CAPÍTULO 10

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「 . . . 」



La mirada de Elizabeth pasaba por el vestido que su hermana había elegido para esa noche; no podía decir que no le gustaba, le agradaba, pero para ella ese vestido que podía significar una de las noches más importantes para otras chicas, para ella era solo un atuendo más que usaría una noche más.

No podía ocultar en su rostro la melancolía que sentía en ese momento, las hormonas le estaban jugando una mala pasada y toda la situación le ponía los nervios de punta, le recordaba a hacía un par de años cuando parecía sentirse feliz, había incluso llegado a pensar que un compromiso así sucedería, con una persona a la que apreciaba pero que lastimosamente jamás amó.

La castaña se encontraba sentada en la esquina de su cama, entre las manos una taza de té que se había preparado hacía un rato, tanto que ya comenzaba a enfriarse pero aquello poco le importaba, tan solo le reconfortaba la cálida temperatura que la taza le transmitía mientras pensaba en todo lo que había sucedido en tan poco tiempo, esa mentira estaba llegando a dimensiones mayores a las pensadas, estaba asustada, estaba confundida, el pensamiento de solo desaparecer la perseguía, no podía contárselo a nadie, no podía pedir opinión o consejos de alguien, y para ser realista, ella mejor que nadie sabía que a quien se lo dijera le abriría los ojos diciéndole lo mal que estaba haciendo mintiéndole a todo el mundo solo para no esperarse unos meses más, o tal vez había otra razón que ni siquiera ella conocía.

Suspiró dándole un trago a su té, como pensó, ya se encontraba frío. Se levantó y se encaminó con pasos desganados hasta la cocina donde dejó su taza y nuevamente se quedó ahí, recargada contra la barra central, tenía más pensamientos que tiempo, era consciente de que debía comenzar a arreglarse, pero no tenía ganas de nada, quería encerrarse en ese lugar y no salir más hasta que todo hubiese terminado.

De una manera abrupta el rostro sereno de Sebastian apareció ante ella, no era esa faceta ególatra o pedante que solía utilizar para amedrentar a todos a su alrededor, no, era ese semblante agradable y pacífico que había visto en la cafetería, incluso podría haber dicho que la preocupación fue notable en él; una sonrisa apareció en el rostro de la joven y negó de inmediato. Era imposible, pero pensar aquello no le impidió que algo parecido a la emoción resurgiera desde el interior de su estómago, donde un hueco fue notable, Elizabeth negó de nueva forma y se permitió sonreír ante esa loca idea que su cerebro le mostraba que incluso, le causó calor.

—Demente, así es como estás, Elizabeth— se dijo a sí misma mientras se dirigía a su habitación para preparar sus cosas y ducharse, el tiempo transcurría y la cena se aproximaba cada vez más.

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Megan sonreía como una niña pequeña ante la entrada de su parque de diversiones favorito, Sebastian le había pedido ayuda para preparar la casa y el jardín principal de la enorme mansión Loughty, la rubia encantada había accedido y se lo había tomado demasiado enserio, tanto que todo el día trajo con ella una tablilla de madera con varias anotaciones correspondientes a los adornos, comida y música.

En el momento que vio llegar a su hermano corrió a abrazarlo casi colgándose de su cuello, Sebastian parecía asustado, no por la efusividad de su hermanita, sino por lo que sus ojos veían.

—¿Qué es todo esto? — cuestionó el mayor sin apartar la mirada del porche de la casa, la fuente central en la fachada principal de la mansión estaba adornada con algunos globos y otros accesorios en el agua que le daba un toque actual a pesar de que esa fuente fuese una antigüedad. Las escaleras y los barandales de cantera resaltaban ante lo listones de color negro, blanco y dorado, parecía una fiesta monumental y Megan parecía orgullosa de aquello.

¿Dopamina o tinta?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora