CAPÍTULO 39

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「 . . .  」


Las luces mañaneras irrumpían en la tranquilidad de la habitación donde Elizabeth y Sebastian dormían plácidamente, esto produjo que la joven comenzara a abrir los ojos pues la luz perturbaba su sueño. Pensó en levantarse y cerrar las cortinas para seguir durmiendo, pero en cambio, volteó a ver a su novio quien abrazado a ella continuaba dormido. La serenidad en su rostro era notable, incluso parecía tener un ápice de sonrisa casi imperceptible, se veía simplemente perfecto, su torso desnudo y sus labios levemente entreabiertos incitándola a besarle, lo cual hizo sin poder contenerse. Depositó un suave beso el cual no lo despertó por lo que Elizabeth pudo seguir admirando el rostro de su novio.

Su novio.

Aún seguía siendo extraño para ella, las relaciones pasadas habían tenido ese título pero jamás lo sintió enserio, no sintió a nadie de la manera en que Sebastian se había metido a su corazón, y si, estaba asustada, aterrada, pero como su hermana había dicho, es de valientes errar, y esperaba, le pedía al supremo, que Sebastian no la lastimase.

Sonidos exteriores la interrumpieron. Se incorporó lentamente para no despertar al canadiense, se puso una bata de seda y salió a la sala donde sus hermanos y respectivas parejas se preparaban, Santiago parecía muerto de sueño, pero a la vez entusiasmado por lo que fuese que harían.

—Vaya, despertaste— dijo Anne a modo de saludo, la castaña sonrió acomodando su largo cabello para no verse tan despeinada.

—¿A dónde van? — cuestionó volteando a ver a Anne y Leonardo, sin embargo, éste último se giró ignorándola por completo.

—¡De paseo! — gritó Santiago saltando del asiento.

Elizabeth sonrió y se inclinó dejando un beso pequeño en las mejillas regordetas de su sobrino.

—¿Vienes? — preguntó Anne por cordialidad, pues sabía que estaría más a gusto con su novio.

—Yo creo que paso, pero lo del lago sigue en pie, ¿No?

—Sí, regresaremos para cambiarnos e ir— aseguró la mayor siguiendo el plan de aquel día, pues decidieron ir a nadar un rato al lago cercano y la pareja había decidido asistir con los demás a esa actividad.

Elizabeth escuchó como sus hermanos y parejas se iban acompañados de Santiago, mientras tanto ella fue directamente a la cocina para poder preparar un par de café, sabía cómo le gustaba a Sebastian por lo que ahora se sentía más segura al momento de prepararle algo. Una vez el líquido caliente estuvo servido en las tazas, caminó a paso lento hasta la habitación, con la cadera empujó levemente la puerta y después la cerró tras ella, dejó las tazas sobre la mesita de noche más cercana a Sebastian para después acostarse con cuidado sobre él, dejando besitos en su barbilla, la idea era despertarlo y beber café pero en el momento que la castaña se trepó encima de su novio pudo sentir la erección matutina y de solo pensarlo la boca se le hizo agua y sintió palpitaciones entre sus piernas, así que tras morderse el labio y meditarlo por unos segundos bajó los labios, sus besos descendieron de su barbilla al cuello dejando pequeñas mordidas que comenzaron a despertar al canadiense.

Sebastian poco a poco abrió los ojos ubicando la habitación en la que se encontraba, observó el techo, la ventana a medio cerrar, bajó la mirada y observó la mirada oscura de Elizabeth mientras dejaba pequeños besitos por su pecho mientras las manos femeninas recorrían cada músculo notorio en su abdomen, la lujuria era palpable en cada célula de la italiana y su mirada denotaba el deseo que sentía en ese momento.

—Buenos días— saludó Sebastian con voz baja y ronca, la excitación llegando a él de manera bestial.

—Te traje café— susurró Elizabeth mordiendo la piel de la pelvis del rubio quien ni siquiera puso atención en el café, no era momento para centrarse en eso.

¿Dopamina o tinta?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora