03| Para tu suerte, me ponen las tías agresivas

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Narra Laura



Después de aquel día no le volvía a ver, tampoco bajé de nuevo al parque por si me lo encontraba. Por desgracia, duranto la última semana no he dejado e pensar en él y en lo bien que se sentía su mano en mi culo. No sé lo que me pasa, no debería pensar en ese gilipollas que seguramente pensaría que era un plato fácil y lo que más me molesta es que me gustase que me manosease. Yo no soy así, yo no soy ninguna de esas chicas que se van dejando tocar por cualquier; yo le doy a respetar. Pero algo en él me llamó la atención, algo en él me impide dejar de pensar una y otra vez en aquel día. En cuanto me descuido me veo a mí misma pensando en él, en sus penetrantes ojos marrones, en sus besables labios rosados y en su torso bien definido y sudado.

     Mañana empieza de nuevo el colegio, que alegría, «nótese el sarcasmo». De nuevo volver a levantarme a las siete de la mañana, tener que estar seis horas escuchando a un profesor dar su aburrida clase, tener que estudiar y hacer deberes y lo peor de todo: los examenes. Sinceramente, en este momento, desearía que hubiese un terremoto, una inundación o lo que fuese para librarme de ese infierno al que nuestros padres nos obligan a llamar colegio. Así que decidí acostarme temprano ya que tendría que levantarme a las nueve y, para que mentir, madrugar y yo no somos muy buenas amigas desde nunca. Odio madrugar porque luego estoy todo el día como un zombie en busca de algún cerebro, menos mal que algún inteligente le dio por inventar la siesta que es lo único que me reconforta.

     Cuando la estúpida alarma de mi móvil sonó no me quedó de otra que levantarme de mi cómoda, aunque demasiado caliente, cama. Miré desafiante a mi móvil y, sino fuera porque sin él me muero, ya habría volado por la ventana o contra la pared. Llevé mi mirada a la ventana y vi que ya era de día, el sol se podía ver en el cielo junto a algunas nubes y los pajaros cantaban.

     Medio dormida fui a la cocina donde estaba mi madre, ya que mi padre hoy trabajaba y, para mi mala suerte, entraba de mañana hasta el cierre. Maldije a mi padre por no estudiar y ahora tener que trabajar como camarero, que no es una deshonra, pero me jode que está más en el trabajo que conmigo.

     La saludé con un beso en la mejilla y me puse a desayunar tranquilamente mientras que hablamos de cualquier cosa. Con mi madre siempre he tenido una muy buena relación, de la cual no tengo queja. Siempre que tengo problemas acudo a ella y siempre me da algún consejo; aunque claro, no le cuento todo, solo lo que me interesa y lo que no pueda darle un motivo a mi madre para castigarme. Me contó que las pesadas de abajo se han mudado y que ya se habían mudado los nuevo; aunque eso ya lo sabía, durante los últimos días había visto y escuchado a los camiones de mudanza, pero ni rastro de los nuevos. Me dijo mi madre que alo mejor, cuando volviese del colegio y, aprovechando que hoy, por lo que me contó, mi padre tan solo trabajaba un par de hora por la mañana y para la comida estaba con nosotras, iríamos a ver a nuestros nuevos vecinos y así los conocíamos.

     Después de hablar con mi madre encendí la bombona y me fui a duchar ya que eran las diez menos vente y si no me daba prisa iba a llegar tarde al primer día de colegio. Así que me fui al baño y me lavé la cabeza y el cuerpo. Cuando salí me sequé el cuerpo y el pelo con una toalla diferente para cada cosa. Miré la hora y eran las diez así que me fui a mi cuarto y me vestí lo más rápido que me fue humanamente posible. Me puse una camiseta de manga corta blanca en la que ponía «I was normal, three cat ago», unos vaqueros rotos por las rodillas y no muy apretados unas vans blancas.

     Una vez vestida y lista para irme cogí mi móvil y los cascos, me despedí de mi madre con un sonoro beso en la mejilla y salí de casa rumbo al colegio. Mi colegio no estaba para nada cerca de mi casa, estaba a unos veinticinco minutos o veinte, si me daba prisa. Cerré la puerta de casa y bajé las escaleras mientras enchufaba los cascos al móvil. Llegué al segundo piso, es decir, al piso de abajo y me fijé en la puerta de la derecha. Por unos segundos me permití imaginarle como serían mis nuevos vecinos, pero al darme cuenta de la hora dejé de pensar en eso, me puse los cascos, seleccioné la canción Man Down de Rihana y me puse en marcha.








Enamorada de un gilipollas #1 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora