tres señoras amargadas

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OCTUBRE 1997, INFRAMUNDO. LOS ÁNGELES, CALIFORNIA

CAPÍTULO CONTINUACIÓN DE:  Y ÉL DIJO...

¡Gracias por viajar con Cruceros Caronte, vuelva pronto! 

Fer miró hacia el techo, buscando de dónde salía esa voz que acababa de sonar mientras sus pies bajaban de la barcaza de Caronte hacia la tierra estéril que bordeaba el rio Estigio. Dean, a su costado, estaba pálido y temblando. 

La niña no entendía porqué, ella solo necesitó decirles a los espíritus que rogaban por subir a la barca que los dejaran en paz para que se fueran. No fue demasiado tiempo, pero capaz al chico no le gustaba la sensación helada que dejaban las manos de las almas en pena cuando te tocaban. Hacía una rara combinación de frio y calor ahí debajo, por lo que la niña tenía puesta su chaquete gris plateada extra grande, y la llevaba abierta sobre aquella camiseta rosa de tirantes de espagueti que tuvo que conseguir en medio del viaje.

Allí, en el inframundo, todo se veía bastante lúgubre. El frío calaba los huesos, pero había llamas que se alzaban tan alto que parecía que llegarían al techo. Aunque que no había techo, solo una caverna infinita brillando suavemente por las piedras preciosas que tenía clavadas en sus paredes, y proyectaba sombras tétricas de muertos. El suelo era de arena negra, crujiente como grava y con puntos blanquecinos que podían ser o no ser huesos. Fer tenía cosas que hacer, una misión que completar para volver al campamento, no podía detenerse a pensar si estaba pisando huesos. Dean, a su lado, daba saltitos y miraba con asco el piso. Su camiseta verde fosforito destacaba entre las llamas y sombras contundentes como un faro.

— ¿Lo del piso es...? — murmuró el chico ahogando un grito. — s-son huesos.

La niña se encogió de hombros, empezando a caminar. Detrás de ella, el semidiós tenía un silencioso ataque de pánico, levantando las manos con asco y mirando al piso. Claro, eso hasta que notó que su niña asignada se alejaba caminando hacia un palacio de columnas tan delgadas y altas que parecían falanges, que se alzaba imponente tras un puente antiguo en la cima de un risco empinado. En ese momento, dejó de chillar silenciosamente para correr detrás de la azabache.

— ¡Hey, espérame! — gritó mientras llegaba a su lado. La niña tenía un paso ligero mientras mantenía sus manos en los bolsillos de su gigantesca chaqueta plateada, le dio una pequeña mirada mientras seguía el camino.

— Avancemos — murmuró ella en tono bajo y jocoso. Sus pasos rompían la monotonía del lugar. A lo lejos se escuchaban lamentos y gritos de agonía, pero parecían mantenerse lejos de ellos. Y, bueno, Dean no se dejaba.

— ¿Vamos hacia allá? — preguntó el chico, señalando con el dedo hacia el imponente castillo.

— Ajá.

— ¿Hacia el castillo de allá arriba?

— Si.

— ¿Ese que da miedito? —musitó con voz ahogada.

Fer resopló divertida.

— Si, Dean, el que da miedito y parece hecho de huesos.

Hubo un momento de silencio.

— Ah, vale.

Y Fer no pudo contenerse de soltar una risa.

— ¿Una carrera hacia el puente? — propuso la rizada, cerrando su chaqueta para que no se le caiga.

El hijo de Deméter la miró incrédulo. Al parecer, la niña no sentía toda la energía mágica opresiva de muerte alrededor por su comportamiento. De hecho, se veía bastante vigorizada.

Inferna Heller BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora