CAPÍTULO 27

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「 . . .  」


Las miradas fueron directamente a Sebastian Loughty en el momento que ingresó a la oficina. Durante varios días, semanas, el hombre cambiado de actitud, se le veía relajado, como si el peso que cargaba se hubiese desmoronado, pero ahora esa actitud molesta, poco tolerante parecía estar de regreso junto con la mueca desagradable que solía portar desde que se le colocó como jefe de la empresa, tras la muerte de su hermano mayor, Vladik.

—Buenos días, señor Loughty— comentó un hombre al subir al mismo elevador, el aludido ni siquiera volteó a verlo, mucho menos respondió.

Iba molesto, quiso romperle la cara por el simple hecho de saludarle. Apretó la mandíbula al ver que más gente subía, varios de los empleados lo miraban por el rabillo del ojo esperando un saludo de parte del jefe, como hizo en días pasados, pero eso no sucedió.

En el momento que las puertas se abrieron, Sebastian salió antes que todos olvidando su caballerosidad y cualquier otro rasgo de respeto hacia los demás, esa mañana solo quería desaparecer en su oficina y que nadie lo molestara, quería tener el tiempo suficiente para despejar su mente y poder enfocarse en sacar a Elizabeth de su cabeza, pero el mundo tenía otros planes.

Un llamado tímido a la puerta provocó que Sebastian voltease hacia esa dirección, el rostro que su secretaria vio casi la hacía querer salir corriendo del lugar, lo único que le dio confianza en entrar a esa cueva fue que Stephen, el único en la oficina que podía lidiar con el jefe, venía tras ella.

—Señor Loughty, lamento molestarlo pero, hay problemas...

—Siempre hay malditos problemas aquí— respondió de una forma hostil, la joven tan solo bajó la mirada adentrándose en la oficina hasta el escritorio donde dejó los diversos papeles.

Uno a uno Sebastian comenzó a leerlos, cada uno peor que el anterior, problemas con contratos, falta de recursos en algunos proyectos, en otros tanto algunas firmas y el más importante, el proyecto que había perseguido por los últimos tres meses estaba ahí y al parecer no había esperanza alguna de que obtuviera el trato.

—Carajo, ¿Dónde está el informe de este caso? — cuestionó el canadiense levantando el documento, Martha abrió la boca más nada salió, no supo que responder, estaba intentando recordar.

—Yo...

—¡Que nadie trabaja aquí!, ¡Solo pido una cosa, una puta cosa!

La joven se estremeció ante el gruñido de aquel león y se limitó a bajar la mirada, Sebastian iba a decir otra cosa, pero en ese momento Stephen entró.

—¿Qué mierda te pasa, Sebastian?, toda la empresa te escucha— dijo cerrando la puerta tras de él. Observó a la joven muerta de miedo y suspiró, sabía la crisis que su amigo tenía y aunque había pasado tiempo sin presenciar una, sabía que algún día volverían. —Martha, sal, tómate el día libre, yo arreglaré las cosas.

La chica sin esperar nada y sin mirar atrás salió de la oficina, Stephen vio como tomó su bolso y se fue del lugar. El mejor amigo del jefe y socio corporativo de Loughty Co., cerró las cortinas para poder hablar tranquilamente.

—Dime que carajos te pasa, ¿Algo anda mal?

Una risa sarcástica resonó en el lugar a modo de respuesta, Sebastian ni siquiera notó que su secretaría se había ido, leyó con detenimiento el caso del último proyecto.

—¿Algo anda mal? — repitió la misma pregunta y sonrió mostrándole la carpeta del caso —todo está mal, nada en este puto lugar está bien, ¡Nada! —gritó tirando los papeles al suelo y aventando la silla cargado de ira.

¿Dopamina o tinta?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora