Capítulo 7: La Santa.

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Fernando llevó a sus niños a cenar con sus padres, pero realmente nadie estaba disfrutando la cena. Los niños estaban callados mientras los abuelos intentaban distraerlos, pero hasta Fernando parecía estar lejos de aquel lugar.

"Hijo ven, vamos a hablar." Don Humberto Mendiola, hombre por el que no parecían pasar los años, jaló a su hijo del brazo cuando todos se pararon de la mesa para tomar el postre en la sala.

"Papá..."

"Ahora Fernando."

Fernando odiaba que aun siendo un hombre adulto que ya tenía su propia familia, aunque en estos momentos estuviera hecha pedazos, ese tono de su padre era imposible de desobedecer. Don Humberto dirigió el camino hacia el despacho de su casa y Fernando se sintió como un niño que entraba al rincón prohibido.

"Fernando, creo que ya basta ¿no? Ya hiciste tu berrinchito, entendemos que estas dolido, pero ya está bueno."

"¿Berrinche papá? ¿Tú de verdad crees que yo estoy lejos de mi familia porque así lo prefiero? Como si yo me levantara todos los días y escogiera sentirme así de miserable."

"De cierta manera lo haces. Tu no quieres hablar con Lety ni creer en sus palabras."

"¿Tú qué sabes?" El y Leticia habían acordado no discutir su situación con nadie de la familia hasta que tomaran las decisiones adecuadas y Fernando no podía creer que ella había hablado con su familia. Todos sabían que estaban separados, pero el único enterado de todo era Omar y porque el mismo Fernando se lo contó envuelto en furia al llegar a su casa. Jamás se imaginó que después de todo, Omar estaría del lado de Leticia, pero igual estaba dispuesto a apoyarlo, aunque se pasara las veinticuatro horas del día recordándole que no aprobaba de su actitud.

"Evidentemente no sé lo suficiente, pero sí sé que esa mujer te ama, y gracias a ella te convertiste en un hombre admirable. Tienes que encontrar la forma de solucionar lo que sea que los separa y seguir adelante. Un matrimonio no es una cosa fácil de sobrellevar, y los problemas siempre existirán, pero un amor como el de ustedes no se encuentra a la vuelta de la esquina. Todos hemos respetado tu proceso y la privacidad de ambos, pero esto es demasiado. Tus hijos son otros, y tu ni se diga."

"Papá... no sé qué hacer. Yo tampoco soporto esta situación." Fernando dejó caer su cara sobre sus manos, comenzando a sentirse desesperado.

"Hablen, hijo. Hablando se solucionan tantas cosas. Los problemas y los malos entendidos tienen muchas cosas en común, y la primera de ellas es una profunda falta de comunicación."

"Últimamente Leticia y yo ya no sabemos hablar. Solo pelear."

"Yo no necesito vivir en tu casa para saber que eso no es verdad. Lety es una mujer muy sensata y pelear no es algo que le guste hacer. Apostaría todo lo que tengo a que ella te deja hablando solo y es lo que te da más coraje. Tu no la quieres escuchar a ella, pero si quieres que tus gritos los escuchen hasta los extraterrestres. Eso tampoco es hablar. Fernando, Lety te ama, pero la vas a cansar, y la vas a perder. Y no será solo por dos meses, será para siempre."

Fernando quería más que nada defenderse, pero no podía. Su padre tenía razón. ¿Por qué era que nadie lo entendía a él? Leticia tenía esta única imagen de santa, y como madre de sus hijos él nunca la querría borrar, pero ¿sería mucho pedir que alguien considerara algún día que la santa Leticia podría tener la culpa de los problemas en su relación?

Pero a la misma vez, Lety se había ganado esa reputación a pulso. Ella había llegado a la vida de él y lo había salvado de sí mismo. Le regaló una vida que el jamás había imaginado merecer. Ella estaba completamente entregada a él y a sus hijos, ahora más que nunca.

Aunque Leticia hubiese cometido el peor error de su vida, ¿no merecía su perdón? Dios sabe que ella le perdonó a él muchas cosas. ¿Por qué no podría el hacer lo mismo? Porque después de dos meses separados, Fernando solo sabía que estar lejos de ella y de sus hijos era lo más insoportable que jamás había vivido. La posibilidad de perder a Lety que vivió al principio de su relación no se podría comparar con el dolor paralizante que le producía pensar que la podía perder para siempre por elección propia. Ese dolor era mil veces más intenso que el que sintió al considerarse traicionado por la mujer que tanto amaba.

"Tienes razón papá." Fernando levantó el rostro de sus manos.

"¿Perdón?" Don Humberto preguntó sorprendido.

"Ja. Ja. Ja. Dije que tienes razón."

"Ahora podré morir contento. Mi único hijo, por fin me ha dado la razón en algo. Ahora ve, disfruta de tus hijos y piensa en lo que hablamos."

Fernando y Don Humberto salieron del estudio tranquilos y encontraron a Doña Teresita con sus nietos en la sala. Andrea y Sebastián estaban en el sofá escogiendo una película y Santiago se encontraba parado frente a la pared del fondo examinando las fotos que ahí colgaban. Fernando se acercó a su hijo y notó que estaba enfocado en la foto del día de su boda aquella preciosa tarde en el club.

"Santi..." La mirada fulminante de su hijo le recordó cuanto odiaba que le cortaran su nombre. "...ago. Perdón, se me olvida que ya no eres un niño pequeño."

"Siempre se te olvida."

"¿Qué te pasa?"

"Nada. ¿Qué me puede pasar? ¿No puedes ver que soy plenamente feliz? Mi vida es maravillosa. Me esfuerzo por no saltar de la emoción que me provoca el simple hecho de ser Santiago Mendiola. Mis padres están separados. Mi papá parece un limosnero que vive debajo de un puente. Mi mamá se hace la fuerte a pesar de pasarse las noches llorando. Mis hermanos y yo no entendemos nada... ¡Estoy que brinco de la felicidad!"

"Santiago..." Fernando lo iba a regañar por ser tan irónico con su padre, pero no podía. Era idéntico a él. Siempre que Omar le hacia una pregunta similar, su respuesta era casi idéntica. Santiago era un clon de Fernando en todos los aspectos. "Yo sé que nada de esto es fácil, pero hijo, no todo en la vida lo es."

"Eso lo entiendo. Pero me duele ver a mamá tan mal. No es justo. Ella es la persona más buena que conozco. No merece sufrir tanto."

Las palabras de su hijo le dolieron más que un puño directo en el pecho porque eran ciertas.

"Lo siento hijo. ¿Qué te parece si hablo con ella esta noche?"

"¿Para qué? ¿Exigirle que no llore? ¿Decirle que oculte mejor su dolor? No gracias. Nosotros nos preocuparemos por ella."

"No seas injusto Santiago. Yo me preocupo por ella."

"No seas cínico papá. Tal vez a Andrea y a Sebastián los puedes engañar, pero a mi no. Yo mismo te he escuchado llamarla mentirosa y en su cara. ¿Sabes que después que te vas ella se mete a llorar a su closet?  Si, el closet. Porque ella piensa que así no la escucharemos. Claro que no lo sabes. Porque no te importa."

"Claro que me importa. Y me duele saber que es así. Pero te prometo hijo, que las cosas van a cambiar. Para bien."

"¿Me lo juras?" A pesar de hacerse el duro, en ese instante Santiago miró a su padre con toda la ilusión de un niño pequeño que se emociona con la promesa de un regalo.

"Te lo juro." Fernando besó la cabeza de su hijo y le dio un abrazo. Era tan fácil enfocarse en su propio dolor y sus problemas que sus hijos estaban madurando frente a sus ojos y el casi ni se da cuenta. "¿Qué te parece si vamos a comer helados antes de llegar a casa?"

"Me encanta la idea."

"Ve por tus hermanos mientras me despido de los abuelos."

Y Llegaste Tú: Segundas OportunidadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora