CAPÍTULO 32

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「 . . .  」


Los platos terminaron de ser lavados, la barra limpia mientras Sebastian terminaba de secar uno de los vasos, por su parte Elizabeth guardó las dos tazas utilizadas para el café de sobremesa, habían terminado de platicar casi a la hora de la comida por lo que el hambre no sería algo que les preocupara, al menos por el momento.

—¿Y ahora? —preguntó Elizabeth volteándose hacia Sebastian, la joven se recargó contra uno de los muebles de la cocina, el rubio tragó en seco y se acercó dejando la toallita con la que secaba el plato, sobre su hombreo.

—¿Qué sueles hacer los sábados? — preguntó el rubio parándose frente a la joven, quien sonrió acercándose para tomar el labio inferior contrario entre los propios y chuparlo levemente, un pequeño y corto beso.

Desde la noche anterior que ser habían besado de esa forma, y ahora sin alcohol en sus venas, Elizabeth deseaba besarlo todo el tiempo, y Sebastian pensaba exactamente lo mismo, aunque en su mente había otro tipo de ideas.

—Debo revisar algunos trabajos— respondió echando la cabeza hacia atrás, pues solo de pensarlo le estresaba.

—Yo debo revisar unos contratos y pensaba en escribir, pero...

Ese "pero" llamó la atención de Elizabeth, quien pensó que tendrían que estar ocupados y no podían continuar con esas interesantes pláticas que comenzaron, pero la realidad era que tenían todo el tiempo del mundo para conocerse.

—Pero...— le incitó a que continuara la oración.

—Pero podemos hacerlo juntos, en la sala.

La idea le encantó a la castaña, pues normalmente siempre se encerraban en su habitación, y él en su estudio para trabajar, ahora compartir ese espacio era diferente y el solo pensarlo llenó de emoción a Elizabeth quien asintió rápidamente.

—Sí, me gusta, iré por las cosas.

—Yo igual, nos vemos en la sala.

—¿En la de arriba? — cuestionó Elizabeth pues normalmente para ver la televisión solían subir al tercer piso donde la TV era más grande y la sala era amplia, el piso de relajación lo llamaba ella.

El rubio asintió antes de ambos desaparecer a sus respectivos lugares, Sebastian por su parte tomó su portátil para poder revisar contratos y tal vez escribir pues los últimos días la inspiración estaba a flor de piel, y Elizabeth por su parte llegó casi corriendo a su habitación con la emoción invadiéndola. Sus ojos recorrieron la habitación hasta dar con el escritorio que tenía y sobre él sus trabajos en diferentes carpetas; se acercó para poder tomarlas cuando su teléfono celular sonó, lo ubicó en la mesita a lado de su cama donde se encontraba cargándose, lo desconectó y contestó a la vez.

—¿Si?

—¿Lizz?

La voz de su hermana la trajo a la realidad, abrió los ojos como platos y se cubrió la boca con la mano. Si Anne se enteraba de lo que había pasado las últimas 36 horas, la asesinaría.

—Sí, ¿Qué pasa? — su voz era extraña, o al menos eso pensó la mayor al otro lado de la línea quien frunció el ceño pegando el aparato a su oreja.

—¿Estás bien? — cuestionó preocupada. Elizabeth miró al techo pensando que hacer, ¿Le digo? Me va a matar, pensó tomando aire.

—Sí, mejor que bien.

—¿Y por qué parece que te apuntan con un arma mientras me respondes?

—Claro que no, subí los escalones corriendo, me agité...— se excusó mientras se sentaba en su cama, su pie derecho golpeaba contra el suelo de manera ansiosa.

¿Dopamina o tinta?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora