CAPÍTULO 22

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ADVERTENCIA. Contenido +18, se recomienda discreción. 


「 . . . 」


La mirada de Sebastian estaba sobre el auto de Elizabeth, el canadiense había llegado a casa media hora atrás pero no había tenido los ánimos suficientes para bajar del auto y enfrentarse a ella, no podía, algo extraño en él pues amaba pelear, discutir le daba vida, pero ahora... cuando tenía sentimientos por la otra persona se le complicaba siquiera idear algo para decir.

—Mierda— dijo en voz baja mientras golpeaba el volante del auto.

Esa molestia continuaba en él, en la oficina todos huyeron de él, incluso Stephen pues al llegar pudo notar el humor que su amigo se cargaba así que simplemente tomó distancia pues sabía que si le molestaba terminarían discutiendo, sobrellevar a Sebastian era complicado, pero Stephen había aprendido a hacerlo años atrás cuando ambos habían llegado a los golpes y ahora preferían ignorarse si de ánimos no estaban.

Cuando el canadiense salió de la empresa decidió ir a dar una vuelta, pensar en qué hacer, en qué decir, cómo llevaría los siguientes días, pero nada funcionó. En su mente se reproducía una y otra vez la escena que presenció al llegar a buscar a su "prometida". Esa mañana había estado radiante, sonriente, amable, incluso bromista. Por palabras de Elizabeth se enteró que estarían comenzando con los detalles del proyecto así que decidió ir y darle una sorpresa, sí, eso había pensado como un tonto enamorado, pero la sorpresa se la había dado él mismo. ¿Cómo pudiste pensar que a ella también le gustabas?, te lo dijo, jamás estaría con alguien como tú, pensó para sí mismo y sus manos se volvieron puños. Odiaba la forma en que se estaba sintiendo hacia Elizabeth, odiaba el pensar en ella todo el tiempo, odiaba creer que estaba sintiendo algo por ella porque el solo ver su sonrisa, sus hermosos ojos, oler su aroma...

Negó de inmediato resistiéndose a aceptarlo, no podía sentir nada por nadie, no lo permitiría nuevamente y esa tarde tomaría la distancia que había olvidado los últimos días.

Bajó de su auto y se encaminó hacia el interior de la casa, tomó un suspiro antes de abrir la puerta y entrar. Como esperó, Elizabeth no estaba presente aunque eso no evitó que sintiera un deje de decepción al no verla; subió las escaleras tan rápido como pudo, al doblar la esquina del corredor se topó de lleno con el cuerpo de la castaña.

—Lo siento— se disculpó cabizbaja, pero tan pronto recordó lo que le había dicho, Elizabeth levantó la mirada molesta.

—No te vi, ¿estás bien? — cuestionó Sebastian preocupado.

—Lo estoy, suéltame.

Ni siquiera se había percatado de que la estaba tocando, soltó el agarre en sus brazos, pues por inercia y para evitar ella se cayera de espaldas, la había sujetado. Bajó las manos y carraspeó pensando en algo más que decir, pero no fue necesario pues cuando Sebastian iba a abrir la boca, Elizabeth ya se encaminaba hacia su habitación.

Nuevamente la tensión había regresado a la residencia que compartían, la tarde fue silenciosa, la italiana permaneció en su habitación revisando exámenes y algunos trabajos rezagados, lo necesario para ocupar su cabeza y no pensar en la molestia que sentía hacia Sebastian, no le entendía, estaban siendo amigos, cercanos, lo que compartieron hace unas noches... El beso en su oficina, las risas...

—Carajo— exclamó en voz baja con los labios apretados, negó para sí misma y llevó las manos a su rostro para poder deshacerse de esas ideas tontas.

¿Dopamina o tinta?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora