El genio

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Había una vez un genio de una lámpara maravillosa que vivía con el temor de que alguien muy valiente, entrara a la cueva donde se escondía un gran tesoro, y después de pasar por muchas trampas y aventuras, cogiera la lámpara en donde se encontraba y lo liberara para pedir sus tres deseos.
- Eso es mucho tiempo esperando- dijo René, un jovencito de 10 años
- Si, así es. De hecho, es toda una eternidad- contestó Flora
- ¿Y mientras tanto qué hacía hada madrina?
- Eso mismo les voy a contar.

Cualquier pensaría que la lámpara era sólo eso, quizás un cuarto con cojines árabes y esas cosas, pero no, en realidad este objeto, no era más que un puente, una vía para pasar de un mundo a otro. El genio estaba destinado a servir a los deseos de aquel que poseyera la lámpara pero a cambio era el dueño de un mundo lleno de riqueza y felicidad, donde todo era posible, gracias a la magia.

En su mundo, él era un gigante, que sentado en su trono dorado era complacido como quería. Sus noches eran una fiesta llena de lujos y diversión, se sentaba rodeado de sirvientes, buena comida y frente a él bailaban jóvenes haciendo espectáculos.

Una bailarina árabe en particular hacía brillar sus ojos.
Su nombre era Ya Rayah, era morena, tenía un cabello negro que le llegaba más allá de la cintura, con ojos negros grandes y pícaros que junto con sus movimientos embobecían no sólo al genio, sino a todos los que estuvieran viéndola.

La bailarina danzaba por todo el salón, siempre tenía una o dos danzas especiales, y lucía los mejores trajes del reino, entre oro, diamantes, rubíes, seda, todo lo que ella pidiese el genio se lo daba.

Las noches eran casi todas iguales, y en los días el genio se dedicaba a volar por su reino, no necesitaba ningún transporte, sólo debía desear un lugar en particular para aparecer de inmediato

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Las noches eran casi todas iguales, y en los días el genio se dedicaba a volar por su reino, no necesitaba ningún transporte, sólo debía desear un lugar en particular para aparecer de inmediato. Sus lugares predilectos estaban en las cimas de las montañas, donde claramente podía ver todo un mundo increíble de maravillas.
Se subía a las nubes y con ellas creaba aves enormes blancas y dragones también, que lo llevaban a disfrutar de un agradable paseo. O incluso, si tenía deseos de darse una siesta, las acomodaba creando una especie de habitación en las nubes, donde sirvientes alados les traían lo que pidiese.
- ¿Y por qué necesitaba sirvientes si podía crear lo que quisiera?
- Para no sentirse solo. La mayoría de la gente le gusta sentirse acompañado, amados, servidos o alabados. O quizás todas esas cosas al mismo tiempo.

También se metía en el mar y de sus rocas y corales creaba desde peces de colores hasta enormes ballenas y lagartos feroces. En el mar también le gustaba descansar, y para eso creaba palacios donde podía vivir en un reino bajo el mar.
Y por qué no, le gustaba entrar al mismo centro de la tierra y empinando un volcán hacia arriba elevaba una isla paradisíaca, y allí se pasaba días decorándola con cascadas, palmeras, praderas y cañones impresionantes. Playas hermosas con sus arrecifes de coral para vagar en un mundo acuático.

Después de crear y regodearse en algún lugar, el genio regresaba y cobraba el cuerpo de un humano normal, allí se metía en una tina de chocolate o cualquier lucro caprichoso, y era servido por sirvientes que le traían lo que deseara, sino lo creaba él mismo.
- ¡Waoooo!- exclamó Rene- yo quiero ser un genio.
- Si, parece maravilloso
- ¡Lo es! .........¿O no?

Casi todo en la vida tiene ventajas y desventajas. El genio era como un dios enjaulado. Podía disfrutar y conceder casi cualquier cosa...
- ¿Pero....?- dijo inquieto el niño.

El genio podía pasarse siglos viviendo esa vida gloriosa que jamás acabaría, hasta que lo llamaran, y una vez que lo hacían este estaría a merced de cualquier que tuviera la lámpara. Y cuando esto pasaba, podía ver cómo en el cielo se creaba una gran tormenta, creando un remolino de nubes tormentosas que parecían arrasar con todo el mundo maravilloso que él había creado y no era hasta que este se alzaba y se metía en este remolino, que la tormenta no cesaba, dejando a todo su mundo en paz.

A partir de que el genio tuviera un amo, su reinado era interrumpido por este cada vez que quisiera. Y no sólo eso, tenía que complacer absolutamente todo lo que su amo le pidiera, sin importar lo que sintiera. Así fuera robar, asesinar, cualquier cosa, el mágico tenía que obedecer y cumplir la orden sin chistar.

Es por esa razón, que cada vez que tenía un nuevo amo, el genio buscaba la manera de desaparecer la lámpara maravillosa a un lugar donde nadie pudiera recuperar, al menos no tan fácilmente. Por eso creo la cueva de Alivabá, donde sólo con la magia determinada y el conocimiento preciso, los posibles amos podían llegar a esta, enfrentar sus desafíos y por último, conseguir el premio.
- Hada madrina- dijo René.
- ¿Sí?
- ¿Esa cueva existe?
- Así es.
- ¿Y tú sabes dónde está?
- Mmmmmm..... ¿Por qué quieres saberlo?
- Bueno..... nada, nada.
- Jajajajaja, ¿Qué estará pasando por esa cabecita?

Flora se paró para apagar una vela, los niños se acomodaron.
- Descansen niños- y apagando la vela se fue.

Cuentos del Hada MadrinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora