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Caín.

—Caín... —Andrew Sprouse se acerca a mí—. Cuídala.

Tan solo dos horas después de que Isabella llegará a verme de sorpresa y con el miedo presente de que ella hubiera escuchado algo que pudiera afectarla.

La llegada de Andrew Sprouse —mi suegro— a Manchester en modo alerta reuniéndonos a Calibán y a mí en unos de los restaurantes más elegantes de la ciudad no es algo que me sorprenda con la carta de amenaza a Anne Sprouse de por medio.

Carta que personalmente había leído y tenía en mi poder. Ellas estaban en peligro y por eso no importa la hora, no importa todo el trayecto tan largo en tren. Él estaba preocupado por sus hijas, al igual que yo. Si bien mi novia y responsabilidad actual era Bella, Anne también tenia mi amor. La vi desde pequeña, la vi crecer, sufrir y estuve en vela as noches que estuvo en aquel horrible hospital.

Teníamos la suerte de saber que Anne se encontraba bien. Ella estaba en el hospital por cosas de su enfermedad, pero estaba bien, rodeada enfermeros, amigos y siendo vigilada por un guardia las veinticinco horas.

Caso contrario era Isabella —mi pobre chica— no era buena haciendo amigos y los poco que tenía no los recuerda o perdieron contacto después del incidente que obligó a su padre a enviarla a Canadá por seguridad. Isabella no tenía a alguien que la protegieran en Manchester más que a mí. Y aquello me pesaba, porque no siempre podría estar a su lado si a ella llegará a necesitar ayuda o y si le pasara algo en manos de ese ser tan desgraciado que había acabado con la tranquilidad de ambas familias años atrás yo no podría vivir.

—Sí, sé lo que debo hacer, pero —empecé a hablar de mala gana—. Isabella no lo va a permitir, nunca hace lo que digo.

—Es igual a su madre —repone el señor Sprouse.

—¿Terca como una mula? —pensé en voz alta—. No recuerdo que su difunta mujer fuera un dolor en el...

—Yo hablaré con ella —interrumpe Calibán.

Todos dejamos las cartas en la mesa: Calibán había ganado.

—¿Por qué tú? —pregunté molesto—. Sus hormonas se alborotan contigo.

No era secreto que era posesivo con Isabella, pero de una forma sana —o eso me gustaba pensar—. Nunca he dudado de su lealtad a mí con otros hombres, no iba a negar que la sangre me hervía al verla cerca de Jaxon, pero dejaba que ella misma creará sus caminos. Justo como años atrás.

Recuerdo muy bien lo enamoradiza que ella era. Una sonrisa llena de nostalgia se plasma en mis labios.

Calibán se aclara la garganta sacándome de mis pensamientos y habla:

—Isabella confía en mí, más que en ti que —se queda callado unos segundos. Agrega—: No es algo que deba decir delante de tu suegro.

—Y no es algo que sea real —dije. Tomé el vaso de whisky dándole un pequeño trago—. No del todo.

—Solo debes convencerla de que vivan juntos, inventarle algo como que tu habitación debe ser remodelada —habla Andrew.

—Oh, la chica tiene ejercicios de empatía y piensas que va a aceptar nada más por mi hermosa cara —respondí rodando los ojos.

—Hay que llegarle con su método —Plantea Calibán.

—Dinero.

Mencionamos los tres al mismo tiempo.

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A la mañana siguiente Calibán y Andrew ya se habían marchado al pueblo para atender sus asuntos y seguir con la investigación más a fondo. Y yo, yo me encontraba camino a la casa de Isabella con dos maletas. Sabía sus horarios —solo lo sé por su seguridad— y no tenía clases hasta dentro de dos horas. Abrí la puerta de su departamento viéndola desayunar en el sillón.