CAPÍTULO 31

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「 . . .  」


Elizabeth iba montada en una nube de regreso a casa. Era imposible de ocultar esa sonrisa que se quedó plasmada en su rostro desde el momento que el beso terminó. Cerraba sus ojos y podía sentir los labios de Sebastian contra los suyos, la manera en que sus lenguas se amoldaban en perfecta sincronía, su aliento, su sabor...

Aparecía un rubor solo de pensarlo y en ese momento cualquiera que la conociera antes se hubiese burlado de la científica que aseguro que jamás se enamoraría y jamás sonreiría por un hombre, justo como lo hacía en ese momento.

Se acomodó mejor en el asiento y eso llamó la atención de Sebastian quien volteó a verla un momento antes de regresar la mirada al camino.

—¿Todo bien? — cuestionó el rubio, la joven asintió con una sonrisa tímida.

—Todo bien— respondió pues, aunque su boca se llenó de cosas que deseaba decir, al final no supo cómo lo haría, o si era el momento, por lo que simplemente cayó.

Sebastian asintió tras escucharla y de igual forma sonrió. Era toda una postal, la pareja sonreía por su lado, Elizabeth volteando a la ventana a su lado, y el canadiense con los ojos en el camino, pero la mente en la castaña que lo acompañaba.

No sabía que fue lo que sucedió, había deseado besarla desde la mañana siguiente a su noche de juegos, se habían besado ebrios, lo recordaba a la perfección, pero quería que el beso fuese consciente, que ambos lo desearan, justo como había sucedido.

Cuando menos se dieron cuenta la casa que compartían, su casa, estaba frente a ellos. Sebastian estacionó el auto dentro de la cochera y apagó el motor, la tenue música a la cual ni siquiera atención le pusieron desapareció una vez el auto estuvo apagado. Fue entonces que Sebastian buscó la mirada de Elizabeth, más la joven mantenía la mirada al frente, se mordía el labio inferior a causa del nerviosismo que sentía. El canadiense estiró su mano y acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja de la joven, provocando que ésta voltease a verle.

Ambos sonrieron sin poder evitarlo, parecían un par de jovencillos que se enamoran por primera vez, y tal vez era una realidad. Elizabeth jamás había sentido algo como aquello, en toda su vida jamás experimento el estar enamorada, le habían gustado varios chicos, tuvo novios a los cuales mintió al decir "te amo" pues debió haber guardado esas palabras para ese momento, para él.

—¿Bajamos? — preguntó Elizabeth con voz tímida y baja, Sebastian sonrió asintiendo.

—Sí, quiero darte algo— comentó antes de bajar dejando a la castaña con una enorme incógnita.

El hombre le abrió la puerta a Elizabeth quien agradecida tomando su mano, bajó del lujoso auto y caminaron rumbo a la casa, no se soltaron de las manos, ese pequeño gesto y acto entre ambos aunque pudiese parecer común entre parejas, entre ellos significaba más, significaba que el amor había ganado en ambos, significaba que podían ser felices en compañía del otro.

Una vez dentro de la enorme casa, la castaña dejó su pequeño bolso en la mesita cercana a la puerta, por su parte, Sebastian dejó las llaves del auto. Ambos guardaban silencio, no sabían que decir o hacer, nerviosos era poco comparado con lo que sentían.

—¿Y bien?, ¿Qué querías darme? — preguntó Elizabeth de pronto intentando romper el silencio que, si bien era agradable, comenzaba a incomodarla al no saber cómo actuar.

—Te lo iba a dejar en tu habitación, ya sabes, para evitar los golpes y esas miradas de odio que me das— bromeó también intentando calmar los nervios en sí mismo, la castaña lo fulminó con la mirada entrecerrando los ojos, pero sin perder la hermosa sonrisa que a Sebastian no le dejaba pensar con claridad.

¿Dopamina o tinta?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora