You Are in Love
And you understand now why they lost their minds and fought the wars / And why I've spent my whole life trying to put it into words...
—Entonces, ¿Debo darle mi paraguas a alguien que no lo tenga solo para demostrar que tengo empatía, aunque no la tenga? —pregunté ladeando mi cabeza.
El señor Robert asentía al otro lado de la pantalla moviendo a la bebita que se encontraba en sus piernas.
—Sí, si logras eso podría ser un gran avance.
—O yo podría ser una gran actriz —dije, rápidamente añadí—: Te dije que el otro día dejé que un pobre hombre durmiera en mi sillón salvándolo de morir del frío británico.
—Isabella —dijo. Va quitando sus gafas y finalmente suelta un suspiro negando—, solo lo hiciste porque te dio cuarenta libras.
—No, solo me dio treinta libras —dije. Intentando demostrar mi punto de que ya pude pretender ser empática.
—Isabella —murmuró.
Pobre hombre. Debía ser frustrante tener que ayudarme a mí en algo. Finalmente me di por vencida y le prometí que enviaría evidencia y que mi actuación al ser empática podía ser la mejor. No mencioné nunca que eso era muy tonto, tenía que mojarme yo para demostrar empatía.
El señor Robert —como me gustaba llamarlo, aunque tenía más títulos que un académico obsesionado con los diplomas— era uno de los mejores psicólogos y psiquiatras de América. No lo digo porque lo admire emocionalmente, obviamente, sino porque objetivamente era brillante. Dirigía una de las primeras investigaciones formales sobre alexitimia, y, para mi desgracia o prestigio clínico, yo era uno de sus casos más severos.
Recuerdo que durante una fase del tratamiento nos reunía en pequeños grupos de pacientes. Cuatro, para ser exactos. Cuatro humanos que lloraban, hablaban de sus madres y fingían compasión como si eso se pudiera ensayar.
Y luego estaba yo.
Había un ejercicio donde debíamos "actuar" gestos de amabilidad espontánea. Uno de ellos consistía en ofrecerle agua a otro paciente desde nuestra propia botella. Mi botella. Compartir saliva con un extraño bajo el pretexto de la empatía. Solo había dos caminos en mi mente: repulsión o pandemia.
—No, gracias. Si necesita agua, hay un grifo —respondí aquella vez, como si estuviera diciendo el cielo es azul.
El señor Robert me miró con esa expresión que solía tener cuando anotaba algo importante: sin juzgarme, pero con evidente fascinación. Como si yo fuera una especie rara de ave que acababa de ignorar el apareamiento ritual por preferir limpiar sus plumas.
¿Y el ejercicio de ceder el asiento en el autobús?
—¿Para qué? Tengo varios autos. Y si no los tuviera, no tomaría el autobús —dije, con una lógica que al parecer no era lo que esperaban en ese momento.
Las otras chicas me miraban como si fuera una criatura sin alma. Tal vez lo soy. O tal vez solo no simulo sentir lo que no entiendo.
Robert no me corrigió. Solo escribió más rápido.
Y aunque en su momento no lo entendí, ahora me doy cuenta de que él nunca buscó "arreglarme". Solo quería que entendiera los mapas. Las rutas emocionales. Aunque yo no pudiera sentirlas del mismo modo, él creía que merecía un GPS.
A veces, aún sueño con su voz diciendo:
—No se trata de sentir como los demás, Isabella. Se trata de reconocer qué sienten ellos... y qué estás dispuesta a hacer con esa información.

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Empty (1)
Teen FictionCuando Isabella llega a Inglaterra, los ecos de un pasado fragmentado la persiguen. Hay años de su vida que no logra recordar, vacíos que laten con fuerza tras la fachada perfecta de su realidad. Al reencontrarse con Caín McFeller, su enigmático y m...