Inferna Heller Black

New York

JUNIO 1997. MANHATTAN. NUEVA YORK.

CAPÍTULO CONTINUACIÓN DE : MALDITOS PARQUES NACIONALES

Huir de la abuela falsa fue relativamente fácil. Un poco de mentiras, un poco de niebla y listo... pero, Fer seguía con aquella opresión en el pecho y queriendose matar.

Caminó hacia un callejón y se aseguró de que no hubiera nadie ahí antes de cambiarse de ropa. Junto a Elver habían conseguido unos jeans azules y una camiseta gris. Ató la brillante chaqueta plateada en su cintura mientras recordaba a su protector diciéndole lo bien que le quedaban los tonos grises.

Suspiró. Fer quería que se lo dijera en persona. Y dolía, joder, cómo dolía. Sorbió su nariz antes de salir del callejón, no podía darse el gusto de que la vieran vulnerable. Si bien Elver estuvo poco tiempo con ella, fue suficiente para que aprendiera todo lo que el sátiro le enseñaba como si de  una esponjita se tratara. Sus enseñanzas se habían dividido en dos grandes ramas: la primera, mitología griega; y la segunda: el compendio de supervivencia semidiós. El cual contenía información sobre primeros auxilios, plantas medicinales, orientación y navegación, habilidades de supervivencia básica, manejar la niebla, leer el ambiente y "como actuar según el contexto".

Así que Fer ya había aprendido ha hacer una fogata, limpiar una herida y curarla con hiervas naturales, encontrar el Norte, analizar superficialmente las posibles amenazas en el entorno, engañar y a mezclarse en la multitud. La niña no lo sabía, pero no era normal que alguien de su edad supiera todo eso, y menos que lo aplicará con tal naturalidad. Elver sin duda había hecho un buen trabajo enseñándole cosas que le serían de ayuda el resto de su vida.

Claro, si su vida duraba lo suficiente como para aplicar sus conocimientos.

Y ya estaba teniendo problemas, porque su bien había sido hábil para crear un plan de escape que incluyera la niebla, no tenía ni idea de donde estaba Long Island. Elver le habló de una Bahía o algo así, pero la chica estaba segura de que caminar por todo el litoral en busca del campamento, en un área desprotegida y extensa, era una forma estúpida de morir; y ella había prometido no morir antes de llegar al campamento.

La nena suspiró e hizo una mueca con la boca sin dejar de caminar. Tenía la sospecha de que si se detenía podría ser aplastada por la marea de personas que llenaba en las calles y la golpeaban con sus extremidades o bolsos, sin intención pero sin pena, mientras pasaban a su lado.

Sin duda, Fer no era tonta.

Y por eso mismo, sabía que no podía pedirle indicaciones a un policía, porque no servían ni confiaba en ellos después de que uno se transformará en cíclope frente a ella; ni a ninguna persona que tenga tierra en la cara y muecas hostiles.

Siguió caminando y perdiéndose entre las calles. Y si vio alguna rareza, la ignoró. No le impresionaba ver gente con la piel dorada e inmóviles como si fueran estatuas, o tipos que se paraban de manos y escupian fuego por la boca. Lo que sí le llamó la atención fue un hombre cantando. Llevaba un conjunto blanco impoluto de pantalón, zapatos y camisa, su cabello rubio y rizado resaltaba como si fuera de oro y su piel bronceada tenía un brillo propio sutil y dorado. Una sonrisa blanca y relajada adornaba su boca con perfectos dientes y sus ojos se veían adormecidos mientras cantaba.

Put your head on my shoulder
Hold me in your arms, baby
Squeeze me oh-so-tight
Show me that you love me too

Su voz acariciaba los oídos de una manera magistral. De inmediato, Fer se detuvo frente al hombre para poder escucharlo más tiempo. La suave cadencia de su voz la envolvía y relajaba. Se dio cuenta que no era la única, porque al menos otras diez personas se detuvieron con ella y se colocaron alrededor del hombre cantor para escucharlo. Tapando así la vista de la niña.