06| Lo odio

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Narra Laura




El fin de semana se me pasó más rápido de lo que hubiese imaginado; aún que claro, Laura y yo teníamos a Marcos y Gabi para que nos divirtieran. Eran como nuestros bufones personales. Lo más gracioso de todo es que dejaron a los dos bufones como responsables de nosotras pero, al final, acabamos siendo nosotras las que los cuidabamos, cosa que no me sorprendió en nada. Pero la verdad que me lo pasé muy bien con Marcos y me está empezando a caer mejor, bajo esa fachada de chico malo y gilipollas, se esconde un chico divertido capaz de hacerme reír en cualquier momento y por cualquier cosa. Ahora podemos mantener una conversación civilizada sin que él quiera enfadarme y sin que yo quiera pegarle; además, ya me he acostumbrado a que me diga «nena» o «preciosa», aunque aún me sigo sonrojando.

Estaba teniendo un sueño en el que estaba en un mundo lleno de gominolas, chocolate, caramelo y todo tipo de chuches; en el que toda la cuidad era comestible y yo, por mucho que comiese, no engordaba ni un solo gramo ni tampoco se me quitaba el hambre, por lo que seguía comiendo. Para abreviar, el mundo de mi sueños. Pero como siempre algo, en este caso el maldito sonido estridente y asqueroso procedente de la estúpida alarma de mi móvil, el cual me encantaría estrellar contra la pared, pero entonces me quedo sin móvil. Comienzo a golpear la mesilla donde dejé a noche mi móvil y, después de largos minutos en los que el sonido iba en aumento, por fin lo cojo y, lo más rápido que me permite mi estado de zombie, lo apago. Antes de apagarlo me fijo en que hora es, algo tonto teniendo en cuenta que siempre programo la hora a la misma hora. Y, en efecto, son las siete de la mañana, la hora perfecta para seguir durmiendo.

Me levanto medio dormida de la cama y me voy directa a la cocina para ver que voy a desayunar, extrañamente hoy me he levantado con más hambre de lo normal. Después de casi diez minutos intentando escoger que iba a desayunar me decido por unas galletas de chocolate, mis preferidas; aún que en realidad todo lo que tenga chocolate, automáticamente, se convierte en mi alimento favorito.

Las llevé a mi habitación y me las comí mientras me arreglaba para ir a la mierda del colegio. Me puse la mierda del uniforme que encima me queda mal; además de que es horroroso. Consiste en una falda que me llega hasta las rodillas, pero me la subo hasta más o meno diez desdos por encima de mis rodillas para que me llegué un poco más abajo del trasero, es de estampado escocés con las rayar de color amarillo, verde, negro y azul marino; también, un polo blanco con el escudo del colegio en la altura de mi pecho izquierdo. Y para terminar el conjunto, unas medias que me llega por la rodilla o unas largas cuando hace más frío; junto con unas unas manoletinas negras que cambio por náuticos cuando hace frío. Intenté convencer a mi madre de si podía ir en tacones, como las divas de las películas, pero como es lógico mi madre me mandó a la mierda.

Me lavo los dientes y la cara ya que no me daba tiempo a bañarme. «Mañana me levantaré antes o desayunaré más rápido», pensé mientras me lavaba los dientes demasiado rápido y sintiendo como mis ojos se humedecían un poco por la pasta de diente de menta.

Una vez que mis dientes estaban limpios de cualquier rastro de galleta de chocolate y mi cara limpia de legañas, miré la hora. Abrí los ojos al ver que eran las siete y media pasadas y si no me daba prisa no iba a llegar ni de coña a clase. Fui a coger mi mochila lo más rápido que pude y me dispuse a salir de casa ya que sino iba a llegar tarde. Metí todo el material que iba a necesitar hoy en la mochila y me fui a despedir de mi padres a las cocina donde ambos desayunaban tranquilamente.

—Papá, mamá, me voy ya —me despedí bastante apurada dándole un beso en la mejilla a mi madre y repitiendo la misma acción con mi papa.

Cuando iba a salir de casa llamaron a la puerta por lo que fui a abrirla bastabte apurada porque no podía retrasarme mucho. Abrí la puerta y, ahí, frente a mí, estaba Marcos. Vestía con una camiseta de manga corta azul dejando ver sus musculosos brazos, unos vaqueros rotos y algo ajustados y, por último, unas deportivas negras. Llevaba una mochila negra, con el logo «Vans», en su hombro izquierdo y dos cascos de moto en su mano derecha. Me estaba mirando con un sonrisa mientras que yo hize una mueca al verle aquí, ¿no sé suponía que debería ir ya de camino a clase? ¿y porqué no lleva el uniforme? Sería mentir si dijese que no me he imaginado a Marcos con el uniforme y sería mentir, también, si dijese que no me gustaba lo que me imaginaba; aún que tengo que reconocer que lo que lleva también le queda bien.

Enamorada de un gilipollas #1 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora