Capítulo 9: Orgullo.

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Lety dio un paso hacia atrás, retirando su mano de la de él como si le hubiese dado un toque eléctrico. "¿Qué dijiste?"

"Que te perdono. Te perdono todo lo que hiciste esa noche. La realidad es que te amo y no quiero vivir sin ti. Hayas hecho lo que hayas hecho esa noche, no me importa. Tu eres mi mujer y eso no cambia lo que siento por ti. Hoy me di cuenta de que nuestros problemas tienen solución, pero el sufrimiento de los niños es más grande cada día. Quiero volver a casa y que empecemos de nuevo..."

El horror era evidente en el rostro de Lety, lo que confundió a Fernando. Él estaba seguro de que ella saltaría de la emoción con sus palabras. Para su sorpresa, Lety puso una mano sobre su pecho y lo empujó hasta que los dos estuvieron afuera de la casa y cerró la puerta. Evidentemente lo que tenía que decir no era apto para los oídos de sus hijos, sin importar cuan ocupados estuviesen.

"¡Fernando Mendiola tú estás loco! ¿Perdonarme tú a mí? ¡YO NO HICE NADA! Si aquí alguien tiene que perdonar a alguien, esa soy yo. Para empezar, tú me viste salir de aquel lugar con ese hombre y no fuiste quien de preocuparte por mí. Viste tu orgullo herido y no te importó en qué clase de peligro me podía encontrar yo. Al día siguiente me hablaste de una forma horrible. Me dijiste cosas imperdonables para después irte muy campante de la casa sin ninguna explicación. Te he dicho hasta el cansancio que esa noche no pasó nada de lo que tu solito te has imaginado. Que de no haber sido porque no me tomé el estupefaciente completo, seguramente habría quedado como una víctima nuevamente. Todo lo que hice esa noche fue para mi supervivencia y a ti nunca te ha importado qué fue eso. ¡No has querido saber nada! Las fotos fueron suficiente para juzgarme como una cualquiera y no te importó nada más. Yo soy tu esposa y a ti solo te ha preocupado tu orgullo. No has tenido la decencia de escucharme o de creerme. Por Dios, ¡ni siquiera me has hecho una sola pregunta acerca de aquella horrible noche! Ah, pero ahora vienes aquí, después de darte cuenta cuanto sufren tus hijos por tu ausencia, ¿y con la cara muy fresca me dices que me perdonas? ¡YO NO HICE NADA!"

"Pero Lety..." Fernando estaba genuinamente sorprendido. "¡No entiendo por qué reaccionas así!" Muy a pesar de sus mejores esfuerzos, Fernando le gritó a su esposa. "Te estoy dando lo que tanto quieres; que vuelva a casa. ¿Qué rayos importan mis razones? Aunque ¿sabes una cosa? Tengo mucho que perdonarte. Tú te tomaste esa bebida, tu saliste del salón sola..."

"¡Ni te atrevas a terminar esa frase!" Lety sintió su sangre hervir y le gritó en el mismo volumen y tono que el usó con ella. "Eres un desconsiderado Fernando Mendiola. Si a esas vamos, tu me dejaste sola en aquella mesa..."

"¡Como hago siempre!" Fernando la señaló con ambas manos abiertas. "Tú sabes mejor que nadie como es este negocio y hablar con los clientes es parte esencial..."

"¡No empieces con eso! Para ti, el trabajo siempre es primero. Estas volviendo al pasado Fernando, y cada día tus prioridades se voltean más y más. Pero guiándonos por tu forma de pensar, ¿Por qué me dejaste salir sola? Tu me viste salir y no fuiste quien de detenerme o seguirme para asegurarte si estaba bien. Claro, como estabas en tan buena compañía..."

"No seas injusta. Claro que te seguí. De no haberlo hecho, no te habría visto salir con aquel hombre de ese sitio..."

"¡Y TU ME DEJASTE IR!" Leticia no podía contener las lágrimas a pesar de estar tan llena de rabia. Cada confrontación con Fernando la dejaba más agotada que la anterior y ella solo quería salir corriendo de aquel lugar. "¿Sabes algo? No tengo ni la energía ni el deseo de tener esta pelea otra vez; es la misma de siempre. Hazme el favor y ¡LÁRGATE DE AQUÍ! ¡No quiero verte!" Lety se dio la vuelta y entró a la casa, tirando la puerta con violencia con los ojos desbordado de lágrimas y el alma destrozada.

"¡¿Qué quieres de mi Leticia?!" Fernando topó su frente con la fría puerta que lo separaba de lo que más amaba. "Maldita sea, ¿Qué quieres de mí?" la voz de Fernando no era más que un derrotado suspiro. Los sollozos de su esposa llenaban sus oídos a pesar de la distancia entre ellos y Fernando sintió una punzada de culpa en el pecho que amenazaba con ahogarlo.

Al otro lado de la puerta, Lety luchó por controlar sus emociones. Fernando tenía mucha razón, y cuando estaba sola era capaz de admitirlo. El verdadero error aquella noche fue de ella, al tomarse una bebida que no había pedido. Fernando no era un hombre que le mandaba cosas a ella con meseros. El siempre se preocupaba por ella personalmente. Pero ¿Por qué tenia que ser tan arrogante al respecto? Te perdono. Los dos habían cometido errores y era necesario un perdón mutuo, pero el estaba hablando de perdonar el error que ella no cometió.

"Mamá, ¿estás bien?" La voz de Andrea era apenas un susurro que le llegó desde la sala.

"Hija, me asustaste." Lety limpió su rostro a pesar de ser inútil. "Claro que estoy bien."

"No me mientas. Hasta acá adentro se escucharon sus gritos. Papá nunca te trataba así... Ustedes nunca se han tratado así. ¿Qué puede ser tan grave para llevarlos a estos extremos?"

"Andrea..." Lety suspiró derrotada. "Son cosas que tu estas lejos de entender."

"Lo mismo dijo papá... pero eso no evitó que te gritara esta noche."

"Perdóname hija. no debimos dejarnos llevar."

"No. Lo que no debieron hacer fue separarse en primer lugar." Andrea se fue escaleras arriba con lágrimas quemándole los ojos, y el golpe que dio su puerta contra el marcó hizo que Lety prácticamente saltara de su propia piel.

Como el fantasma en el que se había convertido, fue al cuarto de Sebastián para asegurarse que sus hijos apagaran su juego y se fueran a la cama. Para su sorpresa encontró la televisión apagada y a Sebastián dormido en su cama. En el cuarto de Santiago, que era idéntico al de su hermano, también encontró a su hijo dormido. Los gemelos también habían escuchado la pelea de sus padres, y aunque no entendían nada, hicieron lo que mejor sabían hacer; se fueron a sus camas y se hicieron los dormidos para que ella se sintiera en libertad de meterse a llorar a su closet como se le había hecho costumbre.

Y Llegaste Tú: Segundas OportunidadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora