CAPÍTULO 7

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[ Perdón por no subir estos días, fueron caóticos pero aquí está la siguiente parte, por ahora voy escribiendo el capítulo 17 así que tenemos de estos dos para largo. Intentaré subir más seguido. ] 



「 . . . 」

El silencio reinaba en el elevador. Elizabeth y Sebastian habían firmado los papeles necesarios para poder comenzar con el proyecto, por un momento al verlo firmar, Elizabeth se sintió ligeramente culpable por la situación; Sebastian había aceptado sin mayor queja a casarse con ella, una completa desconocida tan solo para que su proyecto iniciara, claro que también tenía en cuenta que lo hacía por interés personal, pero aun así no le había agradecido.

Volteó a verlo, estaba pensativo, como las últimas veces que lo había visto, tenía las manos en los bolsillos de su pantalón y la mirada fija en los botones del elevador, aunque la castaña intuyó que no estaba prestándoles atención realmente. Fue entonces que se permitió observarlo con un poco más de detenimiento. Desde el día que lo vio tuvo que admitir que era guapo, sus pestañas y cejas oscuras le daban una profundidad agradable a esos ojos verde oscuro, ese color que tanto le gustaba a Elizabeth, era una tonalidad agradable, le daban un aire único pues no era como todos los ojos de ese color. Se permitió sonreír un poco al verlo. Su nariz no era perfecta, pero si atractivamente masculina y esa barba incipiente le daba un aspecto serio, misterios; la forma de sus labios, los cuales no eran demasiado gruesos pero tampoco delgados, tenían una forma besable.

—Gracias— dijo Elizabeth de pronto. Aún se encontraba recargada contra una de las paredes más alejadas a donde estaba él, sus brazos cruzados sobre el pecho le daban un aire juvenil. Sebastian volteó extrañado a verla, enarcó una de sus cejas e intentó por todos los medios no sonreír.

—¿Por? — cuestionó restándole importancia a tal acto.

—Por ayudarme, por aceptar esta locura, significa mucho para mi...

En el rostro del rubio apareció una sonrisa de satisfacción que provocó Elizabeth rodara los ojos.

—A los dos nos conviene, pensé en mí y en mi empresa, pero gracias por verlo de esa manera.

Elizabeth apretó los labios deseando darle un puñetazo en esa sonrisa irónica, se contuvo de responder, pero cuando menos lo pensó ya lo estaba haciendo.

—Eres un grandísimo imbécil, ¿Crees que todos debemos estar a tus pies por ser un niño rico? Ni siquiera sabes manejar tu propia empresa— escupió Elizabeth en palabras, la sonrisa desapareció del rostro de Sebastian, los poros de su nariz se ampliaban en cada respiración y sus ojos se volvieron fríos.

—¿Crees que por ser una niñita inteligente todos debemos rendirte pleitesía? No necesitamos ser ratas de laboratorio para tener reconocimiento.

Lo próximo que se escuchó en el estrecho espacio del ascensor fue un golpe de piel con piel. La mejilla derecha de Sebastian había tomado un color rojizo por la bofetada, la mano izquierda de Elizabeth palpitaba.

—Eres un cascaron sin contenido, no tienes sentimientos— siseo en voz baja, la distancia entre ambos era mínima por lo que no ameritaba a alzar el tono, ambas miradas encontradas, podían sentir la respiración del otro —cuando te conocí me pregunté por qué esa mirada solitaria, pero ahora entiendo.

Sebastian escuchaba atento, mantenía la mirada puesta sobre esos enormes ojos chocolate que lo observaban, la respiración del rubio era furiosa, sus labios se apretaban entre si y los músculos de su mandíbula eran visibles.

—¿Qué...?

—Entiendo que nadie podría estar contigo.

En ese momento las puertas se abrieron. Las personas que esperaban el elevador pudieron ser testigos de la furia que en ese espacio abundaba. La pareja estaba frente a frente, las miradas encontradas y sus posturas a la defensiva, directos a atacarse. Elizabeth tomo aire y se giró para salir del ascensor caminando rápidamente hacia la salida. Deseaba alejarse de ahí, no tenía idea de lo que harían durante esos meses si ni siquiera podían soportarse.

¿Dopamina o tinta?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora