Narra Laura
Giro sobre la cama, creyendo que era la mía, pero al ver que podía dar otra vuelta me di cuenta que es no era mi cama; además, esta era más cómoda. Abrí los ojos poco a poco, acostumbrándome a la cegadora luz que entraba por la ventana, y comenzé a observar a mi alrededor. Aquella, definitivamente, no era mi habitación.
Los recuerdos de la noche pasada llegaron a mi mente como si de una película que tratase, pero una a cámara lenta. Una pequeña sonrisa apareció en mi rostro al recordar que ayer me entregué al hombre al que quiero y que fue maravilloso a nivel sentimental, porque físicamente fue horroroso; aún recuerdo lo que me dolió y como tuve que clavarle las uñas a Marcos por el inmenso dolor que experimenté. Pero fue bonito y no me arrepiento, es más, no conozco a otra persona mejor para darle una parte importante de mi cuerpo. Aunque no creo que para él fuese nada del otro mundo, ha estado con muchas chicas que seguron sabían hacerlo mejor que yo.
Miro a mi alrededor buscando su cabellera morena, esperaba encontrarla a mi lado, pero no fue a sí ya que a mi lado no había nadie. Toqué el lado de la cama donde durmió ayer y las sábanas estaban frías, por lo qie deduje que se fue hace tiempo, pero, ¿a dónde? Esa pregunta rondaba mi mente y por un segundo llegué a pensar que me había dejado aquí y se había ido. Quizá, como ayer no pudo disfrutar, aprovechando que yo dormía se fue a hacerlo con alguna. Aquel pensamiento me dio arcadas por lo que lo deseché al instante de mi mente, era temprano para comerme la cabeza sobre el paradero del moreno.
Me levanto de la cama o mejor dicho lo intento por que en cuanto me muevo un poco siento un enorme dolor en mi entrepierna, solté un jadeo. Aparté las sábanas dejando mi cuerpo desnudo al descubierto, pero aquello no fue lo que llamó mi atención sino la mancha de sangre que había; y para colmo las sábanas eran blancas. Ahogué un gemido de sorpresa al darme cuenta que esa sangre era mía y no precisamente porque me hubiese bajado la regla; aquella sangre era el signo más claro de que anoche perdí mi virginidad.
Mordí mi labio inferior e intenté volver a levantarme, con algo más de éxito que la primera vez, pero tampoco demasiado ya que tan solo pude moverme hasta quedar sentada en el borde de la cama. Cerré los ojos y con toda mi fuerza de voluntad me levanté rápidamente de la cama, mala idea ya que al hacerlo un horroroso pinchazo se extendió desde mi centro hasta recorrer todo mi cuerpo. Solté un pequeño grito junto a algunas palabrotas y me obligué a apoyarme en la mesilla de noche. Mierda, dolía más de lo que pensaba. Suspiré y comenzé a andar despacio por la habitación, los primeros minutos andaba como un pingüino con un huevo dentro, pero a medida que pasaban los minutos ya no me dolía; ahora era un pingüino sin huevo.
Respiré aliviada cuando el dolor se convirtió en una simple molestía y fui directa al armario de Marcos. No sabía si había ropa, pero en este momento prefería ponerme una de sus camisetas a ponerme las calzonas que traje ayer. Abrí el armario y sonreí al ver que había ropa. Busqué por todo el armario hasta dar con una camiseta perfecta para mí, sin más la cogí y cerré la puerta del enorme armario. Cogí también la parte de abajo del bikini que me quitó ayer Marcos y me lo puse, por suerte estaba seco. Encima me puse la camiseta enteramente negra que me llevaba un par de dedos por debajo de mi trasero. Me miré al espejo que había en la habitación y me sorprendí al verme, tenía pequeñas ojeras ya que a noche apenas pude dormir, pero también había un pequeño brillo en mis ojos y una estúpida sonrisa en mis labios. Llevé mi mano derecha a mis labios y los comenzé a delinear con el dedo índice recordando como Marcos me besaba a noche. Aquella noche jamás se me iba a borrar de la cabeza.
Entré dentro de la enorme cocina que era tres veces mayor que la mía y mucho mejor decorada. Los colores eran tan solo el blanco y el negro, dándole un aspecto moderno, pero a la vez elegante. El suelo era de mármol blanco al contrario de las encimeras que era de color negro; los armarios estaban pintados de blanco y la luz que entraba en la cocina hacía que llamasen más la atención; la nervera, por su parte, era negra y muy grande. Los techos estaban pintados de blancos pero las lámparas que colgaban de él eran de color negro al igual que el fregadero y los taburetes que rodeaban la isla del centro de la cocina que era de color negro por arriba y por abajo era blanca.
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Enamorada de un gilipollas #1
Teen FictionOs voy a contar cómo comenzó todo. Como es que me acabé enamorándome de la persona que más daño y a la vez a más feliz me ha hecho en toda mi vida. Yo no creía en el destino hasta que le ví a él, a Marcos, el mayor mujeriego, egocéntrico, cínico, pe...