Capítulo 4

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Mirar a Atenea es como ver a un animal indomable, nunca sabes qué pasa por su mente, cuál será su próximo paso, si está feliz o quiere arremeterte un golpe en la cara. Al tenerla cerca he sentido el frío que emane, tan helada como la expresión de sus ojos, tuve que contenerme demasiado para no tocarla, verificar que estaba bien, sus venas azules hacían parecer que venía de un baño de nieve.

Le he dado vueltas al tema de Mishel, el resto de compañeros de patio me han advertido de que es muy cariñosa, algo extraño de ver en un lugar como este, también han querido dejar claro que le gusto, tiene la mirada puesta en mí y quizás es por eso que busca pelea con mi vecina de celda, puede que esté celosa o solo necesita marcar territorio, sea como fuere, me encanta ver a la rubia fuera de sus casillas. Es como ver una obra de arte en su mayor esplendor, aunque sé que es capaz de sorprenderme aún más y eso en parte me aterra y me pone eufórico. No puedo dejar de admirar sus facciones cuando se endurecen al encararse de mala gana, cómo maquina tantas frases peliagudas capaces de cortarte el aliento, usa ese tono sarcástico que solo le funciona a ella, en cambio la pelinegra hace un intento de mantenerle la mirada, no quiere quedar por debajo de nadie delante de mí pero yo ya la conocía cuando la vi, la típica niña asustadiza romántica que cree en los príncipes azules capaces de rescatar a su princesa del castillo, aún así, me divierte.

Observo como almacena los libros del pequeño estante cutre que tiene colgado a un lado de la  cama, estamos casi todo el tiempo visibles uno delante del otro pero son muy pocas las veces que me dirige la palabra. Escucho una conversación que intenta tener Bob con su vecina Verónica, esta se esconde en las oscuridades para evitar una felación junto con frases desagradables del lechoso, al menos alguien de aquí tiene sexo. Me detengo a mirar los hombros desnudos de la rubia, tiene unas enormes rajas de color carmesí, parecen tan profundas que son incapaces de recobrar el tono de su piel. Pienso en todos los castigos posibles, o de los que me han hablado y no caigo en ninguno tan atroz que pueda abrirte la carne. Sus brazos también tienen marcas, esas sí las había notado, puede que todo el mundo se las haya visto y piensen que es por meterse en varios líos, no digo que no.

Suena un agudo pitido que indica el cierre de puertas, nadie se queda en el pasillo a vigilar, en cambio sí hay un hombre de seguridad respaldando la puerta al otro lado. La luz exterior se apaga, quedamos todos a oscura excepto las celdas que han decidido encenderse y resplandecen al resto. Entre la penumbra diviso su sombra, un pequeño sonido metálico con mucha lentitud me avisa de que ha salido de su celda y está a punto de entrar en la mía. Doy la espalda mirando hacia la pared, piensa que me pilla desprevenido ya que llevo todo el día acostado con los ojos cerrados tan solo abriéndolos para asegurarme de que no intenta matarme mientras duermo. Sus pasos son tan suaves como una brisa, se desplaza con rapidez hasta llegar al borde de la cama, posa una mano en mi hombro derecho y con un fugaz giro consigo envolverla y recostarla debajo de mí con mi mano en su cuello haciendo presión.

- Muerta -Digo mientras oigo su respiración acelerarse con mi agarre.

- Si vas a matarme es algo estúpido de tu parte hacerlo antes de saber cómo salir de aquí.

Ruedo los ojos pero tiene razón, me molesta que siempre tenga razón. Me alejo a cierta distancia de seguridad tomando asiento, ella apenas se inclina para verme y zarandea la pelota roja robada sobre mi cara, luego la suelta dejándola rebotar en mi estancia.

- Gracias -Suena como una pregunta retórica por la confusión añadida.

- Lo único que debes agradecer es estar vivo.

Se levanta un poco la camisa dejando a la vista su abdomen poco tonificado, es plano pero me sorprende no ver musculatura. En el borde del pantalón atrapa un trozo mal arrancado de papel mugriento, veo varias cortadas en su oculta piel, algunos moratones y quemaduras que incitan a recorrerlas. Frunzo el ceño cuando veo un mapa bastante bien calcado del lugar, pero lo más extraño es la tinta roja con la que se dibuja.

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