CAPÍTULO 9

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「 . . . 」 


Elizabeth se encontraba en su cubículo, sus manos cubrían el rostro mientras se recargaba sobre su escritorio de cristal. Había terminado su trabajo por aquel día en el laboratorio, todos se habían ido a casa desde hacía un rato, pero ella simplemente no podía ir a casa.

Desde hacía algunos días, en realidad desde que había hablado con su familia acerca del matrimonio, no se sentía a gusto en ningún lugar, tal vez solo en laboratorio porque si estaba en casa su soledad le incitaba a pensar en el lío que se había metido, tenía miedo de estar en el laboratorio y hacer algo mal por no estar concentrada, pero al menos ahí podía pensar en otra cosa. Daba sus clases de manera automática, sus alumnos habían notado lo callada que estaba últimamente pues siempre solía ejemplificar todo lo que explicaba para una mayor comprensión, pero ahora se limitaba a explicar. Más de uno de sus estudiantes le habían preguntado si se encontraba bien, algunas alumnas incluso la habían felicitado por su compromiso pues al parecer ya estaba en todas las noticias, el soltero más codiciado de Nueva York estaba por casarse, y hasta ese momento, Elizabeth no entendía por qué era tan cotizado si ni siquiera amable podía llegar a ser.

—¿Qué voy a hacer? — se preguntó a sí misma.

Esos días pasados no habían hablado, siquiera tenía su número de teléfono, si llegar a necesitar algo tendría que ir a la oficina y ese plan no le parecía agradable pues no deseaba encontrarse con Cassandra o con Thomas, así que había fingido que su vida continuaba normal, aunque todos a su alrededor le recordaban la realidad.

El sonido de su celular le provocó un sobresalto, quitó las manos de su rostro y observó su celular a lado, en la pantalla aparecía un enorme NÚMERO DESCONOCIDO, se pensó en responder, pero al final no tenía algo de lo cual temer.

—¿Si?

—Eizabeth, necesito verte— esa frase provocó que la joven se quedara sin palabras, abrió los ojos sorprendida y retuvo la respiración sin saber que decir —¿Estás ahí? — la voz de Sebastian le había parecido un poco más ronca de lo normal y por desgracia le había parecido sexy.

Parpadeó un par de veces enderezando su espalda antes de responder.

—No puedo— dijo sin pensarlo, una parte de ella se negaba a ceder ante el señor Loughty, su obsesión por mandar la tenía al tope y cada que ese hombre le exigía algo ella por inercia se negaba.

—¿Qué?

—Que no puedo— respondió nuevamente frunciendo el ceño como si pudiese verle. No tenía nada que hacer, pero molestarlo era su nuevo pasatiempo.

—Necesitamos hablar de algunos detalles...

El tono de su voz había cambiado en cuestión de segundos, pasó de ser demandante a la una conversación relativamente normal. Elizabeth lo consideró.

—Bien, abriré un espacio en mi agenda— continuó intentando no reír "como si tuvieras otra opción" pensó.

—Puedo pasar por ti.

—No, yo puedo ir sola.

—Bien, te mando la ubicación del café.

—Bien.

Y colgaron.

Ambos, en su respectivo lugar de trabajo, observaron detenidamente la pantalla del celular que tenían en mano.

Sebastian estaba respirando de forma agitada y es solo lo podía atribuir a los cambios de humor que tenía cuando estaba en contacto con Elizabeth Vitale, esa chica que parecía ser tan inocente con esos enormes ojos cafés y la sonrisa más hermosa que había visto jamás lo ponía al límite. Le había llamado por cuestiones respecto a la mentira de ser prometidos, estaba tranquilo cuando marcó el número que su secretaria había conseguido, pero escuchar su voz lo ponía nervioso y eso lo molestaba de sobremanera pues quería colgar y huir, algo que le cabreaba demasiado, y sumando la forma desafiante en la que la italiana le hablaba en todo momento provocaba que se enojara aún más; no tenía idea alguna de como soportaría estar cerca de ella por más de una hora.

¿Dopamina o tinta?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora