Está a punto de disparar.
- Si lo haces -Mi voz la obliga a girarse quedando de espaldas a la morena, lo único que ahora me apunta a mí y levanto las manos para evitar que cometa esa locura-. Nos devolverán al psiquiátrico, a ti y a mí.
- Mejor eso que vivir en libertad sin ti ¿No?
Algo poético pero macabro. Ladeo la cabeza pensando en la oferta, a lo mejor debería aceptar su oferta e irme con ella, sería soportarla como de costumbre en el patio pero al menos no llamará la atención de ningún telediario. Con mucha discreción miro en dirección hacia Atenea, me escandalizo al percatarme de que no está ahí, solo ha dejado en su lugar un enorme charco de sangre reciente. No diviso huellas, ni ríos por el arrastre, nada que me indique dónde está. Mi rabia se focaliza en Mishel, pudiendo tratar con Scarlett para secuestrarla o alguna otra persona capaz de hacerlo pero esta tampoco ha notado la diferencia del cuerpo inexistente frente a ella, solo se enfoca en mí.
- Está bien -Bajo las manos lentamente observando sus ojos oscuros-. Me iré a tu bando.
- Si no puedes con el enemigo únete a él -El agarre que tiene contra el arma se afloja y deja de atentarme.
- ¿Con eso dejarás a Atenea en paz?
- He podido vencer a la única perturbada más temida del psiquiátrico, del ala Sur -Parece fascinada con la idea en el aire-. Para mí que es solo un gusano mugre.
Suelta una carcajada relajada, demasiado alto para mi gusto e inclina la cabeza divertida por lo que ha dicho. Su melodía cesa más rápido de lo que me esperaba, tose mientras me mira con los ojos muy abiertos, algo le ha pillado de sorpresa. Se comienza a atragantar con su espesa sangre la cual sube hasta la boca siendo expulsada con más intensidad, cae al suelo apoyando las rodillas y tras su cuerpo aparece Atenea, parece sacada de una película de terror donde ella es la asesina. El pelo está repleto de costras y sangre seca, al igual que su cara llena de manchas rojas, refleja en ella la furia que le consume la mirada, el brazo no le ha parado de sangrar, sus manos carmesí sujetan una aguja médica que atraviesa por detrás la garganta de la pelinegra. Esta sin fuerzas intentan alcanzar las ropas sucias de Atenea pero le es en vano, aprieta su cuello para evitar asfixiarse del todo pero es demasiado tarde cuando la agresora gira en torniquete la aguja enterrándosela hasta dentro, con una patada la tumba boca abajo en suelo. Su cuerpo convulsiona unos pocos segundos hasta que termina de sufrir y deja de respirar.
Ambos nos miramos, ella sin ninguna expresión compasiva como de costumbre, siendo de nuevo esa estatua fría y perturbada con la que es imposible mantener una conversación extensa. Pero yo estoy incrédulo, ha sido todo demasiado rápido mientras que todavía tengo frente a mí a una asesina en potencia que me mira con indiferencia, como si no le importara hacer lo mismo conmigo.
- Te veo... Veo que has cogido fuerzas -Es un intento de hacerle notar que está de pie y se mueve con facilidad, carraspeo antes de seguir hablando después de su incómodo silencio-. Gracias, supongo.
- Se llama adrenalina y no lo hice por ti.
Su tono cortante me deja a cuadros, vago en el recuerdo de hace unos largos minutos cómo me besaba, esos finos labios que sabían moverse a la perfección, que encajaban con los míos como un puzle. Y ahora parece olvidarse de ello, no debemos darle importancia, ambos sabemos que fue un error pero no quita que se ha roto un nuevo lazo entre nosotros y no podemos caminar hacia atrás como si nada hubiera pasado. Arranca con brusquedad la parte baja y limpia de su camisa, la enrolla en el brazo a forma de torniquete y espera un momento a recobrar aire antes de seguir caminando.
Es extraño cuando salimos al pasillo, está vacío e intacto a comparación de la sala que dejamos atrás. Nos desplazamos a paso ligero sin detenernos para observar nada, la calle está fría y es porque ya es entrada la noche. No hay personas paseando por allí, no tenemos un coche que nos refugie y nos alcance hasta la cabaña, tampoco podemos coger un taxi y asustarle con nuestras pintas porque entonces llamaríamos la atención y nos retendría hasta que llegara la policía.
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Medicine
RomanceDespués de tantas mentiras, es hora de contar la verdad aunque con ello le cueste vida. A cada paso suyo es una pista, un nuevo recuerdo, avanza hasta que no puedas más y jamás confíes en nadie. "Mira allí, donde más te duela".