¡Mamá! ¡Papá! ¡Vengan por favor! Necesito conversar algo serio con ustedes.

Ellos llegaron a sentarse en el comedor.

Como bien ustedes saben, he estado buscando un lugar dónde vivir. Y no, no es porque no me guste estar aquí; quiero que comprendan que es por mi trabajo. El apartamento esta muchísimo más cerca, lo que me permitirá llegar a tiempo –dijo Beatriz-

¡Ay, mija! Me ha recibido con una noticia como balde de agua fría –dijo suspirando Hermes-

Julia, la niña se nos va –comentó con pesadumbre-

Mi Betica, se le va a extrañar, mija. Pero entiendo que es lo mejor. Yo la apoyo, mi niña –dijo Julia-

Gracias mamá –dijo Beatriz mientras besaba la cabeza de sus padres-

¿Y cuándo piensa marcharse? –dijo Hermes apenado-

Mañana, papá. Tengo todo arreglado –dijo Betty-

Esa fue la conversación. Y hoy tocaba cambiarse. Armando le había otorgado el permiso para ausentarse de la oficina. Así es que sacó las cosas necesarias para su nueva morada.

Estuvo casi toda la mañana en eso. Por un tema de distancia con el apartamento. Pero finalmente se cambió.

El apartamento era pequeño, pero tenía comodidades. Era acogedor. Y ahora era su morada, su espacio. Se sentía bien en él. Y recordar que Armando había hecho las gestiones para adquirirlo, preocupándose por su bienestar, la sumían en fantasías románticas con él. Era un hombre tan distinto con ella. Ni comparado a como era con su prometida, Marcela. Sin duda debía sentir algo muy fuerte por Betty.

A eso de la una recibió la llamada de Armando, preguntando si todo había salido bien. Como era de esperarse, llegó hasta allá. Armando se moría por verla. Estuvieron un rato juntos y le ayudó a acomodar algunas cosas.

Mi amor ¿qué le parece si para celebrar este cambio hoy cenamos aquí? –dijo Armando con los ojos brillosos-

¿Cenar aquí? La verdad no se me había pasado por la cabeza. Pero sería una buena idea para poder compartir solos –le soltó ella con algo de timidez-

Así es que quedó pactado. Cenarían juntos esa noche.

Armando volvió a la oficina y había un problema. Faltaban una serie de documentos por firmar, por parte de Aníbal. El problema era que no estaba en la ciudad, sino en una finca a las afueras de la ciudad. Y necesitaba a Betty para aquello. La llamó nuevamente y le pidió que lo acompañase.

Mientras Mario, le enviaba la ubicación con Sandra, su secretaria.

Beatriz, al tener todo listo y a pesar del cansancio, aceptó. Después de todo era su trabajo. Así es que se duchó y se vistió. Armando pasó por ella al apartamento y salieron raudos.

El viaje estuvo tranquilo así como también la firma de aquellos documentos. Al volver el estado del tiempo empeoró. Empezó a llover más y más fuerte, junto con granizo. Haciendo complicado ver hacia dónde se dirigían. Una piedra rompió el parabrisas. Y Armando frenó en seco.

Mi amor ¿se encuentra bien? –dijo Armando preocupado-

Si, doctor. Fue solo el susto –dijo Beatriz-

Estaban a la mitad de la nada y la señal era débil. Debían pedir ayuda.

Betty, vamos. Por aquí debe haber alguna casa cerca para pedir ayuda –dijo Armando tomándole la mano-

Caminaron una media hora, encontrando una cabaña en medio de los árboles. Pero no había moradores en su interior. Ante la falta de refugio y ver que seguía empeorando la situación, decidió entrar sin permiso.

Buscó ropa seca. Y solo encontró unas sábanas viejas y una manta. Al verla, si notó algo extraño. Un cristal del parabrisas se había clavado en su muslo. Pero por el cansancio y el estrés, ni siquiera ella lo había notado.

Amor, siéntese. Tiene un cristal clavado al muslo. Beatriz se dio cuenta y es ahí donde sintió dolor.

Permítame ver si es de gravedad, por favor –dijo Armando muy preocupado-

No. El corte era limpio y no revestía mayor peligro. Pero al ver su muslo desnudo, su mente y su deseo le jugaron una mala pasada.

Se acercó a ella y le dijo:

Mi amor, perdóneme por lo que voy a hacer, pero si usted me lo pide me detendré. La deseo Beatriz, la deseo mucho. Y aprisionó sus labios en un beso posesivo, deseoso, cargado de pasión.

Ella contestó ese beso, con la misma intensidad. La humedad de su ropa y el frio ambiente fue olvidada por la calidez e intensidad de sus caricias y sus besos. Sus lenguas danzaban en una sola sintonía: la sintonía del amor.

Quiero ser suya, doctor –dijo Beatriz con la voz cargada de deseo-

Mientras Armando intentaba abrir la cremallera de su vestido azul. Dejando al descubierto, la perfección de las formas de Beatriz. Y ella desabotonaba su camisa con manos temblorosas.

Luego abrió los broches de su brasier, dejando sus senos expuestos. Al verlos sintió arder. Tanta perfección, eran de un tamaño adecuado para el fino cuerpo de Beatriz. Y descendió por su cuello, llegando hasta ellos. Probándolos, lamiéndolos, sintiendo su sabor, acariciándolos con la lengua, jugando con sus pezones. Mientras Beatriz sentía como se le erizaba la piel ante su tacto, ante sus caricias. Un leve gemido se le oyó. Ella besaba el torso desnudo de Armando, recorría su espalda, en aquel sillón en donde Armando la tendió.

Era tanto su deseo, que descendió por sus senos, besando su abdomen, llegando a sus bragas. Las bajo tan lento y deliciosamente, dejando expuesto su monte de Venus. Estaba deseoso de probarlo, de indagar en él, cual aventurero. Y lo besó, introduciendo su lengua, sintiendo su dulce sabor, jugando con su clítoris. Mientras Beatriz movía la cadera, entre gemidos, pidiendo más.

Al escuchar sus gemidos, dejó de jugar y regresó a su boca. La besó con tal deseo, que Beatriz le suplicó que la haga suya. Armando introdujo sus dedos en la intimidad de Beatriz, haciéndola gemir de placer, mientras su erección ante sus gemidos crecía.

¡¡Aah!! –Dijo Beatriz, invadida en cada poro de su cuerpo por el placer-

¿Quiere más mi amor? –Dijo Armando, con voz ronca, invadido por el deseo-

Ante su afirmación Armando introdujo otro dedo. Al sentir la humedad de sus fluidos, rápidamente se deshizo de su ropa. Dejando expuesto su gran miembro. Impresionando a Beatriz y dejándola deseosa de sentirlo dentro.

Mi amor, quiero estar dentro suyo  –dijo Armando invadido por el deseo-

Doctor, quiero ser suya –dijo Betty-

Armando se posicionó entre sus piernas y con suavidad, la penetró. Ella sintió la tibieza de su miembro en su interior. La hizo suya en embestidas rápidas, lentas y profundas, mientras ambos gemían de placer. Recorriendo sus cuerpos, besándose, amándose. Las piernas de Betty, entrelazadas en la espalda de Armando. Siendo víctimas de la pasión y su fogoso deseo. Ambos alcanzaron el límite del placer al mismo tiempo. Beatriz sintió tibieza en su interior.

Armando la miraba con ternura, aún no saliendo de su interior. Sentirla desnuda junto a él, sentir que era suya. Por primera vez se sentía completo y feliz. Luego de hacer el amor con una bonita mujer. Quería quedarse así por siempre.

La amo Beatriz –soltó Armando casi sin pensarlo-

Lo amo doctor –dijo Beatriz sonriéndole-

Sellando en esa cabaña una promesa de la cual solo sus corazones fueron testigos mudos. Ese día aquella cabaña entre gemidos y promesas fue testigo de su amor.

La mujer que no soñé Donde viven las historias. Descúbrelo ahora