28.

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Capítulo 28: Tormenta.

TW: mención de sangre, un animal muerto y una fuerte caída.

OMNISCIENTE.

Hay un trinar en el viento matutino. Es algo cercano, tan cercano como el sonido de la corriente de un arroyo. La humedad se percibe, lo siente a través de las yemas de sus dedos pálidos. El musgo la acoge como un manto en el que puede descansar después de la noche que tuvo.

El aroma fresco del bosque se siente bien, pero tiene náuseas, que son provocadas por cierto aroma metálico en el aire. Un olor a muerte.

Abre los ojos con lentitud, mostrándole al cielo notorio a través de las copas de los árboles, dos orbes celestes profundos y perdidos. Su cuerpo no es consciente del frío que hace, pero su mente comienza a recordarle su humanidad.

El prístino ambiente fresco la recibe, y ella toma toda la consciencia que posee. Se sienta sobre el musgo, buscando el rastro de su motocicleta. Sin embargo, la primera imagen clara que reciben sus ojos, es un ciervo... en mal estado.

El ciervo tiene espasmos, pero no es posible, porque ella nota sus ojos idos, vacíos y sin vida. Un jadeo brota de sus labios al ver los órganos del pobre animal esparcidos en el musgo. No entiende nada..., pero parece una de esas pesadillas extrañas que la atormentan.

Sí, ella está soñando.

Quiere despertar, mas no piensa aceptar que ya está fuera de su estado de somnolencia.

Sus ojos vagan por la densidad del bosque profundo y terminan en sus pies, cubiertos por sus botas. Ese par de zapatos y su pantalón tienen manchas de sangre, tan oscuras como las que cubren el musgo. Sacude la cabeza; cree que es parte del sueño.

—No, no, no, despierta...

Pero su susurro muere cuando observa sus manos ensangrentadas, sus uñas se ven rojas y sucias, cubiertas con musgo y tierra, además de toda esa sangre escarlata que va oscureciéndose. Un grito de terror, de miedo de sí misma, se escapa al ver sus prendas superiores.

Su anillo no está... y lo encuentra con rapidez, cerca de los intestinos del ciervo.

—No, no, no, no.

Sacude la cabeza con temor hasta que su miedo se muestra a través de las lágrimas, de un llanto que no cesa y sus sollozos se hacen agónicos. Skyler trata de limpiarse la sangre de una de sus manos con su manga más limpia y sube esa mano a palpar su rostro. Todo lo que halla, además de la frialdad de la noche impregna en ella, es más sangre. Su cabello rubio platino, de la misma forma, tan rojo que a penas se notan algunos matices casi blanquecinos.

Rojo, rojo, rojo. Eso fue todo lo que vio hasta que por fin cerró los ojos, recuerda haber sentido tanta rabia, ira contenida... y luego lo dejó salir; para su pesar, no solo salieron esas emociones, también fueron esas ansias de acabar... de matar.

Y no lo entiende.

Sus lágrimas de desconcierto descienden con rapidez y algunas se cuelan por las comisuras de su boca, haciéndole sentir el sabor salado y metálico mezclado. Reprime sus sollozos y se pone de pie, buscando respuestas.

Ella no fue, ¿verdad?

Skyler no tiene las herramientas para destripar a un animal. Es imposible. Y, sin embargo, es ella quien está cubierta de la sangre del ciervo. Es Skyler Swan quien nota el rastro de tripas entre la distancia que la separa del cadáver del ciervo.

Mató un animal. Ella. La niña que había jurado no hacerle daño a algún ser vivo en la tierra existente.

Se lamenta mientras busca el arroyo que suena cerca de ella. Temblorosa, cae de rodillas sobre el agua cristalina que pronto enrojece. Se lava las manos con fervor y, una vez que están limpios, prosigue con su bello rostro pálido y asustado. Su cabello es un caso aparte.

𝗦𝗞𝗬𝗟𝗘𝗥: 𝗦𝗲𝗰𝗿𝗲𝘁𝗼𝘀 𝗱𝗲𝗹 𝗠𝗮𝗿.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora