CAPÍTULO 41

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「 . . .  」


La mirada pensativa de la italiana se encontraba en la pantalla de su computadora en la cual se observaban diversos electroferogramas que debía revisar para sus jóvenes adscritos al servicio social, algunos estaban por terminar sus horas necesarias, y otros eran relativamente nuevos, y a pesar de que su índice estaba moviéndose en el mouse para bajar la página, su mente estaba en otro lado.

Elizabeth y Sebastian habían regresado a casa la noche anterior, era un lunes diferente, poco monótono pues había llegado a dar clase con los sentimientos a flor de piel y el deseo contenido a causa de los besos compartidos con Sebastian en la cocina, los cuales no pudieron concluirse pues ambos llegarían tarde al trabajo, y aunque al canadiense poco le importaba ese hecho, Elizabeth odiaba la impuntualidad en el salón de clases, más eso no importó para que su cuerpo no recordara constantemente las caricias de Sebastian sobre su cuerpo, los besos...

Un suspiro lleno de frustración se hizo audible en el cubículo de la maestra mientras se daba por vencida al estar leyendo los mismos alelos una y otra vez, pues no ponía la suficiente atención y sabía que no lo haría, tenía demasiadas cosas en la cabeza, aún podía recordar de manera vívida aquella última noche que pasaron en el lago, sus hermanos habían decidido dormir temprano y la pareja optó por pasar el resto de la tarde noche en una hamaca. Las estrellas eran visibles en ocasiones pues las nubes decidieron aparecer después de que todo el día estuvo soleado, aunque no del todo feliz. Tras la conversación que tuvieron a solas en el prado, los ánimos de ambos se habían evaporado, pero aun así se mantuvieron juntos, comiendo en silencio, observándose y dedicándose sonrisillas furtivas hasta que decidieron descansar a solas.

Elizabeth se encontraba a lado o, mejor dicho, casi encima de Sebastian quien tenía las piernas de su novia entre las propias, las manos de la castaña acariciaban y jugaban delicadamente con la mano libre del rubio pues Sebastian tenía su otra mano bajo la cabeza para poder estar dejando besos sobre los cabellos de su chica. El silencio reinaba, tan solo los sonidos de la naturaleza les hacían compañía, el romper del viento en las hojas y el suave sonido del agua a unos cuantos metros de distancia.

—¿Puedo preguntar algo? — cuestionó la italiana en voz baja, Sebastian sin abrir los ojos maravillándose con el aroma de la joven, hizo un sonido afirmativo ante la pregunta, por lo que Elizabeth continuó: —Es algo personal, no quiero molestarte...

Ese inicio provocó que Sebastian abriera los ojos y se acomodara para poder ver a Elizabeth, quien había levantado un poco la cabeza, ambas miradas se encontraron y sin poder evitarlo sonrieron como unos tontos enamorados.

—Dime— respondió el hombre.

—¿Por qué tienes cicatrices en la espalda?

La voz de la castaña fue bajita, casi como si temiera que Sebastian se enojara ante la pregunta, pero de verdad tenía esa duda desde aquella vez que llegó ebrio y le ayudó a recostarse, y esa tarde en el lago las había podido ver nuevamente.

El canadiense se quedó en silencio y carraspeó un poco antes de moverse en la hamaca buscando un lugar más cómodo, pero tan solo estaba tomando tiempo para saber que responder; no deseaba mentir, pero tampoco sabía cómo se tomaría la verdad.

—Fue un accidente— respondió tras unos minutos en silencio, Elizabeth tomó nuevamente la mano de su novio y la apretó levemente entre la de ella mientras su mirada estaba enfocada en la contraria, incluso aunque Sebastian estuviese mirando a otro lado. —Poco tiempo después de que mi hermano murió, tomé su motocicleta y salí a pasear, siempre lo hacíamos, los domingos de paseo solo él y yo con nuestras motocicletas, uno de mis regalos favoritos, si yo hubiese sabido en ese momento que él...

¿Dopamina o tinta?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora