E mayor.

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Mientras se deshacía de los zapatos y el vestido para volver a sus viejas ropas la sensación de vacío crecía en su interior. No como al principio, un vacío de querer saber, de buscar conocimiento y estudiar arduamente temas que llamaran su atención o en su defecto su intuición le gritaba que hiciera caso a. Un vacío de partida forzada a la que se estaba viendo expuesta tras la repentina amenaza. Si bien tenía seis días uno lo había gastado en descansar y darse un tiempo para pensar correctamente todas sus opciones aunque no eran muchas, mientras que otra mitad se la había gastado haciéndole entender sobre las reglas de «no entrometerse» al rubio quién insistía en acompañarla hasta las profundidades del infierno. El sólo pensamiento le traía una nostalgia deprimente. No negaba que de verdad le tenía un aprecio a la amistad y cercanía que tenía con él. Pero también más allá de traerle problemas no deseaba que él la mirara en aquella forma tan horrenda como lo era su verdadera apariencia, la que todos los demonios tenían mayormente usada para atormentar en pesadillas a sus pactantes. Apariencias tan bestiales que eran desagradables incluso de sólo pensar.

Se colocó su armadura con la que en primera instancia apareció. Los metales preciosos aún relucían ante la más mínima señal de luz mientras que el material del que estaba hecho le recibía con añoranza. Tras haber llevado el cuerpo cubierto por tanto tiempo ahora con tal solo aquellas prendas se sentía desnuda, descubierta. Se miró al espejo y agitó la cola en medio de un acto de nerviosismo. Dio medio giro para doblar la ropa para posteriormente dejarla sobre la cama ya hecha. Como ya se había mencionado, el tema estaba decidido por lo que con la misma incomodidad de la despedida él había accedido al dejarla ir. Realmente iba a extrañarla, cuando finalmente se había acostumbrado a tener a alguien más dentro del mismo espacio venían a arrebatársela. Y era consiente de que era un robo, una estafa, porque tampoco era la voluntad de la mujer. Todo aquello le producía una inquietud desagradable.

Cuando la vio bajar las escaleras principales supo que el punto de partida ya estaba decidido, una vez más el castigo divino caía sobre él. Pero por mero honor a sus palabras dejó de lado cualquier pensamiento referente al si merecía pasar aquellos momentos o no, al menos mientras ella todavía estuviera ahí no tendría que atormentarse por tanto tiempo. Estaba comenzando a cambiar de un modo en el que ni él mismo se daba cuenta.

— Realmente te irás. Te voy a extrañar mucho.

— Créeme que yo también, Alucard. Pero ten por seguro que voy a regresar en cuanto el duelo termine y las cosas se resuelvan. Aún no te he ayudado a restaurar todo, y vas a necesitar a alguien más para completar el resto de habitaciones, ¿no?

Él soltó una risa poco amena. Más melancólica que nada. Después de todo no estaba acostumbrado a las despedidas a pesar de que le sucedían bastante.

— Cuídate mucho. Estaré esperando el tiempo que sea necesario... o al menos lo que mi paciencia me permita. Sabes que pierdo la cabeza en ciertos temas.

— Y yo haré todo lo posible para regresar... Volveré a ponértela sobre los hombros. Quiero que sepas que bajo cualquier circunstancia fue un placer conocerte Alucard, no, Adrian Tepes. Hijo de Lisa Tepes y Vlad Drácula Tepes.

El portal que la llevaría al infierno se abrió entre símbolos rojos y negros. Ella lo había hecho lista para afrontar lo que le esperaba.

— Si lo dices así suena como si fueras a dejarme solo otra vez, como si fueras a morir. Espero que no sea así, confío en que volverás y aquí estaré yo para recibirte.

Con un apretujón suave de manos se despidió, viéndola entrar por el portal con una pequeña sonrisa.

— Ante cualquier circunstancia, es una promesa.

Y entonces el portal se cerró frente a sus ojos. Tomó el aire suficiente para no romper en lágrimas otra vez, creyendo fielmente en sus palabras de que lograría regresar al castillo sin importar qué. Si había cumplido su promesa de no lastimarlo esperaba que cumpliera esa segunda, más allá del tiempo que pasara para que volvieran a verse.

Por otro lado, la mujer fue recibida por miradas hambrientas en medio de un valle rojo con pozos de lava. Tal como sus sueños, las visiones. Tal como sus recuerdos le narraban el paisaje que en momentos pasados le traía satisfacción. Ahora sólo podía verlos con desagrado y una cierta opresión hacia su propia persona, las acciones que llegó a realizar ahí le traían algo de náuseas. Eso y el olor pútrido que emanaban las bestias cercanas, haciendo que fulminara con la mirada a la gran mayoría. Algunas se postraron, otras tantas huyeron, mientras que un último grupo permanecían estoicas ante su presencia.

Cabe destacar, que bajo ningún momento logró reconocer las zonas exteriores. Eso la hizo suponer que se encontraba en un territorio lejano y diferente al suyo; era probable que estuviera ahí para una sola cosa.

— Entonces, realmente viniste. La emperatriz de verdad regresó por su corona.

— Cierra la maldita boca, Abaddon. Me das tanto asco que preferiría mil veces observar a los cadáveres retorcerse que tu estúpido rostro.

— Tan agresiva como siempre... Pero eso no importa. — Caminando de entre las bestias, extendió las alas — Estás aquí~. No perdamos tiempo, la corte está esperando.

Cuando decía la corte se refería a todos aquellos demonios relacionados con el Rey infernal, con el príncipe de las tinieblas. Todos aquellos que representaban un pecado capital o tenían suficiente relevancia como para compartir la misma mesa que él. La autoridad irrefutable a la que todos estaban condenados a obedecer sin importar qué.
No faltaron las miradas curiosas sobre su persona. Probablemente su ausencia causó tema de conversación entre todos los castigadores por su prestigiosa posición entre los duques y gobernantes del infierno. Carecía de discreción en cuanto a la cantidad de poder aunque a decir verdad en su estado actual no estaba segura de sentirse capaz de derrotar a alguien como el albino. Estaba realmente desorientada, e incluso al andar miraba hacia los lados o el piso, a diferencia de la última vez que estuvi ahí manteniendo la mirada en alto ante cualquier cosa. El temor que influía ahora había disminuido.

Sus ojos se encontraron con muchos más al alzar la mirada. La Corte de verdad estaba presente en forma circular alrededor de lo que sería la arena principal dónde primero sería juzgada antes de dar inicio al tan esperado duelo por el poder. De perder ella estaría condenada a servirle a aquél hombre tan desagradable, a ser esclavizada como un esbirro más por el resto de la eternidad lo que significaría que no podría volver al dhampir, y eso era algo que no se podía permitir.

— He aquí, la mujer que se ha llamado. De entre muchos demonios alguien aclamado que provocó el terror en las tierras incluso dentro de ésta misma Corte. Señorita, se le acusa a usted de haber perdido una apuesta en la que no detallaremos, ¿es eso cierto?

— Completamente. 

— Bien. Entonces, al estar usted de aquí significa que ha aceptado el duelo proporcionado por Abaddon, el bajo ministro de la primera legión bajo su mandato, ¿me equivoco?

— No, señor. 

Los murmullos se extendían con rapidez. Después de todo, suponía que un suceso como aquél tendría un cierto impacto en todos los demás. Iba a ser un espectáculo.

— Quede aclarado que la honestidad es concreta. Yo, junto a los presentes en la Corte, concebimos el permiso a Abaddon, de realizar el duelo correspondiente. No hay reglas fuera de las que ya conocen. Entonces, declaro éste duelo entre la mujer de treinta nombres y Abaddon, de los engaños como oficial. Comiencen.

Nocturne.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora