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Michel, pasó por Betty, como le había prometido. Charlaron en el camino gratamente. Y la dejó en la puerta de Ecomoda. Al entrar se dirigió a Presidencia.

Al ver la cara descompuesta de Armando, supo que algo no andaba bien.

¿Pasa algo Don Armando? –dijo preocupada-

Él la miró. Estaba vestida de manera distinta, el escote de su blusa, dejaba volar su imaginación. Y al salir de su ensoñación le mencionó:

¿Qué tal su noche Beatriz? ¿La pasó muy bien? –el tono de su voz denotaba que se moría de celos-

Sí, Michel fue muy amable, me llevó a mi casa –dijo Beatriz-

Sí, claro, muy amable  Beatriz. Tanto así que no le molestó en lo absoluto que la tomara de la cintura ¿no? –dijo él con tono de enojo-

Disculpe doctor, pero no veo a qué vienen tantos cuestionamientos. Usted se pasea y se besa con doña Marcela, es más, no solamente duerme con ella. Y yo ¿no me puedo dejar abrazar por la cintura? ¿No le parece demasiado? –dijo ella fastidiada dejándolo solo-

Armando, se sintió estúpido. Beatriz tenía razón. Era una idiotez reclamarle por eso, cuando él estaba con Marcela. No tenía autoridad moral para hacerlo.

La siguió a su oficina y le dijo:

Beatriz, perdóneme. Es que no soporto verla a usted con otro que no sea yo. Me cegaron los celos. No logré conciliar el sueño, pensando en que usted le estaba entregando a ese tipo su compañía, su sonrisa. Perdóneme,  por favor.

Es que no entiendo. Yo no he hecho nada malo con mi amigo, para que usted venga y me haga semejante escena. Así que, por favor, no agrave las cosas y déjeme sola – dijo ella intentando contener las lágrimas-

Armando, salió de la oficina de ella, arrepentido de tamaño escándalo. Dejándola sola.

Durante la tarde se dedicaron a trabajar en lo que tenían pendiente.

Armando, quiso disculparse con algo más que palabras. En la hora de almuerzo, fue a una joyería. Y compró un anillo con incrustaciones de zafiro. Sí, quería sorprenderla con algo especial.

Al llegar a la oficina y notar que no estaba, colocó el detalle junto a una tarjeta escrita por él. Deseando que ojalá le guste el detalle a Betty.

Pasaron unos veinte minutos y ella volvía del almuerzo con las del cuartel. Se dirigió a su oficina. Y en el escritorio había una caja de Tiffany y, junto a ella una nota que decía:

Este anillo es la prueba de mi lealtad y la sinceridad del amor que mí corazón le profesa Beatriz.

La amo. Suyo.

Armando.

Al abrirla, vio en su interior un anillo. Un anillo con incrustaciones de zafiro. Su tono azul, combinaba a la perfección con el tono de su piel. Además de su look.

Pero cerró la caja. Se sintió confundida. ¿Era una forma de congraciarse por su error? ¿Una especie de sentimentalismo por culpa? –Pensaba en su interior-

Y salió de la oficina. Quería una explicación. Por lo que salió a buscarlo.

Don Armando ¿qué significa esto? –preguntó Beatriz confundida-

Él, la llevó a su oficina. Betty, es un obsequio. Necesito que me perdone por lo de la mañana. Por favor, no lo rechace. Eso me haría sentir muy mal.

¿Cómo podría yo utilizarlo? Desde luego es una joya muy fina –dijo ella ante su poco poder adquisitivo para comprarlo por sus medios-

Armando, no había caído en cuenta de aquello. Ella nuevamente tenía la razón. El verla con una joya así, despertaría toda clase de comentarios malintencionados y clasistas.

Hagamos algo, Beatriz, guárdelo, como prueba de la sinceridad de mis sentimientos por usted, pero por favor, no lo rechace.

Es hermoso don Armando. No creo merecer tan preciado obsequio –dijo Betty ruborizada-

Mi amor, usted se lo merece todo –dijo Armando mientras aprisionaba sus labios en un beso-

Debo contarle algo. Hoy en la mañana hablé con mis padres. Están demasiado tristes porque ya no estaré viviendo con ellos. Y me siento pésimo, pero es necesario tener mi espacio –dijo Betty algo triste-

Beatriz, la entiendo. Pero usted necesita vivir su vida. ¿Y cuando planea cambiarse? –Dijo Armando-

Mañana. ¿tiene algún inconveniente para otorgarme el permiso? –Dijo Betty-

El único inconveniente será no verla –dijo en tono picarón Armando-

¡Ah! Una cosa más. Aquí tiene las llaves de su apartamento. Tómelas –le dijo Armando estirando la mano-

Gracias –se limitó a decir Beatriz, mientras Armando salía rumbo a producción-

La mujer que no soñé Donde viven las historias. Descúbrelo ahora