C minor.

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Había pasado la primera semana. Fuera de las charlas entre comidas y las pocas veces que se sentaban a leer en busca de su procedencia, no logró saber nada más de él. Mucho menos de ella misma. Tenía conocimiento acerca de algunas cosas que sabía hacer, pero no servía de mucho. Los libros que habían consultado tenían información vaga que apenas y lograba dar con alguna de sus descripciones físicas, de cierto modo, tan sólo dispersaba sus creencias, más allá de que a decir verdad, no lograron avanzar hasta apenas un cuarto del libro principal, excluyendo las páginas de bestias varias que no leyeron a falta de necesidad. El suspiro de los labios ajenos rompió su concentración. Detuvo su lectura, girándose un poco para poder observarlo.

— ... Hace un buen día afuera. Quizá un paseo podría refrescar tu memoria.

— ¿Un paseo? No lo sé. Creo que prefiero los libros, y tú no tendrías a una desconocida corriendo por tu jardín.

Esbozó una sonrisa. Él le parecía bastante extraño, tan curioso como esquivo, tan sólo hablándole cuando era necesario. Deseándole un sueño plácido tan pronto se asomaba la Luna en la lejanía, o esperándole con comida si sentía hambre. Incluso con su rostro en la misma estoica expresión, él era gentil. Demasiado, quizás en un exceso que le era dañino. No sabía más que su nombre, pero por el deplorable estado del castillo, las marcas de garras y la sensación en cada habitación, podía suponer que algo malo le habría pasado con anterioridad.

— Tampoco pienso darte rienda suelta, aún no confío en ti. Te acompañaré a mirar alrededor.

Salir no sonaba tan mal, incluso si su movilidad era limitada. La cadena que ataba su tobillo no le permitía recorrer el edificio a sus anchas, pero a diferencia del principio, ahora aquél joven la dejaba pasear por más allá que las mismas cuatro paredes de la habitación, siendo lo más lejano que podía llegar el final del pasillo. No había intentado entrar en alguna de las habitaciones aledañas de la que se hospedaba, por mero respeto, pero su curiosidad era tan tentadora como peligrosa. Por ahora, estaba contenta de poder aprender acerca del lugar por medio de las - probablemente antiguas - pinturas en las paredes del corredor. En su mayoría de la misma edificación en distintos ángulos, o de personas que no lograba familiarizar en absoluto. Flores, bestias y cosas varias.

— Está bien. Guíame, entonces.

Recorrió su asiento con cuidado, rompiendo su posición, colocando el separador y cerrando el libro, mientras que el más alto hacía un ademán para poder "tomar" y hacer visible la cadena, tirando con delicadeza de ésta haciendo quién sabe qué. Inconscientemente, comenzó a agitar la cola con media sonrisa, insegura de qué, pero con la clara idea de que algo emocionante le esperaba, algo que quizás tendría relación con su persona o su especie. Una variante aunque fuera simple del escenario tétrico (pero extrañamente reconfortante para ella) que presenciaba todos los días. Una vez él le dio la señal comenzó a caminar hacia el exterior de la cocina, siendo seguida por el rubio, y estando ambos fuera, el se adelantó unos pocos pasos para indicar el camino hacia el exterior, dónde esperaba nada menos que otro largo pasillo. A diferencia de aquél que daba a su lugar de hospedaje, en éste cada puerta tenía un arco de piedra, e incluso en algunos de ellos no había siquiera puerta, dejando ver el interior de la habitación con facilidad; también habían más cuadros, de diferentes tamaños, colgando entre polvo y telarañas, esperando por ser limpiados y admirados; el piso estaba completamente desnudo, frío como un hielo, pero suave ante el tacto de sus pies. Dejó de curiosear cuando quedaba poca distancia de un escalón. Lo miró dudosa, apoyándose en el costado de piedra de aquél escalón. Eran muchas escaleras, y daban hacia un escenario bastante desolado como confortable. Frente a esas escaleras, había un pasillo diferente, lejano y con la misma o menor iluminación que del que venían, y detrás se encontraba uno más, tres caminos diferentes, aunque el otro pasillo contaba con otras escaleras. A mitad de camino se dio cuenta del descanso donde terminaban ambas escalinatas, una plataforma de mediano tamaño. La alfombra comenzaba desde un punto medio, un poco más atrás del fin de la plataforma. A la lejanía del pasillo detrás, juraba haber visto un solitario trono, tan viejo como el resto de la estructura, apenas iluminado por luz que entraba por algún sitio. La alfombra acarició sus dedos cuando bajó el otro tramo de escaleras que unía el camino hacía un pasillo, terminando en un par de puertas de color oscuro, cerradas de par en par. Habían lámparas en el lugar, formados por pilares y decoración rústica tallada en la misma piedra. A pesar del notable daño en algunas partes, era bello, una honra a su conocimiento básico de artes que con esfuerzos recordaba. Se quedó parada unos momentos tan sólo admirando el techo y las paredes de la entrada del castillo, tan enormes como el resto, increíblemente satisfactorias al ver, tan nobles como añejas, rindiendo homenaje al lugar por completo. 

Cuando la cadena tiró de su tobillo por la distancia entre el conjurador, reaccionó, volviendo en sí, el simple hecho de apreciar la detallada escultura de los pilares era algo refrescante. Algo que le daba sensación de haber mirado en algún sitio, con algunas diferencias en cuanto a colores y estructuras. Admiró la espalda del hombre frente a las puertas, tan silencioso como siempre, pero suponía que tendría sus razones, o tal vez él era simplemente así. Giró sobre sus tobillos una vez más: vivir en un sitio tremendamente precioso debía ser desolador por lo menos. Aburrido y sin chiste, ¿de qué le serviría aquella admiración a las artes si tan sólo él podía observarla?

Se asustó cuando él llamó suavemente su atención al momento de abrir el par de enormes puertas que dieron paso a la luz solar en exceso, bañando su rojiza piel de calidez. Se quejó, sus ojos no estaban acostumbrados a la iluminación por lo que ardieron, mientras daba pasos torpes para estar a la par del hombre. Una breve brisa le causó escalofríos, al mismo tiempo que hizo revolotear sus cabellos cenizos; tras unos momentos más, sus ojos finalmente le dejaron apreciar el exterior del lugar. Giró un poco su cabeza para mirar alrededor, entre asombrada y disgustada por el exceso de brillo. Los colores le parecían de alguna forma, nuevos. Los árboles frondosos adornando los alrededores, junto con lo que parecían ser pequeñas flores silvestres. Volvió a observar al dueño del lugar, que tan sólo la observaba en silencio. Dio un breve tirón, junto con un movimiento de cabeza para que avanzara al menos terminando las escaleras. Bajó sin pensarlo dos veces, casi cayendo por lo apresurada que lo hizo, ignorando el par de cuerpos en descomposición postrados a poca distancia. Cuando ella intentó dar pasos apresurados, creyó que quería escapar, pero verla tan curiosa ante cualquier cosa, fuera un bicho, una roca o la briza de la tarde, le relajó un poco. La tez rojiza brillaba ante el tacto del sol, mientras hacía ademanes para dar con la cadena, y cuando lo hizo, no dudo en tirar de ella, obligando al de cabellera dorada avanzar también, mientras corría de un lado a otro en el césped.

Sonrió. No sabía porqué, pero lo hizo. Las sensaciones nuevas la abrumaron; los sentimientos se arremolinaban en su interior como una tormenta azotando en el océano. Las olas salvajes de alegría se golpeaban violentamente contra la confusión de dónde estaba, mientras que el viento se llevaba las gotas de melancolía para repartirlas entre las playas de felicidad. Era incapaz de comprender todo lo que le sucedía, tanto que sintió miedo al momento en que su visión se puso borrosa, y algo cálido se deslizo en su mejilla, como la caricia de una madre a su hijo asustado. Después lo sintió del otro lado. Uno se convirtió en dos, dos en cuatro y entonces su voz entrecortada empezó como un murmuro, aumentando de tono hasta en convertirse en risas quebradas: estaba llorando. Reía y lloraba entre sensaciones que no recordaba. Se volteó a mirar a Alucard, quién había roto su usual expresión para mirarle entre confuso y preocupado. Entre-abrió los labios, probando sin querer lo salado de sus lágrimas, sonriendo aún más al saber que podía sentir sabores, y con la voz quebrada se le acercó lo suficiente para que pudiera escuchar sus lloriqueos entre risas.

— ¡Estoy llorando, Alucard!, no lo entiendo... Y-yo... Puedo respirar, puedo oler las cosas, puedo sentir el calor de la luz y lo frío del viento... — Sorbió por la nariz y se aclaró la garganta en un intento de ser clara — ¡Estoy viva...!, soy capaz de ver los colores, saber que algo está bueno o está malo... n-no sé que está pasando, es i-imposible comprender lo que estoy sintiendo pero... te agradezco. Te agradezco por mostrarme lo maravilloso del exterior, ¡N-no estoy segura de nada en absoluto, pero gracias!, e-esto es... magnífico.

Su voz se fue apagando en un susurro a cada letra hasta quedar en silencio unos instantes, y poco después volvió a echarse en risas, mientras frotaba suavemente sus ojos para mejorar su visión y deshacerse de las lágrimas restantes. Se tiró al piso con un sonido sordo, mirando el cielo con una sonrisa. Él tan sólo dio unos pasos, sentándose a su lado, mirando hacia otro lado, sin poder evitar que se le escapara una pequeña sonrisa. Era una sensación cálida que creía haber olvidado. Algo que, de cierto modo, le desagradaba, pues creía que tarde o temprano, una vez obtuviera lo que quería, aquella chica lo iba a dejar solo.

Pero no quería pensar en eso.

Nocturne.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora