La fiesta estaba a punto de empezar y ellos todavía no estaban vestidos. Nate se estaba poniendo una casaca de color azul marino, con pequeños detalles en hilo de plata en los puños y el cuello. El chaleco era blanco y hacía juego con los pantalones. Los zapatos eran del mismo material que la casaca y todo hacía resaltar su piel blanca y los ojos azules, que parecían todavía más azules.
Andra, en cambio, llevaba un vestido púrpura, con los hombros al descubierto y con un profundo escote en forma de V que dejaba ver parte de sus pechos. Se había recogido el cabello negro en pequeñas trenzas que terminaban en un moño bajo; se había dejado dos mechones que le enmarcaban el rostro.
Nate la miró embobado mientras terminaba de maquillarse los ojos y casi sin darse cuenta, caminó hacia el tocador donde estaba sentada. Puso las manos en sus hombros y acarició la piel caliente de su cuello con un dedo, descendiendo lentamente desde detrás de su oreja hasta el punto en el que su pulso era más fuerte.
—Ponte la gargantilla de amatistas, te quedará bien —dijo Nate.
Andra sonrió y giró un poco el cuello para darle espacio. Recorrió con las yemas de los dedos la piel marrón de sus hombros y después ascendió por su nuca mientras se inclinaba sobre ella. Estaban tan cerca que sus alientos se entremezclaban y sus narices se rozaban, pero ninguno de los dos parecía querer dar el paso.
Pasaron unos segundos en los que solo se contemplaron antes de que Nate se lanzara y aprisionara sus labios entre los suyos. Andra se giró en el taburete para estar frente a él y le rodeó el cuello sin separarse, el beso cada vez era más intenso, más apasionado. Su esposa enredó los dedos en su cabello y los juntó un poco más.
Nate metió las manos por debajo de la falda, acariciando sus muslos y abriéndolos para él. Estaban a punto de continuar y dar un paso más cuando unos golpes en la puerta les hicieron apartarse. Andra tenía las mejillas rojas y los labios hinchados por los besos y él estaba seguro de que no tendría un aspecto muy diferente.
—¡Nate, vamos a llegar tarde! —gritó la voz de Jon al otro lado de la puerta.
—Bueno, seguiremos esta noche —le prometió Andra con una sonrisa pícara en los labios mientras se arreglaba el escote y cogía la gargantilla de amatistas del joyero. Nate se la colocó con cuidado y le dio un beso en los labios antes de salir de la habitación agarrado de la mano y riéndose como dos críos.
Jon los miró como si estuvieran locos y negó con la cabeza.
—Ay, hermanito, ya te llegará a ti la hora de estar enamorado —dijo Nate mientras le pellizcaba las mejillas y dejaba un beso en la punta de la nariz de Jon, que lo apartó a base de manotazos farfullando sobre como prefería no enamorarse para no terminar tan loco como él.
Los enormes pasillos del palacio estaban medio vacíos porque todo el mundo estaba ya en el salón de baile. Solo ellos y algunas parejas más parecían llegar tarde.
Por suerte, los reyes todavía no habían llegado, así que nadie los podría acusar de nada más que de distraerse un poco. Sin embargo, el salón estaba a rebosar de gente que portaba entre sus manos copas de champán que se vaciaban a toda velocidad y reían sin cesar, sus voces llenando el lugar.
El salón en sí era increíble, con el suelo de madera clara sobre el que resonaban los zapatos de cientos de personas. El techo era altísimo, en forma de bóveda; de él colgaban lámparas de araña hechas de cristal y oro que reflejaban la luz de las velas. Los enormes ventanales cubrían toda la pared derecha, mientras que en la izquierda había mesas y sillas apiñadas, todas ocupadas por los invitados al baile.
Andra, Nate y Jon se quedaron más bien cerca de las ventanas, desde donde podían ver el exterior, con los jardines iluminados por grandes faroles. Las fuentes estaban encendidas y había gente paseando por allí, todos aquellos que no asistían al baile.
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El legado de las ninfas
FantasíaNathaniel y Andra tendrán que sobrevivir en un mundo en el que es imposible esconderse de los cazadores. *** En un mundo convulso, Nathaniel tendrá que sortear los diferentes problemas que me sacudirán la vida de mano de su familia y de Andra, su es...