「 . . . 」
Había perdido la cuenta de los días que habían transcurrido desde que el último día que vio a Sebastian, lo tenía presente aunque no lo quisiera, lo recordaba aunque su cerebro le dijera que no era sano.
Elizabeth tenía unas marcadas ojeras que cubría con maquillaje para poder pararse frente a sus alumnos, había pedido un par de días para poder recuperarse pues estaba sin ánimos siquiera de levantarse de la cama, ¿Con que así se siente el amar?, se preguntó sonriendo de manera burlesca, ¿De verdad eso era lo que había estado esperando toda su vida?, sufrir de esa manera por otra persona, aferrarse a alguien que la dejó a la deriva...
Sus ojos se habían abierto desde hacía un rato, la mirada estaba puesta en su ventana donde el sol comenzaba a asomarse, verificó la hora y como lo pensó y como le había pasado desde ese día, despertó antes, mucho antes de su hora por lo que podía pasar tiempo recostada, queriendo hundir la cabeza en la almohada y desaparecer de la faz de la tierra. Sus fuerzas para levantarse y llevar a cabo su rutina habían regresado después de la primer semana, estaba en automático cuando iba a clases, pocas veces sonreía, y cuando lo hacía era para tranquilizar a sus cercanos quienes la observaban con una mueca preocupada, pero las ganas de seguir y de sonreír habían desaparecido.
Por la noche cuando deseaba dormir y los recuerdos le herían, se repetía que ningún dolor es para siempre, intentaba pensar en otras cosas, sabía el funcionamiento del cerebro, sabía lo que las hormonas podrían hacerle, ayudarle, pero no podía, no podía secretar dopamina, ni serotonina, ni ninguna maldita endorfina que le hiciera sentir mejor.
—Eres mi dopamina...
Le había dicho, y le había dado ese poder de llevarse toda felicidad, todo bienestar, lo odiaba por eso, se odiaba a sí misma por darle todo, por haberse quedado sin nada.
Durante los días contiguos a la discusión, recibió interminables llamadas de Sebastian y de otros números, mensajes con disculpas largas, frases que solo la lastimaban por lo que había decidido cambiar de número como si con ello pudiese olvidarse de todo, iniciar desde cero. No fue así.
Logró la paz que quería, estar sola y tener tiempo de pensar en lo ocurrido, pero al final, ese silencio le dolía, el saber que Sebastian no había vuelto le confirmó lo que leyó en esos papeles: todo había sido falso, había caído como cualquier persona enamorada, había creído lo que su cerebro quería creer, incluso aunque la obviedad de la mentira estaba presente.
Lo último que supo de él había sido que se marchó de la ciudad, y se enteró porque cuando Anne le contó a Leonardo lo ocurrido, su hermano fue a buscar a Sebastian para desquitar todo el daño causado a su hermana, pero no estaba, se había ido a quien sabe dónde. El portero del edificio del hombre Loughty fue quien les dio esa información sin mayores detalles.
—Se fue para nunca más regresar, creo que no volverá a molestarte.
Había dicho Leonardo cuando regresó, y aunque todos esperaban que así fuese para evitarle más daño a la italiana, Elizabeth tan solo quería volver a verle para maldecirlo hasta el cansancio y después besarlo como tanto desea olvidando todo, las mentiras, el rencor, la ira... pero no sucedería, no volvería a verle.
Su alarma sonó sobresaltándola, cerró los ojos un momento tomando fuerzas para llevar a cabo un día más. Suspiró y estiró el brazo para silenciar su reloj digital. Contó hasta diez y se levantó sintiendo sus huesos pesar toneladas. Entró a la ducha y se bañó por inercia, se vistió y preparó su café matutino al igual que su almuerzo.
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¿Dopamina o tinta?
RomanceTERMINADA. Elizabeth es una científica italiana que tras llegar a Nueva York construye una reputación como una de las investigadoras más jóvenes. Sebastian es un escritor frustrado que se hace cargo de la empresa familiar por obligación. Estas dos...