CAPÍTULO 5 ( PARTE I)

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「 . . . 」


—¿De qué carajos estás hablando? — Sebastian se incorporó de su asiento con brusquedad, la voz del hombre sonaba furiosa y el abogado que estaba al otro lado de la línea se incomodó levemente.

—Sebastian, tranquilízate, buscaré como arreglarlo y...

—¿Arreglarlo? ¡Acabamos de firmar el puto contrato! Sabes lo que significa para la familia y la empresa esta inversión, no podemos perderla.

El rubio pasó su mano por el cabello desordenándolo un poco, maldijo en voz baja mientras escuchaba lo que su abogado tenía que decir, pero el hombre simplemente negaba ante cualquier opción pues no eran viables y no deseaba perder ni más dinero, ni tiempo, necesitaba comenzar a ver algún tipo de retribución o perderían lo poco que les quedaba de la empresa.

—Ella no puede hacer ese tipo de contratos, no ha cambiado su nacionalidad de estudiante / investigador a residente oficial, sabes cómo son estas cosas y...

—¿Y? ¿Puede cambiarlo?

—Sí, pero tardaría un año aproximadamente, es demasiado papeleo, Sebastian.

—¡Carajo! — exclamó mientras hacía puño una de sus manos, pero se detuvo de golpear cualquier cosa cercana, no quería dar indicios de que algo iba mal en la empresa. Suspiró tomando aire antes de volver a hablar —¿Qué otra opción hay? Piensa, para eso te pagamos.

—Hay algo— habló el abogado tras unos segundos de silencio —si tú le das la nacionalidad podrían llevar a cabo el plan.

—¿Cómo yo podría darle la nacionalidad?

—Mmm... mediante un acta matrimonial.

La estruendosa risa de Sebastian llamó l atención de más de uno de sus empleados fuera de su oficina, algunos se asustaron pues el jefe era conocido como una máquina que carecía de sentimientos e incluso de sentido del humor.

—Debe ser una broma...— dijo aún entre risas, pero su abogado no respondió dándole a entender que hablaba con total franqueza respecto al tema —No me casaré con ella por un estúpido contrato.

—Entonces piérdelo, yo te di una opción... valóralo.

El canadiense mantuvo la mirada sobre el teléfono celular después de haber colgado, suspiró molesto antes de dejar del aparato sobre su escritorio, metió las manos a los bolsillos de su pantalón y aflojó un poco la corbata desbotonando un par de botones de su pulcra camisa blanca. Levantó la cabeza y cerró los ojos mientras continuaba caminando por su amplia oficina mientras intentaba idear algo, debía pensar en algo además del estúpido plan que Connor le había dado.

Abrió los ojos, pasó la mirada por ningún lugar en especial tan solo pensando hasta que sus ojos se detuvieron en el bufetero a juego, encima había fruta, algunos aperitivos que eran del gusto del hombre y además, una botella de vidrio con wisky adentro. Sebastian tragó en seco ante la tentación de beber, hacía algunos años había tenido problemas con la bebida y una de sus promesas tras tomar el cargo como jefe de la empresa era no beber así que alejó la mirada y se acercó a su escritorio llamando a su secretaria.

—Martha, por favor tráeme dos aspirinas y agua con hielo— pidió antes de sentarse en su silla presidencial, se reclinó un poco y cerró los ojos, el dolor de cabeza amenazaba con molestarlo durante el resto del día. Escuchó la puerta de su oficina abrirse pero ni así abrió los ojos —déjalo ahí, ahorita las tomo.

—¿Las qué, señor presidente?

Sebastian abrió los ojos de golpe al reconocer esa voz, sintió un hueco en el estómago antes de incorporarse, su rostro demostraba lo poco feliz que estaba con esa presencia.

¿Dopamina o tinta?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora