CAPÍTULO 40

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「 . . .  」



Las risas de Santiago causaban una sonrisa genuina en los rostros de los adultos, Leonardo y Julia observaban de cerca a su pequeño jugar en las orillas del lago, tenía puesto un par de flotadores y la gracia con la que jugaba con el agua provocaba ternura en todos, más en Elizabeth que ese pequeñito era la luz de sus ojos. Jamás había pensado o siquiera pasado por su mente, la idea de tener bebés, fue algo que nunca quiso pues sabía lo inestable que era su vida, deseaba viajar y lo cumplió, deseaba enfocarse a su trabajo y había logrado todo lo propuesto, su vida estaba completa, o eso creía, ahora teniendo a su lado a Sebastian, la idea no sonaba del todo mal, sin embargo, era un tema del cual aún no hablaban.

La castaña volteó a ver a su novio quien descansaba recostado en una silla plegable, tenía puesto lentes oscuros, pero gracias a su ángulo, Elizabeth podía ver que tenía los ojos cerrados. Sonrió y se acercó un poco a él incorporándose de su silla.

—Oye— susurró la joven despertando a Sebastian, quien apenas comenzaba a quedarse dormido —¿Vamos a nadar? — cuestionó con una sonrisita infantil, a lo que el mayor no pudo negarse.

Se incorporaron por completo y se tomaron de la mano caminando hacia el lago. Leonardo estaba riendo con Julia tras ver como Santiago reía y salía corriendo del agua tras hacerle la broma de ver un tiburón.

—Oye, no hagas eso— dijo Julia riendo golpeando levemente el brazo de su esposo, pero el joven no prestaba atención ya a lo que sucedía pues la mirada, tras los lentes de sol, estaba puesta sobre la pareja que se dirigía al lago.

Su rostro cambió de la felicidad a la amargura total, Julia lo notó y rascó su frente mientras se recostaba en las toallas que habían acomodado sobre el pasto para no tener que alejarse demasiado de Santiago.

—Déjalos tranquilos, Leo— comentó la joven acomodando sus lentes dispuesta a tomar el sol.

—¿Cómo quieres que haga eso?, sólo míralos, Elizabeth dijo...

—Leonardo, las personas pueden cambiar de opinión, siempre fuiste el que más abierta tuvo la mente, ¿Por qué todo cambia?

El aludido bajó la mirada y se quitó los lentes de sol asimilando las palabras de su esposa, sabía que tenía razón, pero también había notado la manera en que su hermano habló de ese hombre, las palabras dichas, ella lo quería incluso antes de notarlo, Leonardo lo había visto, en la forma que se miraban, la tensión entre esos dos en la cena, pero cuando se enteró que todo era una mentira lo único que le preocupó fue su hermana pues era consciente de que ella se había enamorado, no lo admitiría, se cerraría como siempre, se alejaría de cualquier persona que denotara interés, su madre había causado eso, había hecho que todos tuviesen un trauma tras su partida, Anne se había alejado durante años de todos, había regresado a ellos jurando jamás volver a irse, Leonardo sentía que debía protegerlos a todos, incuso a su propio padre, protegerlos de sus sentimientos, de sus temores, incluso, de ellos mismos, y esa madurez lo llevó a contraer matrimonio desde muy pequeño, muchos especularon que había sido a causa de que Julia estaba esperando a Santiago, sin embargo, Elizabeth fue la única que creyó en el amor que se profesaban, cuando Leonardo le explicó lo que sentía por esa chica, Elizabeth lo alentó a continuar, lo alentó a equivocarse si era necesario, pero jamás quiso que su hermanito pasara por lo que ella pasó toda su vida, esperar un amor que sabía jamás llegaría porque ella no lo permitió, y ahora que se abrió a un hombre, había resultado ser un juego, al menos para él, porque Elizabeth estaba enamorada, era notorio y su temor más grande era que su hermana saliese lastimada.

¿Dopamina o tinta?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora