Si Pasamos De Hoy

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JULIO 2001. LONG ISLAND, NUEVA YORK.

CAPÍTULO CONTINUACIÓN DE:
LA NIÑA FANTASMA

– Está muerto. De seguro está muerto.

– Cállate, Connor. Tu reflejo no está muerto. Esto sólo es un poco de ejercicio– masculló Fer con una mueca aburrida mientras miraba al otro Stoll inmóvil en el piso. No sabía cómo era que había aceptado ayudar a Luke a entrenar a la cabaña Hermes si el que debía un favor era él, no al revés.

Pero ahí estaba. Aburrida de ver a esos pobres chicos sudar como puercos mientras apenas terminaban el calentamiento. Un Connor sudado pero hidratado estaba a su lado porque se desgarró un músculo por tercera vez y la acompañaba como un buen asistente cojo mientras la ambrosía hacia efecto.

Se notaba la tensión en el ambiente. Fer y los demás sabían que esa noche podría ser la última del mundo conocido, pero decidían ignorarlo y lo llenaban bastante bien con una rutina exhaustiva de ejercicios. Algunos campistas más antiguos se notaban hasta normales, como si la conmoción, una latente destrucción global y la amenaza de una muerte inminente fuera cosa de todos los dias... Que hasta cierto punto lo era. Pero se entiende el camino que se quiere seguir.

Fer aún se notaba pálida. El sol apenas le daba algo de color a sus mejillas. Su ceño permanecía fruncido mientras se acercaba de rato en rato ha su botellón y daba largos sorbos.
El botellón de Fer era genial. Tenía la misma función de la vajilla del comedor del campamento, por lo que era prácticamente infinito. El sonido de una caracola indicó que ya era hora de almorzar y los cuarenta adolescentes desperdigados por el campo de entrenamiento suspiraron de alivio.

Sin duda, no querían volver a estar bajo las órdenes de la pequeña tirana que era Fer como entrenadora.

– el calentamiento terminó, vamos a comer. – dijo poniéndose su toalla al cuello y llendose de ahí a paso veloz para darse una ducha rápida y luego poder tirarse en alguna hamaca. Ignorando por completo las miradas atónita de sus compañeros de cabaña.

Claro, ellos no sabían que solo estaban calentando.

Después de ducharse, Fer llegó a tiempo para ver a los campistas maltrechos formarse. Parecía que un camión lo había arrollado. Se colocó hasta adelante de la fila dando pequeños saltos tiernos, que no combinaban para nada con todo el sufrimiento que los hizo pasar horas antes.

Su vestuario tampoco era el habitual. Llevaba un vestido sencillo a la rodilla de estilo griego en color blanco junto a sus tenis negros de segunda. Su rizado negro cabello ondeaba con la brisa veraniega.

Había sido un regalo de Silena Beuregard, la chica de la cabaña de Afrodita a la que Fer le daba algunas clases extra de cultura griega como refuerzo. Al parecer, Fer tenía paciencia para enseñar lo que sabía, por lo que no le molestaba explicarle por horas a la linda morena sobre las historias de sus tíos, primos y sobrinos.

Fer se puso al inicio de la fila y cuando devolvió el saludo de una niña pelirroja cerca de la hoguera el ambiente se volvió más cálido y hogareño. Ver a Fer sonriendo a pesar de casi morir hace menos de una semana les daba esperanza, o al menos algo de entereza para abrazar el destino que se aproximaba a la vuelta de la esquina, cualquiera que fuese.

Terminaron el almuerzo con tranquilidad y Fer desapareció del comedor de camino al lago, no sin antes pasar por la cabaña en busca de su gorrito.

Había algo en ese gorro de lana gris, desgastado y de punto, que la hacía sentirse segura. La niña suspiró mientras acariciaba el material al colocárselo y se descalzó. La arena de la playa se sentía bien bajo sus pies.

Inferna Heller BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora