CAPÍTULO 13

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「 . . . 」


La botella de cerveza se quedó a medio camino de los labios femeninos, Elizabeth se quedó muda observando a su hermano, tosió al darse cuenta que estuvo reteniendo la respiración durante esos segundos.

—¿De qué hablas, Leo?, nos vamos a casar— respondió rápidamente, le dio un largo trago a su cerveza, pues se dio cuenta que necesitaría valor para poder convencer a su hermano de que ese show era verdad.

—Elizabeth, si alguien te conoce en esta vida soy yo, estuve contigo cuando...— guardó silencio, la castaña levantó la mirada hacia los ojos de su hermano, le suplicaba que no lo mencionara siquiera, así lo hizo —te conozco, hay algo extraño entre ustedes, la forma en que se miran como si fuesen cómplices de algo, pero sus movimientos no son sincronizados, no se conocen como dicen.

La joven estaba con la boca abierta por esa deducción tan detallada, ni siquiera ella había pensado todo aquello, se movió inquieta sobre su asiento antes de negar dejando la cerveza sobre la mesa de centro en su sala.

—Es cierto, casi no nos conocemos pero... sucedió— aseguró buscando una forma más convincente de comentarle a su hermano, pero cuando menos se dio cuenta, Leonardo se había levantado del asiento dejando la cerveza también sobre la mesa de centro.

—Me duele que no me tengas confianza, y que me creas tan estúpido como para no saber que algo está pasando, te conozco, vi tu relación con Caleb, vi cuanto te costó estar cerca de él, y ahora me dices que en unos cuantos días te enamoraste y te vas a casar con Sebastian, ¿De verdad crees que iba a tragarme esa mentira?

La mirada del castaño estaba triste, llena de decepción y tenía razón, había deseado tanto contarle a alguien por todo lo que estaba atravesando que las palabras salieron por sí solas.

—Firmamos un contrato, no me iban a dejar llevar a cabo mi proyecto del laboratorio porque tenía nacionalidad italiana, estoy aquí como estudiante... Yo... no supe que más hacer, Leo, necesitaba hacer el laboratorio o me quitarían el lugar otorgado...— la voz se quebró al finalizar, el rostro de su hermano pasó de la decepción al enojo a resignación.

Se acercó para abrazar a Elizabeth quien había bajado la mirada aguantando las lágrimas. Desde que todo había iniciado supo que era algo erróneo, pero no sabía cuan mal estaba hasta que se lo contó a la persona en quien más confiaba en el mundo.

—Ya, calma, ahora, explícame qué fue lo que sucedió.

/=/

Una hora y media después, Leonardo la observaba sin dar crédito a lo que le contaba. La castaña había dejado de hablar desde hacía unos minutos, pero el joven no dijo palabra alguna. Le dio un último trago a su quinta cerveza y dejó la botella en la mesita de centro junto a las demás.

—¿Y bien? — lo presionó para hablar, el menor se recargó en el respaldo del asiento cruzando una de sus piernas en escuadra, se encogió de hombros y volteó a ver a su hermana, una sonrisa se formó en el rostro.

—No sé cómo logras meterte en tantos problemas, sólo fuiste por una inversión para tu laboratorio y saliste de ahí comprometida y ahora hasta te vas a mudar...— Leonardo llevó una mano a su cabello desordenándolo más de lo que comúnmente estaba —pero...— Elizabeth levantó la mirada hacia el italiano —es una buena aventura que le contarás a tus hijos después, o a Santiago.

La castaña sonrió sintiendo como se le llenaban los ojos de lágrimas, su hermano siempre veía el lado positivo de la vida sin importar nada; rápidamente parpadeo para evitar derramar lágrimas pues era alguien que pocas veces lloraba frente a los demás.

—Sí, es una buena aventura que se me salió de las manos— respondió pensativa, en su mente solo se repetían las palabras que Sebastian había dicho, por un momento su rostro se relajó dejando de lado la preocupación.

—¿Y... él te gusta?

La pregunta la tomó por sorpresa, se incorporó del asiento llevando un par de botellas de cervezas vacías en cada mano, se encaminó hacia la cocina para poder tirarlas, Leonardo llevó las restantes detrás de ella.

—No, no me gusta, sabes lo que pienso referente a él, te lo dije— respondió con un semblante serio, el solo pensar en un gusto de ese tipo le provocó nervios, tuvo que enjuagarse las manos para que las mismas no sudaran.

—¿Qué lo odiabas? Lo recuerdo, pero parece que tú no— Leonardo se sentó en la barra central de la cocina mientras observaba aún a su hermana.

El menor de los Vitale había sido el pequeño más mimado desde su llegada, sin embargo, después de lo sucedido en la familia él había tenido que crecer solo bajo la supervisión de Elizabeth, pues Anne se había regresado a Italia para continuar con sus estudios, el patriarca se había hundido en el trabajo y la tristeza por lo que Elizabeth había sido la única que adoptó el cargo de madre hacia su hermano menor, esa conexión los había hecho más cercanos, mejores amigos, por lo que si alguien conocía bien a la castaña, era Leonardo quien también era consciente de las palabras que dijo cuándo había terminado un compromiso un tiempo atrás, pero ahora en su mirada había cambiado algo, la italiana era alguien metódica, todos a su alrededor lo sabían, no le gustaba el desorden ni mucho menos que las cosas no salieran como ella esperaba o predecía, sin embargo, el menor sabía que algo sucedía con ella, aunque aún no sabía del todo de qué se trataba.

—Por favor, no digas tonterías— respondió Elizabeth negando rodando los ojos como si lo dicho fuese la cosa más estúpida del mundo. —Nos llevamos bien, estamos actuando como dos adultos que deben coexistir juntos unos meses.

—¿Adultos? Elizabeth, tienes veinticinco años...

La aludida sonrió con tristeza, suspiró y se encogió de hombros.

—Si la edad fuese importante para mí, no habría logrado lo que está enmarcado ahí— señaló una de las paredes de la sala donde los diplomas y títulos estaban perfectamente acomodados. Leonardo muchas veces se preguntó si la causa de que su hermana hubiese sido tan madura a temprana edad había sido por su causa, el tener que cuidarle, pero sabía que había tenido que adoptar esa madurez para sobrellevar la partida de su madre.

—Lo sé, niña genio, pero dejaste tantas cosas de lado...— respondió el castaño bajando la mirada por un momento antes de sonreír, intentando aligerar el ambiente, de un salto bajó de la barra y abrazó a su hermana mayor —en el momento que quieras dejar todo, hazlo, no te castigues... te conozco— le susurró en medio del abrazo, Elizabeth aguantó las lágrimas y asintió separándose del menor.

—No lo haré, cumpliremos el plazo y después yo podré escribir más artículos en mi propio laboratorio, podré ayudar a jóvenes como yo que no tenían en quien más buscar ayuda, lo que estoy haciendo lo vale, Leo.

—Lo sé, Lizz. 

¿Dopamina o tinta?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora