CAPÍTULO 30

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「 . . .  」


—¿Qué tú hiciste qué?

La pregunta resonó en el pequeño café donde se encontraban, varias personas voltearon a verlas y Elizabeth rodó los ojos negando, la efusividad de la familia se la habían otorgado toda a su hermana mayor.

—No grites... alguien puede escuchar.

—Ese es el punto, Elizabeth, ¿Por qué hiciste eso?

La aludida abrió la boca para responder, pero guardó silencio, ¿Por qué lo había hecho?, tenía la respuesta clara, por el trato que tenían, era una mujer de palabra y él había cumplido cuando la acompañó en esa cena con su hermana... Sí, claro, esa es la razón... se dijo a sí misma, era consciente de que deseaba ir con él porque lo quería, porque deseaba estar con él, tomar su mano y caminar a su lado, sonreírse mutuamente como lo habían hecho en días pasados, al menos aún tenían eso. Pero sabía que se estaba contradiciendo, y peor aún, traicionando a sí misma pues cada día que abría los ojos por las mañanas se prometía olvidarlo, dejarlo atrás, intentar seguir como lo había hecho en más de una ocasión, cada vez que tenía algún pensamiento con Sebastian se reprendía por no poder deshacerse de él, era complicado verlo todos los días, las tardes, noches, escucharle silbar, las veces que lo había visto haciendo ejercicio en el jardín, o cuando bajaba y de manera inesperada estaba en la cocina con tan solo sus pantalones deportivos... carajo, pensó al final al tiempo que llevaba sus manos al rostro. Estaba jodida.

—Ya te dije, tenemos un trato— la última palabra intentó sonar en un tono más bajo, bebió un poco de su café el cual ya comenzaba a enfriarse.

—No me agrada, Elizabeth, te estás lastimando, lo sé porque cuando hablas de él los ojos se te iluminan, no quiero que te lastime...

—Lo sé— dijo de forma rotunda intentando que su hermana no siguiera con lo mismo. Anne guardó silencio y negó ladeando la cabeza al ver a su hermanita.

Sabía que como mayor de esos dos debía actuar, pero cómo haría algo en contra de lo que su hermana le pedía, no se metería en cosas que no le llamaban, aun así, no podía estar odiando a Sebastian Loughty pues ese hombre no se daba cuenta de lo que estaba haciendo, y peor aún, lo que estaba perdiendo. Anne Vitale había sido la única que había visto como Elizabeth se reconstruía no una, ni dos veces, había perdido la cuenta, la primera vez había sido cuando su hermano menor falleció, era la otra mitad de su hermana y esa pérdida la dejó en el limbo por mucho tiempo, luego su madre los dejó y en quien más se había apoyado Elizabeth la dejó nuevamente, pérdida tras pérdida, llegó a pensar que no merecía ser amada, que debía ser ella sola quien se levantara y no poder empujarse en nadie, se había equivocado, Anne siempre intentó ayudarla, demostrarle que no estaba sola, pero era demasiado tarde, ella no dejaría que nadie se le acercara.

Fue testigo de los chicos que estuvieron tras Elizabeth, y también fue testigo de que mandó a cada uno a volar, por diversas excusas que al final disfrazaban ese temor de que la dejaran nuevamente, prefería abandonar todo a sentir que la estaban dejando, y ahora Sebastian lo estaba haciendo, ella había abierto su corazón para él, esa carcasa se había caído y él podía entrar, había entrado, y lo único que estaba haciendo a cada momento era demostrarle que en cualquier momento se iría, dejándola como todos a los que alguna vez amó.

—Por favor, no te enojes conmigo, no podría...— dijo Elizabeth interrumpiendo sus pensamientos, Anne sonrió negando. Estiró su diestra para tomar la de su hermanita quien parecía conflictuada.

¿Dopamina o tinta?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora