada a las atenciones de los hombres de Viacce, casi tanto que ya no les prestaba ninguna importancia.
Se conocía a cada joven noble, a cada hijo de comerciante y a cada príncipe o noble extranjero que se acercaba a su casa y se plantaba delante de ella con un ramillete de flores, esperanzados por conseguir su favor.
Algunos se cansaban con facilidad y pasaban a picar otra flor, pero otros... bueno, otros era tozudos como mulas y a pesar de que Andra les dijera una y otra vez que no tenía ninguna intención seria con ellos, continuaban intentándolo insistentemente.
En ese mismo momento, la muchacha estaba paseando por el jardín trasero sola cuando escuchó el traqueteo de un carruaje que se aproximaba por la senda. Soltó un bufido al darse cuenta de que sus padres y su tío estaban en casa y que solo podía ser una visita la que se acercaba con tanto ruido.
Corrió hacia el interior recogiéndose las faltas hasta las rodillas y cuando llegó a la pequeña escalera estaba jadeando y riendo. Su madre ya la esperaba delante de la puerta con una mano en la cadera y negando con la cabeza, a sabiendas de que Andra era incorregible.
—Es el carruaje de los Acone —le informó su madre mientras hacía algo por arreglar la ropa de su hija de dieciocho años.
—Uff, seguro que es Hamish de nuevo —se quejó Andra, incapaz de volver a aguantar los interminables y sosos poemas del hijo menor de los Acone.
—O tal vez sea Hector. El otro día me encontré a su madre y me dijo que otro de sus hijos estaba interesado en ti y dudo mucho que sea Harley porque solo tiene diez años —le explicó su madre al ver su cara de desconcierto.
—Me da igual si es Hector, Hamish o Harley el que viene, no los aguanto a ninguno de los tres.
Sin embargo, su madre sabía que mentía. Andra había sentido algo por Hector Acone desde el momento en el que lo había visto tres meses atrás. El muchacho de veintidós años acababa de llegar de estudiar en la Universidad de Alziros y había asistido a un baile público que se había celebrado en la Plaza Dorada, la principal de Viacce.
Andra se había quedado prendada de él nada más verlo y habían llegado a conversar un poco. En un principio había pensado que tenía cierta disposición hacia ella, pero en seguida se había dado cuenta de que era así con todos. Solo era amable, se había dicho todas las veces que habían estado en la misma habitación; pero no servía de nada porque cada vez que el joven pasaba cerca de ella, Andra se ponía roja de vergüenza y le temblaban las manos.
—Andra, mírame —le dijo su madre de repente con una seriedad que la desubicó y la sacó de sus adorables pensamientos. Ella obedeció y se encontró con la mirada grave de su madre—. No quiero que hagas nada de lo que te puedas arrepentir, ¿entendido? Tu padre y yo te hemos criado para que actúes con razón y no por impulso. Puede que ese chico te guste, pero recuerda que las apariencias no lo son todo.
Ella asintió, entendiendo las palabras de su madre.
—Confiamos en ti y sabemos que eres inteligente. Sabes lo que deseas y lo que no, que es algo importante. No tires por el aire tus estudios y todos tus sueños por Hector Acone ni por nadie, ¿entendido? —Su madre sonrió, le dio un beso y después dijo—: Voy a buscar a tu padre y tu tío para que al menos saluden antes de que se vuelvan a meter en sus cuevas. Abre tú la puerta, cielo.
Andra respiró un par de veces para tranquilizarse antes de lanzarse contra la puerta al escuchar el agudo timbrazo.
Esperando delante de ella había dos hombres, hermanos solo por la sangre porque de aspecto no podían ser más diferentes
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El legado de las ninfas
FantasyNathaniel y Andra tendrán que sobrevivir en un mundo en el que es imposible esconderse de los cazadores. *** En un mundo convulso, Nathaniel tendrá que sortear los diferentes problemas que me sacudirán la vida de mano de su familia y de Andra, su es...