Andra se pasaba los días con Nate. Hablaban, cabalgaban, comían y cenaban juntos y no era extraño que se durmieran en la misma cama después de pasarse horas hablando o jugando a las cartas.
Estaba incluso pasando más tiempo con Henri y Julen, y después de que ellos la analizaran durante unos cuantos días, al parecer la aceptaron y en poco tiempo iban los cuatro juntos. No tardó mucho en confesar que ella y Nate eran lo mismo y les enseñó su poder (convertirse en cualquier animal) y su habilidad, que no estaba apenas desarrollada pero que ya la conocía (podía leer la mente de la gente, aunque le costaba una barbaridad)
Andra no era tonta, y sabía que la gente empezaba a susurrar el tipo de relación que tenían los cuatro. Cuando iba paseando sola por el mercado —algo también muy extraño, al parecer—, no se le pasó desapercibida las miradas de reojo de la gente.
Sabía que les extrañaba sus ojos violetas, su carácter e incluso el hecho de que le gustara vestir con colores llamativos como se hacía en Viacce y no con los tonos oscuros que se llevaban en Allsau. Si la gente con la que se cruzaba era especialmente valiente, incluso podía llegar a escuchar los insultos que le dirigían.
Era curioso, porque ella sabía que se atrevían a decir esas cosas porque no habían revelado que ella tenía el título de princesa. Si lo hubieran hecho, la cosa habría cambiado, pero querían mantenerlo en secreto para no verse arrollados por la estricta costumbre de la corte y la alta sociedad a la que se verían obligados a asistir.
—Son idiotas, no les hagas caso. —Era lo que siempre le decía Julen cuando les contaba lo que había ocurrido. Andra lo sabía, y aunque le desmotivaban un poco, sobre todo al principio, se decía a sí misma que no tenía ningún sentido y que ella era feliz. Y a la gente que le dieran.
***
Esa noche estaban en la casa que sus padres habían comprado en Allsau. En un principio habían pensado estar solo un tiempo, pero Andra les había pedido quedarse y ellos habían aceptado después de mucho suplicar.
La casa era bonita, con mucho mármol y tonos claros, con espacios grandes y abiertos bien iluminados por enormes ventanales. Por la noche se encendían las grandes lámparas de gas, que iluminaban las habitaciones con elegancia.
Estaban los cuatro metidos en el salón de música. Julen estaba tocando una melodía lenta y agradable en el piano, mientras que Nate escribía sin prestar atención a nadie, aunque la mayoría de veces se enfurruñaba y no paraba de hacer tachones. No dejaba que nadie se acercara.
—No nos deja ver nunca qué es lo que escribe —susurró Henri para que solo ella lo escuchara.
Henri y Andra estaba jugando al ajedrez, pero no le prestaban mucha atención porque estaban pendientes de Nate. Julen tampoco parecía tener el ojo puesto en el piano, porque no dejaba de echar miradas de reojo al chico rubio.
—¿No sabéis qué es?
Henri negó con la cabeza.
—Lo hace desde que lo conocemos y nunca nos ha dejado saber qué es lo que escribe. Julen dice que es un libro erótico.
—Nah, eso es más de mi tipo. —Andra sonrió mientras hacía avanzar a su caballo y vio de reojo como Henri aguantaba una carcajada.
—Algún día nos podrías dejar leer. Yo estoy a dos velas, no me vendrá mal algo de imaginación porque la verdad es que he desgastado las ideas que tenía.
—¿Y esa chica que te gustaba? La morena con la que te vi la semana pasada —le preguntó Andra, extrañada porque sabía que Henri llevaba enamoriscado de esa muchacha bastante tiempo.
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El legado de las ninfas
FantasíaNathaniel y Andra tendrán que sobrevivir en un mundo en el que es imposible esconderse de los cazadores. *** En un mundo convulso, Nathaniel tendrá que sortear los diferentes problemas que me sacudirán la vida de mano de su familia y de Andra, su es...