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Caín

Treinta y uno de octubre. Tuve que dejarla en la mañana. Nunca entendí la razón de que me costará tanto despegarme de ella, al estar lejos casi por dos años era de las primeras veces que podía sentir que sí estábamos en una relación —aunque ella me había terminado—. En la madrugada habíamos dormido juntos. No sé si es muy loco pensar que Isabella se encontraba sintiendo algo.

Yo me había dedicado a analizar cada detalle de su rostro pasando mi dedo índice por la punta de su nariz intentando dejar en mi memoria hasta el más mínimo detalle, y esa pequeña cicatriz en su dedo índice izquierdo cuando ella de un manotazo apartó mi mano —hecha por el chihuahua de que Anne tenía, el pobre murió luego de eso, nadie sabe qué le pasó—.

Yo realmente estaba enamorado de esa mujer y estaba arrepentido de todos mis errores en el pasado.

—Isabella, me voy ya —la moví un poco logrando solo que se diera la vuelta escondiendo la cara entre las almohadas logrando así sacarme una sonrisa—. Hey, te amo.

—Sí sí, vete —murmura tirándome una de sus almohadas.

Suspiré saliendo de su departamento, me detuve un segundo cuando las ganas de volver me invaden, me tuve que obligar a marcharme después de todo la iba a ver en la noche y esperaba que ella estuviera disfrazada de Morticia, deseaba ser su Homero. No podría quedar en ridículo.

—¿Todo listo para la noche? —pregunté al aire viendo a la mayoría organizar algunas cosas.

—Solo falta la confirmación de las bailarinas —asentí, caminando al gran jardín de la fraternidad para ver todo tomando forma desde ya.

Alguien se acerca corriendo a mí, observé a Tobías Watson. Un chaparro rubio que solo estaba en la fraternidad por derecho de antigüedad de su padre.

—¿Conoces a Connor Carson? —preguntó él.

Asentí al recordar que este abrió la boca a pesar de haberme pedido algo de dinero para no decirle cosas a Isabella.

—¿Qué pasa con él?

—Lo escuché hablando de tu novia con otros chicos hace un rato.

De inmediato le dí toda mi atención, miré a todos lados y lo agarré por los hombros llevándolo hasta la cocina.

—¿Qué escuchaste?

—Estaban hablando de una apuesta, Jaxon Rowell había perdido una apuesta contra él y otros —Tobías hablaba en voz baja, mira a todos lados antes de agarrarme por el cuello de la camisa y bajarme a su altura—. Jaxon Rowell debía quitarte a Isabella, lo cumplió pero había algo más.

Sentía mi sangre hervir. Código de hermanos, con esa rata nada existía.

—¿Qué era? —me solté de él bruscamente al preguntar.

—Tenía que acostarse con ella, no pudo.

Asentí de nuevo alejándome de Tobías y caminando de inmediato para llamar a Isabella, ella no contestaba. Me relajé un poco al saber que nada había pasado pero ese cabrón se había atrevido a apostar a Isabella como si fuera un objeto, como si tuviéramos quince años.

Él era problemas antes de Isis, pero fue un completo huracán de desastres después de ella.

Me detuve al recordar aquél enfrentamiento. Rumores se habían esparcido del amorío de Isabella Sprouse y Jaxon Rowell, falsos. Era Isis.

—¿Por qué le dijiste a ese chico que eras Isabella Sprouse? tu novio todo el tiempo ha pensado que eres yo —pregunta Isabella empujando a Isis.

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