En Vera nunca nevaba, decía la gente. Y era cierto, y menos a finales de verano. Sin embargo, aquel día había amanecido con una capa fina de nieve cubriendo el suelo como un manto frío.
Nadie supo el porqué de ese suceso, excepto una pequeña familia que vivía en el centro de Vera. Era un matrimonio joven y feliz y a diferencia de la mayoría de las personas, conocían como funcionaba en realidad el mundo.
En aquella casa y aquel día, nació su única hija, Andra Sophia Anker. No había sido una niña deseada en un primer momento, pero cuando sus padres descubrieron que estaba en camino, se convirtió en seguida en lo más querido para ellos, algo que en esa época no era común, y menos en una pareja que no estaba casada al recibir la noticia.
—Vera no es un buen lugar para criar a una niña —comentó Cahir sentado al lado de la cama de su mujer, que mecía a la niña con cariño.
—¿Y dónde vamos? Toda la gente que conocemos está aquí.
—No lo sé —admitió el hombre.
Solo había dos opciones: o ir con la familia de Cahir o volver a Viacce, el lugar de procedencia de la familia de Linna. Ninguna de las dos era atractiva, porque sabían que tendrían que abandonar la vida que se habían ido forjando a lo largo de tantos años, y a los dos les dolía el mero hecho de planteárselo.
—Supongo que mis padres estarían dispuestos a que fuéramos, al fin y al cabo, es su primera nieta —expuso Cahir.
—Tus padres estarían encantados, pero... —Linna negó con la cabeza.
—Lo sé, yo tampoco quiero irme. Ojalá estas decisiones fueran más fáciles.
Justo cuando decía eso, escuchó que alguien llamaba a la puerta. Cahir se levantó de un salto y bajó las escaleras corriendo, sabiendo perfectamente quien llamaba.
En la puerta se encontraba una pareja de su misma edad. El hombre, Michael Cox, era alto, con la piel cobriza y unos ojos extraños de color ámbar y verdoso; su cabello era largo, castaño y desteñido por el sol, lleno de rastas. En cambio, la mujer, Sarah Cox, tenía la piel rosada y llena de pecas que se quemaba con facilidad; su cabello rojo y largo destacaba como una llama.
—Habéis tardado —se quejó Cahir con una sonrisa burlona en el rostro.
—Lo siento, príncipe. Estábamos ocupados —respondió Michael siguiéndole la broma con su voz grave y ronca que hacía temblar la casa entera. Después, soltó una carcajada y ambos entraron en la casa.
—Linna está arriba con la niña —les informó.
—¿Al final ha sido una niña? Enhorabuena.
Sarah subió las escaleras corriendo para ver a su amiga mientras que Cahir y Michael se quedaron hablando en el pequeño salón. La pared de la derecha tenía un balcón estrecho y una puerta gigantesca de cristal que les permitía tener luz durante toda la mañana. Cahir abrió la puerta para ventilar y ambos se sentaron en las sillas de mimbre que había afuera.
—¿Qué vais a hacer entonces? —le preguntó Michael. Su amigo rebuscó en el bolsillo de su chaqueta y sacó una caja pequeña y aplanada llena de tabaco y papel para liar. Con facilidad, hizo un cigarro y lo encendió con un mechero.
—De eso estábamos hablando cuando habéis llegado. No sabemos qué hacer. Ambos sabemos que Vera no es un buen lugar para vivir con una niña, y menos conforme están las cosas últimamente, pero ninguno quiere marcharse.
—¿Sabías que Sarah también se quiere marchar? —le contó Michael después de dar una calada.
—¿En serio?
ESTÁS LEYENDO
El legado de las ninfas
FantasyNathaniel y Andra tendrán que sobrevivir en un mundo en el que es imposible esconderse de los cazadores. *** En un mundo convulso, Nathaniel tendrá que sortear los diferentes problemas que me sacudirán la vida de mano de su familia y de Andra, su es...