CAPÍTULO 12

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「 . . . 」 


La tenue luz del exterior y de la luna se colaba por entre las persianas entreabiertas de la habitación de Elizabeth. La castaña se había acostado desde hacía un par de horas y por más que intentaba conciliar el sueño no lograba su cometido y la única razón aparecía constantemente en su mente. Sebastian Loughty. Era imposible no pensar en él, en todo lo que estaban haciendo, como terminaría todo, un matrimonio no era algo que se podía tomar a la ligera, menos en la familia Vitale y solo pensar en ello provocaba que Elizabeth sintiera un hueco en el estómago una preocupación constante por lo que intentaba no pensar en ello, sin embargo, la actitud de Sebastian aquella tarde había sido diferente, desde la idea del hilo rojo hasta la forma en que había ido a hacer acto de presencia ante Oscar. El solo recordarlo le causaba una sonrisa tímida y nerviosa, constantemente se recordaba que en efecto el hombre era apuesto, bastante guapo, pero era todo un juego, él era una persona ególatra, sin sentimientos y totalmente frío ante todo lo referente al cariño; la italiana nunca había tenido un tipo de hombre en el cual fijarse, en realidad, después de su relación fallida había evitado pensar en eso, se concentró tanto en su trabajo que el asunto de las parejas había pasado a segundo o tercer plano, pero ahora estaba constantemente frente a ella, era una mujer casada que debía fingir estar enamorada.

Enamorada.

Una palabra que había conocido mediante libros, historias, películas... pero jamás en la realidad. Caleb, su antiguo novio había sido una persona maravillosa con ella, un hombre atento, cariñoso, detallista, el sueño de cualquier chica, pero ese temor que tenía de salir lastimada le había provocado que se alejara hasta que todo terminó. Le había dolido pero también estaba tranquila, al menos no tendría que preocuparse por una decepción amorosa de nuevo. Los acontecimientos en su familia le habían hecho creer que el amor no existía, y cuando llegaba a hacerse presente normalmente una de las dos partes salía lastimada, y su padre era el mejor ejemplo de aquello.

Un suspiro al aire lleno de tristeza y soledad. Constantemente se planteaba la idea de abrirse a nuevas personas, intentar buscar el amor, pero el temor era demasiado a tal grado que prefería continuar leyendo e imaginando que aquellos finales felices sucedían en la vida real, aunque nunca hubiese sido testigo de alguno.

Se giró en la cama por centésima vez en la noche, acomodó su almohada bajo la cabeza y enfocó la mirada en la ventana, la noche solitaria en el exterior hacía la escena aún más melancólica de lo que ya era, en su mente se repetían de manera constante los momentos que tuvo esa tarde. La forma en que su padre la veía cuando habían sido presentados como prometidos, próximamente, marido y mujer, los aplausos, la emoción de los presentes por descubrir un nuevo amor, alegres de ver la felicidad en una pareja, y por un momento Elizabeth deseó que fuese real, tal vez no con Sebastian, sabía que nunca podrían llegar a ser una pareja, pero había imaginado sentirse feliz, tener un compañero que la complementara a tal grado de aceptar casarse...

—Por favor... despierta de una buena vez— se dijo a sí misma en voz baja. Los recuerdos de su infancia cuando la soledad la albergaba, cuando notaba la desolación en el rostro de su padre cada que lo miraba distraído la regresaba a la realidad, una donde ella no tenía cabida para el amor.

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Elizabeth Vitale tenía una pequeña rutina los domingos, era el único día que podía levantarse tarde o al menos, después de las nueve de la mañana. Se duchaba disfrutando del agua en su cuerpo, siempre solía bañarse apresurada y los domingos eran sus días de relajación, tomaba una taza de café acompañada de una buena lectura digital pues era amante de las noticias random que solían aparecer, desde física y genética, hasta arte y literatura de lo cual era un amante secreto, pues aquellos que no se daban el tiempo de conocerla solían pensar que la ciencia lo era todo, pero se olvidaban de como todo ser humano, los sentimientos suelen buscar cosas afines para poder ser demostrados, en el caso de la italiana, la lectura y poesía era lo suyo.

¿Dopamina o tinta?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora