D minor.

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— ¿Qué estás leyendo?

Su mirada intentó ir más allá del hombro de aquél, apenas dando un vistazo, cuando él entrecerró el libro, colocando uno de sus dedos como separador. No era por ser descortés, pero simplemente no confiaba en ella, además, ¿en qué momento se había acercado a él sin hacer ruido alguno? Le tomó por sorpresa, pero no le exaltó lo suficiente para perder su postura o mostrarse a la defensiva. Podía sentir la intensa mirada curiosa de aquella por encima de su hombro, estaba muy cerca pero incluso si tenía la oportunidad de hacerle daño, no parecía querer intentar algo. Quería dejarlo a que quizá simplemente estaba tratando de ganarse su confianza, para traicionarlo como alguna vez aquellos otros habían hecho, pero incluso así, no lograba comprender del todo cómo era que a pesar de su situación no se mostraba hostil.

— Nada importante. Deberías tratar de dormir, y si no puedes simplemente tratar de recordar algo.

Su tono arisco regresó. La miró pasearse por la habitación dando coletazos al piso, ¿acaso se había ofendido? no comprendía para nada al ser que observaba constantemente. Había otra posibilidad de que fuera consciente de su situación, que no tenía oportunidad alguna y se encontraba en total desventaja ante él, pero por su actitud despreocupada lo dudaba bastante. Su inquietud se emancipó cuando la vio sentarse en la cama, frente a él y abrazando sus piernas, en un estado pasivo. Volvió a retomar su lectura, los versos antiguos de conocimiento almacenándose en su cabeza o simplemente siendo descartados como información inútil. Mientras sus dedos acarician la página amarillenta para cambiarla mira por el rabillo del ojo la silueta de la desconocida por breves momentos, quién parece no haber roto posición.

— ¿Qué quieres de mí, que no me has matado?

Sus palabras tenían el filo suficiente para cortar la tensión. La pregunta fue inesperada, por lo que alzó su mirada para verle, más que nada como una reacción natural de su cuerpo ante el sonido repentino.

— ¿A qué te refieres?

Ella titubeó, organizando sus pensamientos que de alguna forma podía comprender, y que le ayudaban a comunicarse con él.

— Quiero decir... Cuando aparecí aquí, no parecía que fueras a hacerme daño. Sí, me noqueaste, pero después de eso me trajiste a una habitación. En una cama. Estás siendo hospitalario conmigo, siendo que pudiste haberme lanzado a un calabozo o algo así y dejarme a morir de algún modo. E incluso ahora, en las pocas horas que he estado aquí, no has intentado matarme o deshacerte de mí. Entiendo que las cadenas son por tu propia seguridad, además de que yo soy la que estoy invadiendo tu espacio, pero aún así tú... Tú estás siendo amable conmigo. No lo entiendo.

Parpadeó varias veces, los ojos brillantes de la fémina mirándolo con el destello de la luna reflejándose en ellos, atentos a su respuesta. Había una pequeña sonrisa en sus labios, ¿acaso estaba jugando con él?; entre-abrió los labios, dejando escapar un balbuceo sin sentido, pues no tenía respuesta alguna que justificara su comportamiento. Su única hipótesis razonable era la mera costumbre de lidiar con desconocidos. Tal vez era su naturaleza simple, o los genes de su madre que siempre se mostró cordial. En otra situación, el habría sonreído.

— . . . Tan sólo deseo saber quién eres. Por ahora eso es lo que importa.

— Ya veo...

Carraspeó, evitando su mirada una vez más. No era una respuesta que dejara satisfecho a ninguno de los dos, pero sería suficiente para al menos decirle algo que le hiciera mantenerse callada. Si bien no le molestaba que hablase, aquél tipo de preguntas le ponían de los nervios al no tener él mismo sus ideas claras. Escondió los ojos entre las letras del libro, sin esperar respuesta, volviendo a centrar toda su atención en el libro que aportaba a sus deseados conocimientos. Podría decirse que era una clase de enciclopedia, o mejor dicho, un bestiario. Éste no pertenecía a la extensa colección se su padre, si no, a la biblioteca de los Belmont. No era como si le molestara, pues veía el logo familiar de aquella casa por varios sitios, en los libros no era la excepción, pero aquél dato no era importante, si no, el contenido. Las escrituras que mezclaban caligrafía con ilustraciones (algunas vagas, otras apresuradas, también habían notas con dibujos más a detalle, que le parecía algo de impresionar siendo los Belmont los autores del libro...) de figuras varias, en su mayoría monstruos que en algún momento tuvieron que deshacerse de, o criaturas que llegaron a avistar. Hasta el momento, ninguna de ellas coincidía con los detalles de la chica. Mantícoras, Imp, hadas, esqueletos, zombies, vampiros -obviamente-, licántropos... Suspiró y se frotó la sien con la mano libre, nada de esto le servía, a ese paso simplemente recorrería la librería completa, en vano, para no lograr encontrar algo de utilidad que le ayudara a dar con el origen de aquella. Había estado muy callada, y tampoco la había visto dar vueltas como antes, mucho menos las cadenas reaccionar ante el movimiento, lo que comenzaba a parecerle extraño. Colocó el listón que servía de separador en donde dejó su lectura, sólo para encontrar el cuerpo de la chica recogido en un espacio pequeño sobre la cama, las sábanas desordenadas mientras una de sus manos se aferraba a la almohada. Su respiración era tranquila y pacífica: estaba dormida, quieta, apenas produciendo ruido o movimiento, de no ser por el que podía escuchar su corazón latir lentamente y su sangre correr por sus venas, diría que estaba muerta. La siguió mirando por unos momentos sin razón aparente, hasta reaccionar con un sonido de fuera de la habitación. Negó con la cabeza, resistiendo el impulso de incluso llegar a taparla con las sábanas. Salió del cuarto con pasos silenciosos y cerró la puerta, los pensamientos revueltos, confusos entre sí. No podía permitirse el ser dulce o servicial, no iba a cometer el mismo error. No podía permitirse el ser engañado otra vez. No podía confiar en ella.

Nocturne.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora