«El verdadero amor es como los espíritus; todos hablan de ellos, pero pocos los han visto» Gustavo Adolfo Bécquer.
Narra Laura
Me llamo Laura y tengo catorce años, soy de estatura media tirando a baja. Mi cabello es castaño oscuro, pero sin llegar a ser negro; me llega hasta un poco más abajo de los hombros ya que me lo corté hace poco. Mis ojos marrones, algo oscuros, pero para mí son muy bonitos. No tengo una talla cien de pecho, pero tampoco puedo decir que mis pechos sean pequeños. Mi culo es redondo y bien firme, para mí está bien ya que apenas hago nada para tendrlo así; tan solo andar y subir los tres tramos de escaleras hasta mi casa junto a los del instituto. Soy muy lista, siempre suelo sacar buenas notas, pero como toda persona tengo un talón de Aquiles y son las matemáticas. Presto atención e intento hacer los ejercicios bien, pero no me entran en la cabeza. O por suerte no debo preocuparme de eso ahora por que estoy de vacaciones, tiempo en el que no se hace nada, bueno sí, divertirte. ¿Lo malo? En una semana empieza el nuevo curso, tercero de secundaria.
Gruño al sentir como algunos rayos de sol chocan diractamente en mi cara, molestándome y, a la vez, despertándome de mi perfecto sueño en el que iba en coche con Zayn Malik. Suspiro frustado y con los ojos entrecerrados estiro mi brazo hasta la mesita y cojo mi teléfono. Jadeo por la sorpresa de ver que tan solo son las once de la mañana. Me maldigo una y otra vez por olvidarme a noche de algo tan importante como bajar la persiana para que esto no ocurriese. Cierro los ojos, entierro la cabeza en la almohada y me permito soltar un grito de exasperación que es amortiguado por la almohada. Lo peor de todo esto es que una vez que me despierto me cuesta horrores volver a dormirme. Suelto un suspiro de frustración y me levanto de la cama. El frío que desprenden las baldosas del suelo es reconfortante y más teniendo en cuenta el calor que hace. Me acomodo la camiseta larga de mi padre que, junto a las bragas, es lo único que llevo.
Salgo de mi habitación rumbo a la cocina. Tengo hambre y me apetecen unas tostadas con mantequilla y mermelada de fresa, mi favorita. Por suerte vivo en un piso pequeño y no tardo ni un minuto en llegar a ella. Mis padres son gente humilde y muy trabajadora que no gana mucho dinero, pero tampoco me quejo, es decir, no tengo porque hacerlo: tengo casa, comida, ropa, una tele en mi habitación y un móvil.
Entro en el salón que está conectado con la cocina, en un concepto abierto, y tan solo son separados por una barra americana. Me acerco a la nevera y la abro para sacar un bote de zumo, tengo mucha sed. La destapo y me la llevo a los labios en vez de coger un vaso y servírmelo ahí. Tras unos largos tragos de ese delicioso líquido anaranjada dejo la botella en su sitio y saco la mantequilla y la mermelada. Lo dejo todo en el mármol de la cocina y me agacho para poder cojer el pan de tostadas que se encuentra en uno de los armarios de abajo.
—Buenos días, cariño.
Suelto un grito de sorpresa y dejo lo que estaba haciendo para llevarme las manos al pecho, donde siento como mi corazón va a mil por hora. Me giro y miro horrorizada a mi madre, la cual parece sacada de la serie The walking dead con todo el pelo alborotado, la voz ronca y los ojos medio abiertos. Esa comparación e imaginarme a mi madre como una zombie me hizo sonreír un poco. Pero rápidamente volví a ponerme seria.
—¡Joder, que susto! —exclamo algo alterada con la respiración acelerada y los latidos de mi corazón alborotados.
Mi madre frunce el ceño y no me hace falta que abra la boca para saber que le ha hecho fruncir el ceño. A mi madre no le gusta que diga palabrotas porque afirma que soy demasiado niña aún mientras que yo le digo que con catorce años dejé de ser una niña hace tiempo. Yo no opino que los niños no digan palabrotas, es ley de vida que las acaben diciendo, pero creo que hay que enseñarles en que momento usarlas. Aún así mis padres no quieren, según ellos soy muy niña y las niñas buenas y bien educadas no han de decirlas. Intento no decirlas delante de ellos, pero hay a veces en que se me escapan o las digo por que quiero, simplemente para fastidiarlos un poco.
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Enamorada de un gilipollas #1
Teen FictionOs voy a contar cómo comenzó todo. Como es que me acabé enamorándome de la persona que más daño y a la vez a más feliz me ha hecho en toda mi vida. Yo no creía en el destino hasta que le ví a él, a Marcos, el mayor mujeriego, egocéntrico, cínico, pe...