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Al llegar al apartamento de ella, Beatriz, no se encontraba. O por lo menos no en la sala. Al escuchar murmullo, se acercó a la puerta de la habitación. Ella hablaba por celular con alguien muy animadamente, lo cual le hizo despertar sus sospechas, sus celos, sus sentimientos más animales. Pegó su oreja a la puerta y alcanzó a escuchar algo de la plática:

Yo me pongo entonces en contacto contigo, Ricardo –dijo Beatriz desde su habitación y colgó-

Armando sintió que su alma se la llevaba el diablo. ¿Ricardo? Resonaba en su mente. Quien era ese tipo que se atrevía a conversar con  su mujer por teléfono. Caminó de un lugar a otro dentro del apartamento tratando de calmar sus pensamientos. Ya se le había olvidado hasta a lo que venía de la rabia.

Mientras, Beatriz salía de la habitación.

Don Armando ¿qué hace aquí? ¿Cómo le fue en la reunión? – Dijo Beatriz-

Pero él no estaba dispuesto a contestar sus preguntas. Esa llamada lo había sacado de toda realidad. Y ella se dio cuenta de que su mirada, no era la dulce mirada que él colocaba al verla.

¿Pasa algo malo? –Dijo nerviosa Betty-

No lo sé, Beatriz, eso debe saberlo usted mejor que yo ¿no? –Dijo Armando ante la nula capacidad de esconder su enojo-

¿Yo? ¿Por qué me dice eso, no lo entiendo? –Dijo Beatriz-

Beatriz, la escuche y no me lo niegue. Usted estaba encerrada hablando por teléfono de lo más feliz con un tal Ricardo ¡Ricardo! ¡Ricardo! ¡Ricardo! ¡Ah, dígame quién es! ¡Qué es lo que quiere con usted! ¡O más bien, lo que quiere conseguir de usted! – Vociferaba Armando-

Doctor ¡cálmese! ¡de que habla! Primero que todo, no veo a que viene tal interrogatorio ¿Acaso piensa usted que lo engaño? ¿De eso se trata? ¿Esa es la confianza y el amor que dice tenerme? ¿Acaso piensa que le soy infiel con otro? No pues, claro, como usted estaba acostumbrado a engañara a doña Marcela , piensa que yo le haré lo mismo –dijo Beatriz claramente enojada-

¡No, no es eso! Perdóneme, mi amor. No quise ofenderla así, ni dudar de usted. Es que el solo hecho de escucharla tan animadamente hablando con otro, me nubla el juicio, me vuelve loco. Usted es mía, mi mujer ¿lo comprende? –dijo Armando avergonzado de su actuar-

No doctor, no le acepto ese tipo de cuestionamientos hacia mi persona. Yo no estaba haciendo nada malo con él. Es más, si quiere una explicación se la daré:

Mire, él me está ofreciendo un puesto como Vicepresidente de su compañía. El problema es que no es en Colombia, es en Francia. –dijo Beatriz-

Trabajo ¿es por trabajo? –dijo Armando sintiéndose totalmente avergonzado de sus celos estúpidos-

Yoyo, lo siento

Pero necesitaba hablarle. En la reunión de Ecomoda, mi padre me pidió que volviéramos a trabajar para la empresa, Beatriz –dijo Armando-

¿Qué? ¿Volver allá, después de cómo me trataron? ¿De todo aquello que no me dijeron, pero que sin duda pensaron de mí? –dijo Beatriz aún dolida-

Lo sé, Beatriz, yo también estoy algo aturdido aún por lo que me dijo mi padre. Dice estar consciente del buen equipo que formamos, que la empresa sin duda marchaba excelente mientras ambos estuvimos trabajando allí. Y que Ecomoda nos necesita. Pero sin duda comprendería que no quiera ver ni a mi padre después de todo lo que paso en la Junta –dijo Armando-

Si viene conmigo, también hay campo laboral para usted. Viajaríamos juntos. Haríamos una vida allá, lejos de los desastres que hemos tenido en Colombia. Pero también entiendo que quiera volver, después de todo Ecomoda ha sido su vida, su sustento –dijo Beatriz-

La mujer que no soñé Donde viven las historias. Descúbrelo ahora