Capítulo 32: Miedo

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¿Estaba muerta? Nate llevaba toda la mañana sentado al lado de la cabecera de la cama donde habían colocado a Andra. No podía separarse de su lado, no era capaz de dejarla.

Tenía el cabello negro desparramado por la almohada, la piel marrón estaba pálida y sudorosa, los ojos cerrados y sin movimiento. Nate habría pensado que estaba muerta de no haber sido porque aferraba entre sus manos la muñeca de Andra y podía sentir su pulso, débil pero constante.

«No está muerta», se dijo a sí mismo. Pero la verdad era que lo parecía. Si hubiera tardado dos segundos más en llegar a casa, si Jack no hubiera sido tan rápido en llegar a casa de Henri, si este no hubiera corrido hasta allí... Andra habría muerto y él no habría podido hacer nada porque sus poderes no funcionaban desde hacía años.

—Nate —lo llamó alguien desde la puerta entreabierta de la habitación. Él se levantó después de dejar la mano de Andra con extremo cuidado, como si temiera hacerle daño.

Henri lo esperaba al otro lado, su rostro preocupado como pocas veces lo había visto. Había vuelto después de cambiarse de ropa y todavía tenía el cabello rojo mojado, con gotas que le caía por la mandíbula.

—¿Cómo está? —le preguntó Nate mientras se apoyaba en la pared y casi se dejaba caer hasta el suelo. Estaba agotado, las piernas apenas le funcionaban y le costaba pensar.

—Nate, ¿sabías que Andra está embarazada?

Le costó reaccionar más de lo que había pensado.

—No, no me dijo nada. Tal vez no lo sabía —conjeturó él, intentando encontrar una explicación para que su esposa no le hubiera dicho nada.

—Sí que lo sabía. Cuando te he echado, Andra ha despertado un momento, no paraba de hablar cosas sin sentido, pero durante unos instantes ha hablado con normalidad. Me ha visto y supongo que me habrá reconocido porque me ha cogido con fuerza y me lo ha dicho. Después se ha desmayado de nuevo.

Nate no entendía nada. No lograba comprender porque Andra no le había dicho nada y tampoco llegaba a entender porque Henri le contaba todo esto. A no ser que...

—¿El bebé está bien? —logró preguntar con un nudo en la garganta de puro terror. Se había levantado de un salto y su cuerpo entero temblaba esperando la respuesta de Henri, que parecía tardar años en llegar.

—De momento sí.

—¿Cómo que de momento?, ¿qué significa eso?

—Significa que no sé qué va a ocurrir en los próximos días. Tal vez no logre sobrevivir y Andra está muy débil, Nate. Si sufre un aborto, es posible que ella no lo pueda soportar.

—No, no, Henri. Andra no va a... —Ni siquiera era capaz de decir la palabra, que se le atascó en la garganta, quemándole por dentro como si le hubiera puesto un par de cerillas ahí.

—Nate, no digo que vaya a pasar, pero es una posibilidad y tengo que decírtelo por mucho que me duela. Andra puede morir.

—¡No! No te atrevas a decir eso, Henri, no te atrevas —Conforme iba hablando, la voz de Nate se fue haciendo más débil hasta convertirse en un susurro y de ahí a un sollozo.

Sus piernas flaquearon y lo habrían mandado al suelo de no haber sido por Henri, que lo sujetó justo a tiempo. Nate sollozó entre sus brazos, como un muñeco roto y sin fuerzas. Su interior ardía, la sola idea de perder a Andra era como un puñal en el corazón y lo peor de todo era que él no podía ayudarla. Si llegaba el momento en el que su hijo no aguantara más, él no podría ayudar a ninguno de los dos porque sus poderes eran inexistentes, habían desaparecido. Se sentía como un inútil por no ser capaz de hacer nada por ellos, y eso lo mataba todavía más.

El legado de las ninfasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora