「 . . . 」
En el momento que Sebastian salió de su habitación vestido de manera deportiva para quedarse en casa, fue directamente a la habitación de Elizabeth, no sin antes verificar que estuviese peinado, o al menos, presentable. Era extraño para él, sentirse con esa emoción en el cuerpo justo antes de buscar o saber que vería a Elizabeth, esa joven que había despertado en él sentimientos que creyó extintos o simplemente que jamás existieron.
Llamó dos veces a la puerta, y antes de que pudiese llamar nuevamente, la puerta se abrió dejando ver a una cansada italiana, su cabello ligeramente despeinado y unos ojos chocolate cansados en demasía.
—¿Estás bien?
Fue lo primero que preguntó al verla, la chica asintió bostezando cubriéndose con una de sus manos, abrió más la puerta como invitación hacia Sebastian. La cama estaba tendida, el suelo estaba lleno de papeles, parecían trabajos de sus alumnos.
—Pasé la noche cuidando a Apolo, no quiero que ensucie la alfombra— comentó mientras tallaba sus ojos y se sentaba en la orilla de la cama.
—¿No dormiste?
—Un poco— susurró cerrando sus ojos.
—¿Quieres café? — cuestionó el rubio a lo que Elizabeth simplemente asintió como niña pequeña, lo que le llenó de ternura.
Sebastian se acercó a dejar un beso en la mejilla, cerca de la comisura de sus labios y después se incorporó en toda su altura.
—Haré café, deberían bajar, ambos— señaló al cachorro que parecía estar también cansado pero con nulas intenciones de dormir.
El hombre bajó las escaleras y puso manos a la obra una vez llegó a la cocina. Encendió la cafetera y la rellenó de café de grano, el mejor de la ciudad, mientras tanto, preparó un desayuno ligero, desconocía si la castaña tendría hambre, pero a lo que vio minutos atrás, lo único que Elizabeth deseaba era dormir, así que preparó unas cuantas tostadas con mantequilla y acomodó dos en cada plato.
—Huele delicioso— comentó la italiana al llegar con el cachorro en manos.
Sebastian sirvió dos enormes tazas de café caliente y humeante, el aroma había inundado la cocina.
—No sabía si tenías hambre, así que preparé esas— explicó señalando el pan tostado.
—Gracias, debiste esperarme para ayudarte— dijo mientras soltaba al pequeño cachorro para poder acercarse y beber un poco del café de la taza más cercana.
Elizabeth cerró los ojos un momento sintiendo el amargo sabor pasar por su garganta, casi sintió como despertaba de inmediato. Dejó su taza sobre la mesa y se acercó a Sebastian quien estaba terminando de preparar una tostada extra para él.
—Está delicioso— susurró la castaña una vez estuvo al lado del mayor.
—Es solo café— respondió en medio de una sonrisa, detuvo lo que hacía y volteó a ver a la joven, estaba seguro jamás se cansaría de verla.
Elizabeth por su parte no dijo más, simplemente se acercó sin previo aviso dejando un beso en los labios de Sebastian, quien pudo sentir el sabor del café combinado con el de los labios femeninos.
—Haré café más seguido— bromeó.
Ambos se sumergieron en una plática respecto al cachorro y cuál sería la mejor manera de enseñarle las nuevas cosas que debía aprender, entre ellas dónde hacer del baño, que era lo esencial en ese momento.
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¿Dopamina o tinta?
RomanceTERMINADA. Elizabeth es una científica italiana que tras llegar a Nueva York construye una reputación como una de las investigadoras más jóvenes. Sebastian es un escritor frustrado que se hace cargo de la empresa familiar por obligación. Estas dos...