5

972 77 2
                                    




Amanecía en Bogotá y, Marcela, ya estaba lista para emprender su viaje. Como de costumbre, partió sola al aeropuerto ¡ni pensar que Armando la llevase! Además debía pasar por Margarita. Así que se despidieron allí.

Que te vaya bien mi amor –le dijo Armando-

Marcela lo besó.

Y él partió raudo a Ecomoda. En el camino iba pensando en el coctel, al que asistiría con Beatriz, le entusiasmaba la idea.

Al llegar a Ecomoda, Mario lo esperaba. Estaba en una encrucijada y no podía acompañarlo al coctel.

Armando, va a tener que ir solo con vampirín. Espero no se le ocurra propasarse –rió Mario en tono sarcástico ante sus mismos dichos-

Calderón, hermano, no le parece que es demasiado temprano para sus ironías –dijo Armando algo molesto-

¡Cálmese! Era solo un chiste- rió Calderón-

Armando, salió de la oficina de él sin contestar. Le preocupaban en realidad otros asuntos. Debía ayudar a Beatriz a conseguir un apartamento. Sí, la apoyaría aunque sea en las sombrasen su decisión de independizarse.

Se dirigió a presidencia y escribió una tarjeta para ella. Dejándola en su escritorio.

Beatriz entre tanto, llegó a la oficina. Y se sorprendió de que Armando estuviera allí tan temprano. Eran las siete de la mañana apenas.

¿Don Armando, tan temprano aquí? –preguntó Betty extrañada-

Sí, Betty, es que hay mucho trabajo por hacer. Acuérdese por favor del coctel, para que avise en su casa –dijo Armando-

Don Armando, no se preocupe, ya les dije a mis papás que llegaría más tarde, por trabajo. –Dijo Betty-

Y entró a su oficina. Se sentó. En su escritorio había una tarjeta. Ella la abrió con ilusión para ver su contenido, en ella decía:

Me siento el hombre más feliz, desde que probé la miel de tus labios. A tu lado me siento completo, libre.

Tuyo. Armando.

Y mientras ella todavía leía, él entró a su oficina, para ver su reacción.

Betty, debo contarle algo. Marcela viajó y Mario no nos acompañará al coctel, por asuntos ajenos que no vale la pena mencionarle. Así que solo seremos usted y yo. Y no se preocupe que hoy yo la llevo a su casa –dijo Armando sonriendo picarón-

Está bien don Armando –se limitó a contestar ruborizada, Beatriz-

Y trabajó durante la tarde feliz en su oficina.

A eso de las siete y treinta, tanto Beatriz como Armando se alistaron para ir al coctel.

Ese día Beatriz, lucía un vestido rojo, que acentuaba su figura. A los ojos de Armando parecía una diosa.

¿Nos vamos ya? –Dijo Armando-

Sí, doctor –contestó Beatriz-

Mientras salían de la oficina con dirección al ascensor. Ya no había personal, así que ambos compartieron el ascensor.

Al subir, Armando sintió devorarla con la mirada. El escote de su vestido, dejaba mucho a su imaginación. Y en un impulso, paró en seco el ascensor.

Beatriz, perdóneme, pero debo hacer algo antes de que las puertas se abran. –Dijo Armando con voz ronca-

Ella lo miró algo confundida, mientras él la tomaba del rostro y plasmaba un beso en sus labios. Un beso tan deseoso, posesivo, apasionado, que Beatriz llegó a gemir ante la intensidad de los labios de Armando.

La mujer que no soñé Donde viven las historias. Descúbrelo ahora