Capítulo 21: Humo y sangre

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Linna había conseguido sacar a Andra de casa para dar un paseo por un parque que estaba a menos de cien metros de su hogar. Ella había aceptado tan solo porque si se quedaba en casa seguiría vomitando de pura angustia.

Hacía días que todo lo que comía sabía a cenizas en su boca y poco después lo vomitaba todo. Sus padres la miraban preocupados y Andra empezaba a ver como cuchicheaban entre ellos, dirigiéndole miradas de reojo cuando creía que no los veía.

Era muy pronto para que hubiera gente en el parque, pero aun así su madre se empeñó en llevarla por un pequeño camino bordeado a ambos lados de grandes árboles. Andra vio a una ardilla pequeña que correteaba tronco arriba, huyendo de ellas.

—Cariño, ¿puedo preguntarte algo? —le dijo su madre con una voz preocupada. Era raro que su madre le pidiera permiso para preguntarle cualquier cosa, así que Andra asintió curiosa—. ¿Es posible que estés embarazada?

—No —respondió Andra con una seguridad que no terminó de convencer a su madre.

—¿Segura? Llevas muchos días enferma con vómitos y mareos. Y sé que no has tenido el periodo todavía.

—¿Me estás controlando? —le reclamó ella, soltándose de su brazo de golpe.

—Solo me preocupo por ti.

Andra asintió y se disculpó por haber reaccionado así. Esos días tenía los nervios a flor de piel y saltaba a la mínima de cambio.

—Mamá, no estoy embarazada. Te lo prometo.

Esta vez, su madre la miró durante unos segundos y Andra todavía pudo ver una sombra de duda en sus ojos.

—N-nate no puede tener hijos. B-bueno, sí, pero no de momento —intentó explicarse, aunque estaba segura de que solo lo había empeorado más.

—¿A qué te refieres? Venga, niña, sabes que puedes contármelo todo.

Andra respiró un par de veces, miró a ambos lados para asegurarse de que no había nadie. Aun así, bajó la voz al hablar.

—Hace tiempo que Nate fue a ver al tío Cahal para que le diera algo con lo que evitar tener hijos. Lo hizo cuando todavía pensaba casarse con Lydia Ander y no lo dejó en ningún momento. El tío le dio lo mismo que le daba a papá, esas semillas tan raras, ¿te acuerdas?

Linna Anker soltó un suspiro de alivio al ver que su ni su hija ni su yerno habían perdido la cabeza. La noche que se habían acostado, Nate se lo había dicho para que no se preocupara, aunque ambos habían admitido que la idea de tener hijos no estaba nada mal, pero para más adelante. Pudiendo controlarlo, podía decidir el momento más adecuado.

—No te preocupes, mamá. Lo que me pasa es que estoy tan nerviosa que no soy capaz de retener nada en el estómago. Cuando vuelva Nate y esté segura de que se encuentra bien, me recuperaré en cuestión de horas —le aseguró con una sonrisa mientras volvió a enredar sus brazos y continuaban paseando.

Andra y Linna pasearon un buen rato más hasta que, cansadas volvieron a casa. En Allsau, la mayoría de los días eran lluviosos y la ciudad estaba cubierta de niebla, y esa mañana no fue diferente. Poco después de que volvieran a casa, el cielo se convirtió en una masa de nubes grises que descargaron una tormenta de lluvia y viento sobre Allsau.

Sin poder hacer nada para distraerse más que esperar noticias de su padre o de su tío, decidió leer un rato. Era uno de los libros de poemas favoritos de Nate, que llevaba siempre a todas partes a pesar de que se sabía cada poema de memoria. Andra los leyó con cuidado, como si de esa forma pudiera captar la esencia del hombre a través de las páginas gastadas y amarillentas por los años.

El legado de las ninfasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora