CAPÍTULO 47

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「 . . .  」



[ M e s e s   a t r á s ]

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Vancouver, Canadá.

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La mirada de Sebastian estaba puesta en el monitor de su computadora portátil, lo único que iluminaba levemente la oscura habitación donde se encontraba. Sus ojos recorrían la silueta de Elizabeth en cada fotografía.

Desde que se fue de Nueva York había contratado a un hombre que la siguiera, que le dijera cada movimiento que la castaña hacía, deseaba saber de ella sin necesidad de estar insistiendo más por teléfono ya que nada ganaba, ninguna llamada fue respondida, incluso el teléfono de Elizabeth dejó de ser funcional después de los primeros meses. A pesar de saber dónde buscarla y con quien, no lo hizo. Después de haberse perdido por días en el alcohol y no saber nada de sí, había decidido intentar avanzar, trabajaba desde su casa, aún administraba algunas cosas de la empresa, pero se había dedicado a lo que más amaba y a lo único que lo sacó del oscuro lugar donde se había escondido, la escritura. Había seguido el consejo que ella le dio cuando se conocieron, había optado por escribir, plasmar sus sentimientos, plasmar sus miedos, sueños, todo, y si, había dado frutos pues un borrador estaba siendo leído en ese momento por una editorial que aceptó promocionar su libro después de las primeras correcciones.

Sus letras habían sido lo único real que le quedó de ese amor, lo único que le quedó de Elizabeth, esas letras, palabras, frases, recuerdos que plasmó en infinitas hojas de papel. Ahora la observaba con ese joven, lo conocía, cómo no hacerlo, Caleb su ex prometido, aquel con quien había terminado porque no lo quiso, al menos esas fueron las palabras de la italiana, pero ¿Qué hacía entonces con él?, ¿Había jugado con ambos todo ese tiempo?

No, pensó negando y apartando la mirada de la pantalla, llevó su dedo índice a los labios pensando, analizando, ¿Estarían juntos?, era la única pregunta que continuaba en su cabeza después de meses, En las fotografías que le enviaba su contacto siempre se mostraban cariñosos, juntos, parecía que Elizabeth no podía salir sin ese hombre y eso llenaba de ira a Sebastian, había retomado sus clases de boxeo para poder sacar todo el coraje que sentía contra Caleb por estar cerca de Elizabeth, coraje contra el mundo por haber decidido separarlos, y aún más, coraje contra sí mismo al no haber podido remediar su desastre, al no haber podido quedarse con quien había sido el amor de su vida, su más grande y único amor.

Regresó la mirada a la pantalla y cambió de fotografía, ahí estaban, saliendo de un lujoso restaurante, Caleb parecía querer abrazarla y ella solo sonreía, pero no dela forma que sonreía con él.

—¿Estás incómoda? — preguntó al aire meditando la forma en que ella parecía alejarse.

Suspiró llenándose de esperanza, tal vez ella solo lo quería como amigo...

—Sí, claro— dijo con sarcasmo negando, parecía que solo se daba ánimos, cuando la realidad era clara: Él se había ido, ella había avanzado.

Observó con detenimiento las demás fotografías, cambió de posición acomodando su brazo aún con yeso, un rezago del accidente que había tenido unas cuantas semanas atrás, pensó que no sobreviviría, y de manera dramática cuando estaba en el auto sin lograr salir por su propia cuenta observó las estrellas, pequeñas gotas de lluvia caían sobre su rostro, estaba helando pues Vancouver jamás fue un lugar cálido y esa noche no fue la excepción. Se quedó simplemente observando las estrellas, el cielo, las nubes de color blanquecino que pasaban por sobre su cabeza sin quedarse a observar la ciudad, que vista pudieron tener, pensó en ese momento, pero lo que más pasó por su cabeza fue el desaparecer, ahora entendía perfectamente a su hermano cuando tomó aquella decisión, ¿Qué podría perder?, nadie lo esperaba en casa, nadie lo esperaba en ningún lado, tan solo pensó en su hermana, su madre, ella... ¿Qué pasaría si jamás vuelves a saber de mí?, se preguntó internamente y después sonrió sintiendo el amargo y metálico sabor de la sangre en su boca, nada, te daría igual, tal vez, te alegrarías, se dijo a sí mismo y cerró los ojos; tal vez era el momento de irse.

¿Dopamina o tinta?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora